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martes, 30 de noviembre de 2010

Sara Carbonero sostiénese ahora mejor (todavía)

    
     Cada vez que nos asomemos ahora al telediario ese de Telecinco y la veamos, boquiabiertos como el niño del anuncio del Metro al arribar a la Puerta del Sol, sólo nos quedará ya exclamar: Sara, está todo PERFECTO.
      Que si Pajín profetizó un muy famoso planetario acontecimiento –Obama y Zp a los mandos de la nave del mundo- también a su modo la sin par Aido, Excelentísima Señora Ministra del Gobierno del Reino de España, aventó en su momento la trascendental novedad de que puede hoy en día una joven “ponerse tetas” (incluso siendo menor