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domingo, 31 de octubre de 2010

Canción de Otoño


      
     Una mañana cualquiera de la estación ardiente, de improviso un viento suave se abre paso. Y en el cielo azulísimo, unas nubes, hasta hace un momento invisibles, parecen huir, como ciervas alarmadas por un algo más presentido que real. Se anuncia así el primer compás del Otoño.
     Tiene el Otoño inicial mucho de Emperador declinante y melancólico, que quisiera contarnos al oido la memoria de sus gestas, sin poder evitar del todo al tiempo una tristeza cierta por la decadencia que le acoge, que quizás un poco le mengüe hoy. ¿Y por qué no atender su convocatoria? ¿Por qué no escuchar su confidencia? ¿Por qué no abrir bien los ojos a su luz claudicante?
     Acaso sea el susurro el lenguaje propio del Otoño, el mismo susurro de las hojas al caer, el susurro de la mansa lluvia amarillenta de hojas, que recubren los senderos de los parques, que ciegan en ocre tapiz los caminos rurales, el que inviste las aldeas de una melancolía indecible, que sólo un viejo acordeón pueda quizás evocar.
     Es también a veces la propia lluvia real, la lluvia dócil, el otro dialecto del Otoño, esa agua del cielo en el que empaparnos sin temor, como cuando niños. Respirar bajo esa lluvia apacible, aproximarnos así al latido mismo de la Tierra mojada. Es también Otoño el susurro del viento, real mensajero del frescor. La Naturaleza entera, esa reina de la abundancia plantada por una mano divina , nos susurra en Otoño el oro envejecido de su pátina, sus rojos exhaustos de luz.
     Huele el Otoño a leña quemada, a humo de rastrojos agostados, al perfume de las flores entregadas, al olor húmedo y selvático de las zarzas de moras cuando la lluvia las remueve. Y es Otoño, cómo no, la estación de las nubes, el tiempo propicio de admirar el capricho de sus mil formas, de aspirar la promesa de ingravidez que toda nube encierra. Está en una nube, decimos de alguien que se rompe de dicha. Vivamos en las nubes, claro.
      
     Penetremos, pues, en los dominios únicos del Otoño, abramos de par en par el alma, lector amigo, a sus estandartes y a sus parábolas. Tiempo de la Vendimia, claro. Y son los colores primorosos del Otoño, los mismos de esos racimos sobredorados y amoratados, su sinfonía incomparable. Tiempo de colegiales, que vuelven a la escuela. Ah, la desazón sin igual del primer día de colegio en la vida de un niño, del festivo reencuentro con los amigos para los niños más mayores. Registrar también la grata sorpresa de la primera mañana tibia en la ciudad, cuando las gentes, desprevenidas de ropa de abrigo, se abrazan con gusto a sí mismas contra el viento, que atiranta un poco  las mejillas. O la dignidad con que esa viejita barre la hojarasca para dejar reluciente el trozo de acera de su casa. Otoño para pasear los parques sin prisa, para espiar sin tregua sus crepúsculos vertiginosos.
     Es Otoño un niño con jersey, que juega ávido en los columpios a la vez que merienda, ansioso por robarle al día, a su laboral horario escolar, al menos unas monedas de recreo. Y el cónclave, algo tenso, de las aves sobre los hilos de la luz, antes de volar hacia hemisferios de calor, como si les doliera en el alma abandonarnos. Sabemos que volverán, claro que volverán, cómo, si no se fueran, podrían dejarnos luego, volcados sobre sus trinos, los inauditos colores de allende los mares.
     Es Otoño todo, la estación de los pintores, un cuadro en tonos sepia, con esos rebordes amarillentos que se les ponen a los libros viejos, como si en sus láminas se posara el destilado de una añoranza incalculable. Mansedumbre de una miel que gotea, pues, el Otoño.
     Hay más belleza en lo que nos rodea de cuanto somos capaces de soportar. Y si el Poeta esperaba un milagro de la primavera, nosotros, lector amigo, que no llegamos a tanto, por qué no hemos de alentar al menos, un milagro del Otoño. Que colme el otoño de sosiego el retumbar de nuestros corazones primaverales.
    
    
    

viernes, 29 de octubre de 2010

Ken Follet, Pérez-Reverte, yo mismo


     
     Sabemos que Ken Follet, con lo vivo que es y con lo bien que se le ve de color y tal al señor, tiene ya estatua en Vitoria. Cualquier día de éstos habrá que levantar otra, tan alta como la de Ken, a Arturo Pérez-Reverte. Que pongan una enfrente de la otra, como las de las Torres Kío. Los dos colosos frente a frente (el de Rodas y el de Halicarnaso, pongamos por caso). Vende, como aquel, libros a patadas. Se hacen inmediatas películas de sus obras. Es un tío de éxito y es un nombrado académico a la vez. Desaparecidos Cela y Umbral (con el que Arturo, acaso cuña de la misma madera, se las tuvo tiesas), como la Naturaleza tiene horror al vacío, estaba disponible el carpetovetónico escaño.
    
     A raíz de las furtivas lágrimas moratinas, que con tanta finura glosé aquí yo (si no me lo digo yo mismo, lector mío, quién, dime, habría de alabármelo, si mis pobres abuelas yacen  años ha bajo tierra), el triunfante escritor  háse visto obligado a propinar algunas coces a moro muerto, a moratinos políticamente yerto, cabría mejor decir. Escuchemos, como decían hace mil años en el Un, dos, tres, la voz del Superescritor: “Moratinos es un perfecto mierda… a la política se va llorado de casa… Ni para irse tuvo huevos”. Y el estruendoso colofón, lo mejor: “Si lo sé, lo insulto antes”.
    
     Veamos: mierda, huevos, insulto. ¿Y qué motivos moverían a escritor tan exitoso a pronunciarse sobre un ministro de Exteriores en términos tan escatológicos, tan de tasca morroska? Suena el evento a ajuste de cuentas entre macarras, a puntillero rastrero con el toro en las últimas, más bien, quizás por causa de alguna representación exterior que al prolífico Reverte no alcanzó, mientras que a otros escribanos, más en la cuerda ideológica moratina, tan vituperable por cierto, llenó los bolsillos. Puede tener sus razones, Reverte, pero no las ha explicado. Lo que es difícil perdonarle a un escritor que se quiere serio es esa apelación, tan burda, a los más bajos instintos del público. Qué exiemplo tan romo.
    
     Dirá Reverte que si Quevedo, que si Torres Villarroel, que si la picaresca, que si la tradición del insulto en la literatura hispana. No. Si le hubiera puesto ingenio a la cosa, si hubiera elaborado algo perspicaz contra Moratinos, lo sabes lector mío, con gusto se lo hubiera yo celebrado. Esas apelaciones testicularias son bochornosas en persona tan leída. Pareciera que el éxito mismo le hubiera trastocado un poco el seso, e igual que algunos zumbados se creen Napoleón, acaso Reverte se cree D´Artagnan, sólo que en bruto. Y sin embargo, signo de los tiempos de la Mugre, observa, lector mío, los efectos de la sal gorda revertiana: subidón de popularidad en las redes sociales, dos mil seguidores nuevos en 24 horas, para un total de 38000 seguidores en el twitter, el escritor español más seguido ya en el internete.
    
     Cómo evitar entonces, aunque sólo sea en esta covacha que apenas cuatro gatos conocen, -y a los cuatro, uno a uno les amo, les amo-, que por lúgubre que sea esta zahúrda no impide que mida yo en ella mi resentimiento con el mundo entero, cómo evitar, digo, el  derramar otras furtivas lágrimas moratinas por uno mismo, las naturales que brotan al comparar los treinta y ocho mil de Reverte con los treinta y uno míos, los todos sus libros publicados y  los todos míos rechazados, que a lo mejor es que son ellos muy pésimos, que a lo peor es que no tienen padrino,  y sobre todo, el comprobar lo al alza que cotizan hoy las coces y todo lo que aplasta y conspira contra la sensibilidad y la delicadeza, que son, por si no había quedado claro en todavía, las únicas armas que al penoso pavo irreal que yo soy hoy le adornan.
    
     Decía Larra que escribir en España es llorar. Pérez-Reverte, que busca estatua, no llora. Ken Follet tampoco. ¿Y entonces, don Mariano José, escribir en el internete… qué cosa es lo que eso será? No, no me deje la pistola, en todavía.
        

jueves, 28 de octubre de 2010

Del insólito parecido de caras entre Zp y De Juana Chaos

     

         En el último Comité socialista justificaba ZP a sus federales, con ese donaire que alcanza en él a veces auténticos timbres virtuosos, los nuevos nombramientos: “Parece que también les conocen (a los ministros) los dirigentes del PP. (Risas) Ya hemos visto lo que opinan y, sobre todo… LAS CARAS QUE PONEN. En fin, viéndoles LAS CARAS parece muy claro que hemos acertado en la decisión… (Aplausos)”. Cuando escuché esos términos, las caras, las caras, pensé, me suena, me suena, a qué me recuerda eso de las caras. Mi memoria, cada día más enteca –servidumbres de la edad, lector mío-, como un trepidante tren atravesando un túnel oscurísimo a ciegas no hallaba la mínima luz que diera con las caras, las caras… Podía escuchar casi el traqueteo de mis circuitos neuronales, iba ya a tirar la toalla de la olímpica gimnasia a que estaba sometiendo al músculo del recuerdo, cuando… zape, encendióse al fondo y a la derecha de mi hipotálamo una de las dos bombillas que nos regaló Miguel Sebastián. ¡Noooo!, grité yo mismo ante el hallazgo.
    
     Y es que, házte cuenta, lector mío, pues aparecierónseme allí los famosos artículos que desde la cárcel escribiera una vez De Juana Chaos, ese hombre, comentando, como quien no quiere la cosa, los sutiles sentimientos que se producían en él ante el cruel asesinato del concejal popular Alberto Becerril y de su esposa: “Sus lloros son nuestras sonrisas y terminaremos a carcajada limpia. Me encanta ver LAS CARAS desencajadas que tienen. Con esta ekinza ya he comido para todo el mes”. Así se explayaba el heroico Hanibal Lecter de la llamada izquierda abertzale. Leimos todos esas impresionantes lineas miles de veces entonces. Quedaron para todos grabadas como culmen difícilmente superable de  inhumanidad.
    
     A ver: de sobra sé que son sólo palabras coincidentes en términos y referentes aludidos (los rostros de los prebostes del PP como espejo y criterio de la acción propia), y para nada establezco relación alguna entre unas y otras, salvo la de la simple casualidad.. Archisabido es además que el presidente español, a pesar de dárselas de “rojo”, aborrece como el que más a los filoetarras, por muy rojos/rojos que éstos sean. ¿No podía el Presidente haber elegido cualquier otra justificación?
    
     Debemos entonces olvidar que cuando desde todos los puntos se afeaban las bárbaras líneas del etarra, para helado pasmo de todos, justo en ese momento intervino el Presidente para mandar a todos callar, pues sabía él que, por favor, “que es que De Juana está en el proceso”, que era como de forma elíptica se llamaba en aquellos días a la negociación política con la ETA. ¿Hemos acaso también de olvidar las indecibles palabras que el Presidente se atrevió a decirle a la madre de Irene Villa? Es que esas cosas, por increíbles que parezcan, las vieron estos ojos que un día la Tierra blablablá.
     
     Yo creo que, como mínimo, al Presidente, como a mí en padel el día de Kaká, fuésele la Pinza la otra mañana con la cosa esta de las caras delante de los Federales, que mucho le rieron la ocurrencia, por cierto.
(Postblog: y por cierto también, uno de los grupúsculos que con más ahínco promovió en instancias europeas la consideración de De Juana como… PRESO DE CONCIENCIA (¡), y de qué conciencia, fue, qué casualidad,… el que el otro día convocó y le montó el gorigori en la Complutense a la “fascista” Rosa Díez que te comenté. Qué caras, ¿no?)   

    

miércoles, 27 de octubre de 2010

La fracasada Trini


    
      Uno de los sabios consejos que sobre política exterior Moratinos gimoteante reconoce ahora haber aprendido de ZP quizás fuera aquel inolvidable por el que el impar presidente empeñóse, contra la más elemental prudencia diplomática, en subrayar el carácter fracasado de la orientación política de Ángela Merkel.  Merkel, con algo de Ángela Lansbury en las trazas, díctale hoy a ZP –en realidad, ay, nos lo dicta a todos nosotros- el aceite de ricino del severo castigo presupuestario, por ver si algún remedio aun es posible al crimen del despilfarro que la luminaria socialista ha ido en estos años escribiendo.
    
     Muchos parabienes de la clase periodística, a la salida del rediseño zetapeico de la gobernanza, han recaido sobre la figura triunfal de Trinidad Jiménez, catapultada nada menos que al mando y a la representación de toda la acción exterior española. Y creo que, sea uno del Barsa o del Madrid, o del Osasuna incluso, estaremos todos de acuerdo en señalar a Trinidad J –la señorita Trini, que dijo Alfonso G antes de que un patanesco alcalde popular les regalara un balón de oro-  como la indudable poseedora del record mundial de televisivas sonrisas, prodigadas eso sí, con cuanta luminosidad a ella en el lance adorna. Lissavetzski, que llevaba, por delegación de ZP, la cosa de las medallas, sin duda cautivado por claridad tanta, quiso en Madrid ponerle una bien grande y hasta ofrecióse con ella a marcarse un inolvidable vals de las mariposas, adminículo este último hoy de moda en todo esponsal que se precie. De ahí el triste careto de viudo consorte que a Lissavetzski le ha quedado. Pero tanta sonrisa, por espléndida que sea la misma, no debe ocultar al observador perspicaz el muy real fracaso que en el fondo de la misma, como una caries sólo entrevista, se agazapa. De fracaso en fracaso hasta la victoria final, gracias sólo al favor zetapeico.
    
     Veamos: fueron primero los ciudadanos madrileños quienes a Trini J y a su chupa de cuero para la alcaldía rechazaron, prefiriendo a su faraónico primo, que ya es preferir. Luego se fue a dirigir iberoamericanos asuntos, y en su línea, de decidida oposición  al primate Chávez, vióse entonces relegada por los simiescos compadreos con el ínclito de Moratinos, ministro de la cosa, que váyase ahora a saber sin en ello seguía o no otro de los sabios consejos zetapeicos. Entregada hasta el quicio a ZP accedió a la orden de éste para pelear más tarde por la batuta del socialismo madrileño: bueno, pues incluso entre sus propios conmilitones, pese al regalo trinitario de millones de sonrisas –a mí, lo reconozco, amado lector, me viene de frente Trini, me sonríe, me regala una rosa encima, aún con espinas y todo, no te digo ya si además me besa, y es que hasta mi blog se lo regalo-, hubo de verse desautorizada, optando ellos, que tampoco es moco de pavo, por un señor de Parla. Sentenció entonces ZP,  a quien, ya se ve, también en asuntos nacionales  la suma sabiduría  alcanza, que es “el que gana es el mejor”.
    
     Entonces, si uno no tiene siquiera el beneplácito de los “queridos compañeros”, si, como el presidente sostiene, demostrado está que los hay mejores que uno, si sólo puede uno apoyarse  en el personal favor de aquél, cómo con sentido común, si no es por la pura apetencia de Poder aceptar el regalito –que todos, otra vez ay, sufragamos- del más de los más poderosos. ¿Resulta acaso injusto concluir, a la vista de los desnudos hechos, que sólo es Trini, emperifollada de sonrisas, poco más que la favorita del Presidente?
    
     Imagínate, querido lector, qué sonrisa en verdad íntegra y honda, sobre todo para sí misma, que es lo más importante, hubiera podido enarbolar Trini J, si ante el presidencial ofrecimiento, hubiérale dicho ahora… NO. No, majo, hasta aquí ha llegado mi abyección. Y hubiérase alejado entonces hacia el fondo del escenario Trini J, de espaldas a los focos y a los flashes, sí, pero con el afecto sincero, aunque anónimo, de millones de observadores, del Barsa, del Madrid, y hasta de la Cultural leonesa.
    
    Vemos, pues, en el caso Trini, una parábola más de la verdadera religión hoy dominante: la del éxito, y como sea. Trinidad Jiménez es ya Ministra de Exteriores. Ya tiene, como diría Empar, el cromo que buscaba ella desesperadamente. Cuenta ya con el Mundo entero como ideal platea para lucir su –esta sí que sí- sonrisa planetaria. Alabado sea ZP. Pero se sabe también que en esto de reír, el último de la fila a veces es, como si hubiera ganado de verdad unas elecciones en las más íntimas urnas del alma, quien mejor sonríe.

martes, 26 de octubre de 2010

Rubalcaba, el hombre de moda

    
     Llorará y llorará Moratinos, río que no cesa, las penas de su derrota –a la espera de la superembajada de campanillas que le espera- pero a cambio Rubalcaba, ese trueno nazareno, es que está que pártese el alma el tío. Sonrisas y lágrimas, cambio de institutriz incluido, en la casa común gubernamental. A resultas de la reciente remodelación zetapeica ha acumulado el héroe de Balaclava tanto poder sobre su cardenalicia persona que hasta la célebre erótica del poder ha posado su húmeda lengua incluso sobre su efigie y no sería de extrañar que –Bono mediante- hasta empezara cualquier día a brotarle insólita mata de pelo sobre el occipucio y como al famoso reverendo protagonista de El pájaro espino –que no daba a féminas abasto el pobre- hayamos en lo sucesivo de nombrarle. Sí, Cesar, fetiche cegador, pero también afrodisíaca arma de seducción irresistible el bebedizo del Poder.
    
     Dice a sus años entre pucheritos Moratinos, y ahora entendemos que es que el desvarío por la pérdida no le suelta, que “el que más ha aprendido de política exterior he sido yo, por los consejos y la orientación del presidente del Gobierno”. Toma ya. La verdad, no se imagina uno semejante gansada en boca del Faisán espino: no se merece España un ex-canciller que vaya dejando tras sí ese tufo trastornado.
    
     Así que, le voilá el Hombre de moda: Rubalcaba, el tri-ministro. Tres en uno, experimentado lubricante que todo lo consigue encajar. Vicepresidente primero (es decir, la acción política y legislativa), Ministro del Interior (la acción represiva) y Portavoz (la acción propagandística). Átense los machos la oposición, el Rey y hasta el propio ZP, que los afilados espolones del Tri-Ministro pueden hacer papilla en horas veinticuatro al más pintado. Sencillamente, ZP se ha rendido ante Rubalcaba.
    
      Decíamos ayer que la política postmoderna, basada sobre todo en el indigerible alud instantáneo de información epidérmica sobre las pantallas, propicia la desaparición de toda instancia mediadora que valores como la memoria o el respeto a la palabra dada puedan limitarla. A esa moderna e incesante catarata icónica, que apenas deja espacio para la reflexión, paradójicamente se adaptan mucho mejor los más maquiavélicos (siglo XV) de los políticos, es decir, aquellos a quienes los frenos éticos detienen menos.
    
     Y en la cresta del rompiente de esa ola luminosísima encontramos hoy a nuestro Hombre: superviviente por antonomasia a cuantas glaciaciones han sacudido el Poder desde hace treinta años, eslabón nunca perdido del felipismo más mendaz y corrupto, ha aplicado sus –reconozcámoslo- brillantes artes a las causas más opuestas y, en mi opinión, ninguna de ellas buena al interés general: la degradación de la educación en nuestro país, el constituirse en portavoz de un gobierno azotado por los más terribles episodios de corrupción conocidos, a cuyo ocultamiento y manipulación se entregó de lleno, para defender con no menos arrojo luego en otro gobierno el indigno descosido de la negociación política con ETA, con humanitarísima preocupación por la suerte de De Juana Chaos incluida, verdadera nota abracadabrante en el superior de un Ministerio de  que ha visto despanzurrados por bombas a centenares de anónimos uniformados a su mando.
    
     En 2004, con las sedes del PP cercadas, entre otros por cargos públicos de su partido, elaboró la frase definitiva para mover las decisivas voluntades. Que fuera precisamente él, perito eminentísimo en patrañas de la peor ralea, quien la enarbolara, que insista ahora en personificar el meollo de los valores democráticos,  cuando jamás le tembló la voz en criminalizar a la oposición,-que no hace tanto, bajo su férula, se ordenó esposar como asesinos a presuntos corruptos- muestra mejor que nada la resplandeciente ciénaga en que chapoteamos.
     Todo estas pesadísímas consideraciones –que tú, lector mío, has tenido la impagable cortesía de hasta aquí seguir- acaso poco importen hoy. Rubalcaba ríe y ríe. Como si en su codigo genético llevara él inscrito el a toda costa sobrenadar en el Poder.   
   

domingo, 24 de octubre de 2010

Rosa Díez acosada en la Universidad: la rosa y los cardos borriqueros

    
     Algo del aroma bárbaro de una de aquellas espeluznantes sesiones de linchamiento físico y moral que los maoístas Guardias Rojos ejecutaron por miles durante la Revolución Cultural contra el “contrarrevolucionario” de turno que al gran Timonel estorbaba rezuman las imágenes de los sistemáticos ataques que Rosa Diéz viene sufriendo desde hace años por parte de los muy progresistas bestiajos de la extrema izquierda. La tienen, como los filoetarras, en el punto de mira enfilada. La última vez el 21 de este mes en la facultad de Políticas de la Complutense, donde no hace tanto destacados prohombres de la izquierda clamaban, por defender a Garzón, contra los Supremos Torturadores del Tribunal que con todas las garantías, ha de juzgarle. Eso si, a Rosa Díez, acosada, insultada, violentada, que la vayan dando. ¿Importa algo que sea la víctima una mujer, que precisamente en la Universidad ocurra el vándalo atropello a la dignidad? Ni lo más mínimo. Si hasta el complutense rector, miembro de la Plataforma de Apoyo a Zapatero, “entiende” a los acosadores: le había pedido a Rosa que… pospusiera la conferencia. Bravo, excelentísmo Rector, qué rectitud desconocida en la defensa del saber universal.
     
     Es extraño. Viene aquí Chávez, se aloja en el Villamagna en loor de multitudes, se mete en la Casa del Libro a comprar El capitalismo funeral de Verdú, suelta sus consignas totalitarias, va el Rey en Marivent y se le disculpa por aquello, mientras sigue él entrenando etarras y expropiando a españoles sin parar. Viene Evo, el del rodillazo adorador de la Pacha Mama, deja hasta sin pagar los locales que alquila para dar sus recetas ideológicas de pollo para hacer hombres a los homosexuales –que debió a Zerolo darle un vahído-, y los de la Ceja se le licuan. En su propio país mientras tanto, representante elegida de los ciudadanos, jugándose la vida –que a tantos amigos suyos se la arrancaron los criminales- a diario contra la ETA y por la libertad de los españoles, y ha de sufrir Rosa Díez los continuos zarpazos de los leninistas. Esa es la realidad esencial de nuestro país, sr Rubalcaba. ¿Le pasaría lo mismo a cualquier figurón del PSOE?
    
     Resulta ya hiriente verla, en cuanto asoma la cabeza del coche, haciéndole el paseíllo negro del odio, con insólita crueldad insultada ¡ella!  a gritos  como… fascista, que les pone mucho a ellos la sonoridad como de látigo de la palabra. Le siguen gritando luego… ¡asesina legal!, los mismos adoradores del hombre de paz oteguiano y del hombre de guerra chaosiano, que también está en el proceso. Pero la humillante ceremonia del conato de quebrantamiento moral de una mujer valiente como pocos ha de por la fuerza hacerle apurar el caliz enterito de la sevicia. En el mismo salón de actos, ya digo, como en las atroces sesiones de “castigo” de la Revolución Cultural maoísta, el acoquinado Decano,-“por favor, por favor, óyesele musitar al ciscado Decano, para entonces sólo ya edecán de ceporros”- en vergonzosa claudicación, permite a los energuménicos leninistas leerle a Rosa Díez en su cara lo que parece ser a la vez acta de acusación y sentencia: “una oportunista… su presencia despreciable y oportunista… demócrata con medallas… chauvinista española… viene usted en busca de unos segundos de telediario…con sus favores de los poderosos… su escaño, que se compra…usted ha venido implorando protestas, gritos y a poder ser algún empujón entre sus escoltas y los estudiantes para fingir otro mareo… y nos gustaría que no viniese nunca más”. Eso sobre todo quisieran, NUNCA MÁS. 
     


sábado, 23 de octubre de 2010

¿Otegui, próximo Príncipe de Asturias?

    
     Sigamos haciendo de malvadísimo fascita, que no decaiga la chunga: digo yo que, vista y comprobada la ascendencia que el grupo Prisa (vale decir, Rubalcaba, el héroe de Balaclava) tiene en el negociado de la concesión de los susodichos premios, ahora que le ponen ellos a Terrorista Arnaldo portada, cinco columnas y más que apabullante despliegue tipográfico, que ni a Lennon si resucitara, para que diga Él (sólo cinco días después de la Fiesta Nacional española) que de la ecuación vasca (lo dirá por la equis famosa del Garzón abatevenados, ese indómito cazador a quien Rubalcaba quiso en tiempos, oh tiempos, a su vez cepillarse ) tienen que desaparecer TODAS las armas, (toas, toas, toas, podría tal vez cantarlo y seguir ese ejemplo, como el cantarín Jesulín, que fue también dejar lo suyo, salvaje torturador de toros, y ponerse al cante), ¿no habremos entonces de ver en no muy lejana edición al ilustre terrorista Arnaldo recoger el papiro enrollado ese a la Concordia de manos de la española Realeza?
   
     (Respira, lector mío, que si has sobrevivido a tantas subordinadas del parrafote anterior, tan contraindicadas al espíritu supersónico del internete, es que eres tú entonces de una muy especial especie y nunca sabrás del todo cuanto agradezco yo contar con tu favor y con tu paciencia tan… a prueba de bombas iba a poner, fíjate, que es que en hablando de Otegui, por qué será, estallan ellas solitas, como por simpatía, debe ser).
    
     Al fin y al cabo si el gran Gómez en quince días pasó de apatrullar por las calles la Huelga General contra el Gobierno a las confortabilísimas estancias del Consejo de Ministros del mismo, si Cardenal Rubalcaba ha puesto sucesivamente toda la panoplia de su inteligencia retorcida sucesivamente para negar contra la más brutal realidad la guerra sucia primero y la negociación política con la banda después,  ¿habría el Bruto de Otegui de tener menor galardón? ¿No tuvo acaso el mismo Bruto Otegui una extraña premonición de la alta suerte que es muy posible que le espere, cuando al verse un día ante el juez acusado, por toda defensa dejó caer aquella memorable interrogación, “¿pero esto lo sabe el Fiscal General?”, elegante forma por lo demás de espetarle a su señoría el atávico no-sabe-usted-con-quien-está-hablando.
    
     Y además habrá de tenerse muy presente, en el alegato final que reclame y justifique luego para Bruto Otegui el entorchado, la sincera reivindicación que de su figura hizo en tiempos nada menos que el presidente del gobierno español, que de Hombre de Paz le tituló y como tal lo protocolizó, mientras a la madre de Irene Villa le pedía que… menos rencor, que tenía él un abuelito que… Vuelve ZP ahora a hablar de la “izquierda abertzale” y de que “mejor estas palabras que otras”, a cuenta de la epifanía prisaica (es decir, rubalcabiana) del Brutotegui. No en vano, tiene a gala ZP su negociación con la banda, así lo ha dicho, como uno de sus mayores logros. De forma que vayámonos preparándonos todos para la ocasión solemne, y por favor, nada de abucheos, que eso sólo es propio de cerrilísimos fascistas. 


viernes, 22 de octubre de 2010

El blues del gran Valeriano Gómez

      
     El numerito de prestidigitación que el nuevo Excelentísimo Ministro de Trabajo, sr Gómez, (acaso Ministro del Paro, habríamos de decirle, para con más seriedad hablar) ha llevado a cabo delante de toda la concurrencia ha sido en verdad deslumbrante. Pocas veces habráse visto más nítido el fetiche cegador que el Poder, como un anillo maléfico, encierra en sí. Ahora, que el alarde de grosera desverguenza  hasta a los ínclitos Arenas y Cospedal haya obnubilado (“el nuevo gobierno es que es… moi bueno, balbucearon boquiabiertos los pobres, como si no se hubieran quitado aún los tacones de jugar al pádel) es de traca. Cierto es también que la más supina incoherencia de un día para otro (¡) entre lo que se hace y lo que se dice, la más artera pérdida de cualquier principio de respeto a la palabra y hasta a lo que a uno mismo le constituye, son notas constitutivas de la política postmoderna, que entremezcla como ya sabemos fulgurante brillo de pantallas parpardeantes de píxeles sobre una base de mugre moral insólita. Es como si los más cínicos de los prohombres de la sociedad supieran de sobra que, dado el alud de información con que a diario nos estomagan, todo se lo lleva en el mismo momento el Viento, con lo que cualquier apelación al sentido y a la razón resulta ya inoperante.
    
      De esta manera, el señor Gómez, al cabo algo cargado de espaldas después de tanta contorsión, con diecisiete años a sus espaldas militando en la UGT –ah, aquellos maravilloso pisos- , secretario general de empleo con Caldera, miembro luego del Consejo Económico y Social, -que nunca quedan ellos descalzos, véase Aído, que apalancaráse ahora aun más tela marinera, indudablemente escasa para su mérito indudable, cierto, que la que como ministra se apañaba- decidido opositor a la reforma laboral zapaterina y preclaro partidario y activo manifestante… nada menos que en la Huelga General contra el gobierno, en la que a gritos se pidió la dimisión de ZP y en la que por la fuerza se extorsionó la libertad de miles de ciudadanos y de pequeñas empresas, para en quince días tan sólo abrazar complacido y genuflexo los oropeles del Poder de ZP. Muy bien, sr Gómez, es ya usted Ministro, ya lo tiene. Como dicen en las radios: enhorabuena, enhorabuena.
    
     ¿No deberían acaso, los fraternos compañeros del sr Gómez en la UGT encargarle un penúltimo video a Chiquilicuatre –esos videos mugrientos constituyeron todo el cañamazo ideológico de la Huelga- que recogiera en su inconfundible tono la irresistible ascensión del sr Gómez? ¿No deberían en plaza pública, vista su alevosa y flagrante traición a la Causa en tan escaso lapso, -del piquete convencitivo al Falcon del Consejo de Ministros en un pis-pás, hale hop, que ni el gran Houdini-, como al otro mandarle al gran Gómez a voces a su purísima casa?  ¿O acaso en el fondo le envidian? Claro, que puede que el gran Gómez, en su particular “incesto” político, como el no menos grande Sabina, al cabo todo lo haga por sus hijas, joder. El blues de la escalera del Poder, ya te digo.

   

jueves, 21 de octubre de 2010

Furtivas lágrimas de Moratinos

    
     Cuentan los cronistas de la cosa que ayer en el Palacio del Congreso, cuando cercioróse al cabo de que se confirmaban los más aciagos rumores en torno suyo, de que no se trataba entonces ya de simples infundios propalados por la Derechona, -que siempre/siempre desea el mal y la perdición de las más altruistas almas-, y que por tanto su destitución por obra y gracia –y qué gracia- del Señor de los Vientos era ya una realidad inapelable, cuentan que en ese momento al canciller Moratinos de súbito se le humedecieron mucho los ojos, que comenzaron a destellarle con un muy sentimental fulgor.  Cómo no sería la cosa que un condottiero del grupo socialista, en viendo el muy triste drama gestándose en el tembloroso semblante, normalmente facundo, jocundo y hasta rubicundo, del ya ex-canciller, por tratar sin duda sólo de aliviarle el trago, ordenó ipso facto que un subalterno del grupo se encaramara al atril y en sede soberana proclamara desde allí bien alto y claro que por jamás de los jamases habíase visto un más logrado ministro español de los Exteriores Asuntos que el que en aquel mismo momento cesaba en su cargo.
    
     Mas ocurrió entonces que el lenitivo de urgencia ideado, como era por otro lado  previsible, lejos de amainar nada, sólo sirvió para arreciar la tempestad ya desatada sobre el rictus soliviantado del ex-ministro. Al ver su altísimo mérito tan aquilatado, al escuchar en la más principal tribuna de la Nación sus gestas tan parangonadas, sin duda vencido por la emoción de hallarse delante de su propia y mayúscula exaltación, y acaso también por la rabia de cavilar a la misma vez que, si eran sus logros tan enormes, cómo era entonces posible que el Señor de los malos Vientos así se los pagase, mandándole ahora precisamente a tomar vientos, y a tomarlos por do más amargan los pepinillos. Cuán desatinado talante era ése, debió acaso Moratinos en ese minuto fatal maliciarse.
     El caso es que entonces, tal era la agitación que en su fuero interno se revolvía, mezclados allí los aplausos unánimes de sus conmilitones con la pena indecible del cargo cesante, la emoción no pudo ya por más tiempo contenerse. De pronto llenáronsele a Moratinos, y hasta el desbordamiento, las cuencas de sus ojos de muy abundantes y copiosas lágrimas, y hasta en un tris hallóse incluso de ver escapársele de la suya boca, ajeno al propio control, algún hipido y todo. Se le vió a Moratinos a duras penas enjugar unas muy amargas lágrimas.
     
     Y también en ese momento, al contemplar al ex-canciller en tan grande tribulación, el ver a un hombre de humanidad tan inmensa ganado por la derrota y el fracaso, de repente poco más que un jubilado cesante atravesado por el desconcierto y el llanto, qué quieres que te diga, lector mío, toda la animosidad que a uno le pudiera indisponer contra Moratinos y sus hazañas, también al punto cesaron, y algo parecido a la compasión noté brotar en mí hacia él. Un hombre capaz de verter lágrimas verdaderas meréceme a mí respeto y afecto. ¿No dice  algo bueno de él el ser capaz de expresar con esa civilidad un sentimiento? ¿No es acaso mucho mejor, en la sima misma de la derrota, una furtiva lágrima que un rodillazo, como el que el otro día Evo Morales propinó a un rival futbolístico que le ganaba? ¿Qué hubiera sido del garboso ZP, y de su partes, si al conocer su defenestración, hubiera Moratinos reaccionado igual que el rabioso adorador de la Pacha Mama?
    
     Así es que, lector mío, al contemplar al ex-canciller Moratinos allí, tan abatido, como un viejo junco tronchado por la corriente, de haber  tenido uno verdaderos poderes, con el mismo Viento habría salido disparado hasta Shanghai, en volandas me hubiera traido al bebé gigante de la Expo, que hasta en la foto de aquel día la propia expresión de la criatura y el círculo que coronaba la chola del canciller eran ya muy fúnebres augurios,  y con gusto le hubiese ofrecido el muñecote a nuestro ex-canciller, para que por largo rato a Miguelín se hubiese abrazado y  entre esos brazotes hallado alivio seguro, que  debe una cosa así cauterizar mucho las puñaladas traperas que las ventoleras de la vida deparan. Tanta era su aflicción.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Angelitos del Planeta

    
     Es el Cardenal Rubalcaba el hombre del día. Tiempo tendremos de cumplimentar como se  merece al Faisán triunfador, de cantarle, como cumple, a los reflejos irisados de su plumaje reluciente. Dejémosle a solas por el momento, amancebado de gozo con su propio vuelo hacia la cumbre, para él todo el Poder y la Gloria enteritos, como el Golum del Señor de los Anillos zetapeicos, su tesooooro, que vaya tesoro.  
    
     Permíteme, antes, lector mío, dejarte unas palabras en mi blog, que es también un poco el tuyo, sobre una muy singular especie de literarios fracasati, por quienes uno, aunque sólo fuera por estrictas razones de cosanguinidad, no puede evitar sentir una  apabullante debilidad. Este año no lo he visto, pero en la edición anterior del Planeta repicaban las agencias el estricto dato de que habíanse presentado al certamen, además del ganador, otros cuatrocientos noventa y dos concursantes. Cada año un número mayor, al parecer.
    
     A menudo piensa uno, ya digo, con honda admiración, con indecible ternura, en esos cuatrocientos noventa y dos postulantes anuales, qué vidas secretas y apasionantes en su dorada mediocridad no llevarán consigo, qué ilusiones inmensurables no albergarán esos purísimos corazones, qué humildes y a la vez vibrantes novelas no encerrarán en sus cándidas existencias las biografías de esos seres tan inocentes. Se mofan a menudo los bienpensantes de la dorada ilusión con que muchos niños siguen creyendo en la existencia de los Magos de Oriente. Cree uno, sin embargo, que para misterio insondable, para ingenuidad en verdad candorosa, para simple y ardiente fé, ninguna comparable a  la de esos cuatrocientos noventa y dos angelicales tíos hechos y derechos, con más moral todos ellos que los archifamosos trescientos de Troya.
    
     Les puede casi ver uno a solas, aferrados a la mesa, con su gripe a cuestas, su bufanda raída, el dolor de muelas, su oficina gris, su coche a plazos, un poco incomprendidos de cuantos les rodean, y sin embargo, dale que te pego al manubrio de sus cuatrocientos folios, inquebrantables en su esperanza férrea, por qué no va a ser este año, por qué no me va a tocar esta vez a mí, por qué. Seguirán esperando en vilo el fallo año tras año, conocerán de nuevo la bofetada áspera del desprecio editorial, volverán sus pasos, acaso algo más renqueantes ese día hacia la mesa en la que levantan ellos su mundo, hasta que, digerida la derrota, vuelvan para sí a decirse, como dicen los que de esto saben, lo que cuenta es intentarlo, quizás el próximo año, y de nuevo la ilusión recobrada, los miles de fotocopias, el secreto sueño de que, como en las películas, alguna vez a ellos corresponda una porción, aunque sea algo mohosa, en la tarta del Paraíso. No se sienten, es decir, no son fracasatis. Son angélicos seres. Sólo merecen respeto en su limbo ilusionado. 
    
     No estaría de más que algún día el heroico sindicato de la Ceja, ese ministerio de Cultura a la sombra del Poder, que tanto dice admirar y velar por quienes quedan en los márgenes del Sistema, bien de justicia sería, digo, que les montaran una hermosa obra,  a la mayor memoria de estos otros cuatrocientos noventa y dos en verdad que santos inocentes escribidores. Sí, porque de repartir los seiscientos mil del ala entre ellos, va a ser que no, ¿no?  


martes, 19 de octubre de 2010

¿La verdad sobre el caso Planeta?


    
     Este año el Planeta ha señalado con su extraño Dedazo multimillonario a D. Eduardo Mendoza. Enhorabuenísima, sr Mendoza. Ha triunfado con una novela ambientada… en  1936, para variar. Ojalá merezca la obra en cuestión la pena, aunque bien mirado, a quién importa ya eso. Qué imbécil osa señalar hoy en día que el Planeta es un concurso literario, y que en tanto que tal, debería regirse por unas mismas normas de igualdad para todos los que al mismo concurran. Es extraño: tanto progre de guardarropía, tanto intelectual anticapitalista, prestos además a soltarte a la cara su rebeldía de diseño, venga o no a cuento, tantísimos ellos en número y cada con a cual más dramático golpe de pecho incluido, que, como decía el otro, somos la reserva espiritual de Occidente, y a ninguno le incomoda la estafa colectiva que es el Premio Planeta. Como que buena parte de ellos se encuentra entre la nómina de sus selectos ganadores. Qué cretino reclama hoy justicia para el Planeta.
     
     Pasa con el Planeta algo similar a lo de la Telebasura, “vamos, a mí me ponen cien kilos delante y es que, vamos, firmo lo que sea, no te jode”, porque no en vano una misma glamourosa Mugre homogeneiza y engrasa muy similares engranajes. Han envilecido tanto las conciencias que la gente comulga ya con ruedas enteras de Planeta. Habrá piquetes contra el tendero de la esquina, arrasarán los antisistema por horas las tienduchas de la Ciudad Condal, no lo dudes, lector mío, pero la  fastuosa velada anual del Planeta, toda esa buena sociedad literaria de los negocios raros, transcurrirá un año más con insólitos brillos de flamante jade. Cómo era, sí, “…Y un año más, fieles a su cita con los lectores, la tradicional ceremonia que dará a conocer el ganador del concurso de más elevada cuantía de cuantos se celebran…”.  Sí, muy edificante todo. Por supuesto, es que Eduardo Mendoza también es “moooi bueno”.
    La ganadora del año pasado (Contra el viento), que me la tragué, -una amiga me la pasó gratis et amore- , no era una novela: era una calamidad. Daba risa, sí, pero daba también mucha rabia leer aquello. Con el puñado de buenas obras de caridad que pueden hacerse con CIEN MILLONES de calas, y aliviar así tantas angustias inaplazables en personas de carne y hueso, el soltarle un pastizal tan colosal a una cosa como aquella, sólo puede considerarse, para quien aun tenga de verdad algo de corazón, un crimen de lesa humanidad. Eso sí, por supuesto, la escritora agraciada, el inequívoco mensaje que su laureado libro destilaba, relucían por la tierra, el mar y el aire de todos los “media”, que encantadísimos de sí mismos –premiaban a uno de los suyos- con enormes ditirambos acogieron el “fallo”, como insuperablemente supersolidarios ambos.
    
      No se ha cortado un pelo el mismísimo autor –muy propio también de estos tiempos más que cínicos- en escenificar, calentita aún la tela marinera, la tenebrosa trastienda de la cosa: “Hace muchos años recibí una llamada del señor Lara en la que me animaba a presentarme al Planeta (claro, claro, le animaba, igual que el público a los ciclistas destacados) … le dije, hombre, ahora no tengo nada… posteriormente, cuando ya estaba en Seix Barral, volvió a telefonearme y le dí la misma respuesta. Justo antes de que él muriera, por tercera vez me telefoneó e insistió… (qué bonito, la inminente cercanía de la muerte, la tentación del más vivo, a la tercera que va la vencida, ¿o sería la tercera negación como la de San Pedro in illo témpore) …le respondí que no tenía nada que se pudiera publicar. Él me contestó que lo que yo no tenía era lo que hay que tener para presentarse... (impresionante la testicular apelación, no entre militarotes facciosos, no, sino entre sagrados clérigos de la Cultura esta vez, que a la postre conmovería al renombrado autor, que vean con qué arte remata la peripecia, “creo que he saldado mi deuda con el señor Lara; él siempre me empujó hacia el Premio Planeta”. Bravo, sr Mendoza: la culpa fue del cha-cha-chá. Será difícil que su novela de ahora supere este vibrante tejemaneje de pasión, dinero y muerte.
    Y más, en reciente visita a Cádiz declaró Mendoza, tan campante: “los escritores tenemos nuestro tiempo, como los futbolistas (y como las starlettes de la Mugre). Mi temporada ya pasó (visto lo visto, no del todo, Mr Mendoza, qué portentoso dribling de despiste sin árbitro que sancione el fuera de juego, es más, con aplausos y cena de gala y todo). “Literariamente el cuerpo me pide ya poco. La que me pide es la cuenta corriente, que va adelgazando”. Magistral revelación: ¿hay o no, paciente lector mío, materiales para un novelón en verdad planetario?
      No deja de sorprenderle a uno la extraordinaria afición que le tienen algunos muy consagrados autores a la acumulación de premios –con lo refractarios que dicen ser a todas las leyes de la competitividad-, de dignidades, en fin, está feo decirlo, también a la de cuantiosos metales viles. Amachambrarán para sí el multimillonario cheque, posarán, fieros de dientes –como la Pantoja y su Cachuli- para la prensa mundial –por ver así de amejorar su caché- y luego, eso sí, dejarán para la posteridad un par de frases redundantes sobre la injustísima distribución de las riquezas en el mundo en que vivimos, en que cada vez los más ricos tienen más y los más pobres  bla, bla, blá. ¿Tenía poco reconocimiento acaso D. Eduardo Mendoza?   ¿Qué le aporta a su trayectoria el Planeta? Qué preguntas tan estúpidas se me ocurren a mí hoy. Ya puede, eso sí, celebrado el Planeta, empezar un nuevo Gran Hermano, que la Milá, otra que tal, está que lo tira.  

domingo, 17 de octubre de 2010

Match Point (el mío, claro)


    
     El viernes en la noche estaba yo padeleando un rato, (la otra afición que, junto a la del Antro, le sirven de oreo a mi confundida sensibilidad), y al final, como dicen jóvenes y jóvenas, se me fue la Pinza, la verdad. Es cierto que, tras ardua batalla, éramos nosotros quienes habíamos por fin ganado. Es verdad que los de enfrente eran dos yogurines, más peripuestos en complementos deportivos a la última que sendos maniquíes del Corte, por lo que yo, -no, mi compi, Javier, un tío normal-, con algo de zarrapastroso carcamal de otra época siempre encima, -y cómo, entonces, ser fan de mí- experimenté de golpe en todo mi fuero interno esa sádica satisfacción que el darle una buena lección a dos chulitos con ínfulas siempre proporciona a los ya talluditos. A mí con ínfulas, que me sobran todas.
    
     Todo eso es verdad, pero, por el amor de Kafka, José Antonio, a qué venía hacerlo, y mas a aquellas deshoras –noche cerrada y sin estrellas entre las alambradas algo mohosas de la pista de un polígono industrial perdido entre los suburbios madrileños, rabiosísimo match por conseguir el puesto ciento cuarenta (de entre doscientos) en un ránking B de quinta regional- a qué venía, José Antonio, dime, aquel gesto tan innecesario. Eran de verse las trazas mías allí: calzonazos blancos que, claro, me venían grandes, roja camiseta algo justa y condecorada de manchurrones de sudor, calcetinitos grises de lana áspera, mis canillas, flacas y peludas, mis seis dedos de frente perladísimos,  tanto como el futuro de Ana Rosa Q, y el resto de los pelos pegoteados al coco como si me hubiese lamido el careto un rumiante, en fin, cómo ser fan de mí. Además, es que yo no había tenido gran cosa que ver en la victoria, -y cómo podría haber tenido algo que ver con la misma, si sobre la cancha soy más malo que la droga-, que fue Javier el que sobre todo había desmochado a aquel par de gallitos corraleros. Entonces a qué, José Antonio.
     
     No lo sé. Quizás me arrastrara la luna nueva, tan nueva que por allí ni se la veía a la pobre, como a otros en licántropos transtorna la luna llena, no sé. El caso es que estrellaron ellos por último la bola contra la red, estallaba ya, pues, la nostra Victoria, y al punto, se me escapó la pala hacia el suelo e igualito que el brasileiro Kaká, transido de abstracto y cósmico agradecimiento, cerré los ojos y elevé, en uve mayúscula también, los brazos y el rostro sudoroso hacia arriba, hacia el hexágono inmenso de aquellos cielos industriales, también con los índices  apuntándolos, como ungido en el completo silencio de la noche tan serena. En esa postura mía debió transcurrir un tiempo eterno.
     Entonces no, porque estaba un poco ido, pero más tarde pensé que por alguna razón las celebrities lo son, que mientras cuanto de ellos sale de forma natural resulta como adobado de gracia, por fuerza mi burdo sucedáneo debió parecer allí muy desgraciada patanería. Quedaron los tres testigos de mi éxtasis suburbial paralizados un instante interminable, rehenes de mi impresionante pose, qué cuatro, qué cuadro, aunque pude muy pronto a la vez escuchar, entremezclados y sueltos al tiempo, la dramática interrogación de Javier (¿tío, te pasa algo?) y el áspero murmurar de los contrincantes doblegados (“será TONTO el tío éste”).
    
     No le faltaba razón a ninguno, y como en realidad uno bien poca cosa es, rápido aterricé y  toda suerte de disculpas y de ademanes reparadores, por si acaso husmeasen ellos su dignidad ofendida, allí mismo con extremada modestia les ofrecí. “Perdón, perdón, de verdad, no quise ofenderos, es sólo que tengo el codo fatal y así, con estos estiramientos, lo alivio un poco, de verdad, en ningún modo, quise yo…”.  El dúo de maniquíes algo masculló entonces entre dientes, aunque, por suerte, pronto chocamos todos las manos, como si de nobilísimos nadales y federeres en wimbledónicos lances estuviéramos hablando, y algo doblados ahora por el peso amargo de la derrota  rápido se perdieron, como principitos destronados, más allá de los reflectores de la pista, entre la negrura espesa de la noche.
     
     Luego, aunque eran ya las mil, dentro del coche, el único vehículo en medio de aquel desértico y descomunal paraje lunar, celebrando con alegría desbordante el triunfo con Javier, el verdadero Héroe de la noche poligonal, algo más consciente ya de lo que me había ocurrido, le expliqué: “verás, Javier, es que esta mañana en el blog de Santiago González salía una foto de la Cospedal con tacones dándole al pádel, que ya le vale a la tía, que a mi plin, pero es que en un lateral de la misma foto, a la izquierda y en segundo plano, junto a la alambrada,  como una Sirena serenísima y homérica, como izada sobre el pedestal de una sonrisa clamorosa en sí como un sol de octubre,  comparecía una rubia en verdad interesante… bueno, pues todo el santo día he llevado en la chola la imagen de la rubia esa, asesora, periodista, lo que fuera en la comitiva de la Cospe, y en la bola última, me tocaba sacar a mí y entonces hasta me temblaba la paletilla, así que, mientras la botaba unas trescientas veces, acuérdate, que incluso tú me miraste raro, con  las fuerzas que me quedaban me concentré  en ella, como invocando mentalmente su intercesión y… bueno, por fin saqué, y el par de toláis esos la cagaron, ¡hemos ganado, colega! y me salió entonces eso, agradecérselo con los ojos cerrados a la rubia anónima, y por un instante, te lo juro, Javi, hasta creí sentir sobre los párpados el calor mismo de su risa que desde las alturas me diera como su bendición… ¿tu crees que debería averiguar quién es ella, a qué dedica el tiempo libre y tal, escribirle algo y tal?... eh, qué, qué me dices, Javier”.
     Y Javier, mi compi, con algo de impasible John Wayne en las maneras, me dio entonces todo serio -el Héroe Circunspecto mirándome muy preocupado a los ojos dentro del coche-, la respuesta del millón: “oye, Jose, de verdad…¿te pasa algo?”. Y justo entonces rompió a carcajearse como un poseso el muy.

sábado, 16 de octubre de 2010

Illa, Illa, Illa, Montilla maravilla (Queda también terminantemente prohibido reirse)


     Para mí que las juventudes socialistas de Cataluña quieren "matar al padre". Primero, que si la Nocilla de Montilla, el Montilla dream, vamos, ahora que si Supermontilla, (ah, cómo degeneran las juventudes,dónde han quedado aquellos sesudos tochos progres que  entreveían siempre el fascista perfecto tras los superhéroes yanquis del cómic), en fin, que la lluvia amarilla sobre Montilla es una maravilla. Se ve que los yogurines del PSC intuyen serios problemas de personalidad en su balbuciente líder. Se les ha ido la mano en el bálsamo de Fierabrás, en el ungüento amarillo. Tanto la caricatura como la hipérbole favorecedora, para que funcionen algo, han de mantener cierta referencia al modelo en que se inspiran. Hay que tener muy poco sentido del ridículo para querer hacer pasar como un Titán a un señor que, con todos los respetos, a lo que más recuerda es al insulso perfil del más grisáceo cobrador de pompas fúnebres imaginable, con carterita en mano y todo. Se le ocurre al PP presentar así a Montilla y tiempo le falta a Rubalcaba para ordenar sotto voce a sus condecorados superpolicías esposadas detenciones de cargos del PP en prime time. Ahora que quiere Chacón prohibir hasta los abucheos que flotan en el Viento, como si incluso éste por derecho natural fuese suyo y solo suyo, habrá de prohibirnos también la risa, que se nos desfigura mucho el rostro por la chunga de ver así de idealizado/desfigurado/ridiculizado  al muy Honorable presidente de la Generalitat. Mírenlo, paladeen esa mezcla de marmóreo rostro de héroe del trabajo soviético sobre el gesto macarrónico. Recuerda sobre todo a Ruiz Mateos cuando caponeó a Boyer por haberle quitado todo lo suyo. ¿Acaso va Montilla a darle lo suyo ahora al que deseaba a gritos en público la muerte al Borbón? Si es su aliado. Como en las novelas malas: cualquier parecido con Montilla, pura coincidencia. Queda, por Machacón Edicto, también terminantemente prohibido reírse. Pásalo.


viernes, 15 de octubre de 2010

Queda terminantemente prohibido abuchear a ZP

    
     Desde el momento mismo en que el indiscutido e indiscutible Presidente bajóse del coche oficial y pisó con su galanura habitual el suelo del paseo de la Castellana, el inmenso gentío allí presente estalló en  atronadores aplausos solo a su graciosa persona dirigidos. De nada sirvieron las artimañas protocolarias, incapaces los barrotes y la distancia kilométrica de contener el clamor multitudinario: parados oficiales y parados en cursillos lost in Oslo, oferentes y diferentes, jóvenes y jóvenas, sindicalistas y comerciantes, funcionarios y pensionistas, una espesa marabunta ciudadana ovacionaba sin cesar a su admirado presidente. Hasta la oficial televisión comprendió la necesidad –por no incomodar en demasía a la oposición- de maquillar un poco tan extraordinario fervor. Eran todos ellos, todos los que a rabiar aplaudían, supiéranlo ellos mismos o no, de la extrema izquierda, claro. Rebrincaban las ovaciones y los cánticos enfervorizados como olas rugientes de un mar inmenso  que rompieran a la vez en la cara misma del susodicho Presidente, que por jamás de los jamases habría nunca de fallarles. Eran de tal estruendo el júbilo y las aclamaciones que el Pueblo en la calle tributaba a su presidente que ni siquiera el momento sagrado del himno nacional se respetó, ahogado por los ensordecedores vítores. El Rey y los Príncipes, claro, no pudieron por menos que mostrar en su círculo íntimo el hondo desagrado que esa falta de consideración les causó.
    
     Y el Gobierno entonces, ante la inconmensurable deferencia, ante la emocionada devoción que siempre en el ejecutivo socialista palpita hacia el Ejército español y hacia los caídos en combate por España, determinó ordenar que quedaba a partir de ese instante terminantemente prohibido (sólo la penúltima prohibición, en la larga letanía de proscripciones en que el socialismo, so capa de libertades sin fin y optimismos antropológicos sin tasa, siempre consiste)  aplaudir al presidente en el Día de la Fiesta Nacional. Que mucha pose guay con que la Tierra pertenece al Viento, pero hasta al Viento, incluso a los ecos que flotan en el mismo quieren ellos ponerle su mordaza censora. Cómo si no iba Rubalcaba a contarles a los embajadores la bárbara afrenta recién vivida, tanto entusiasmo chivato.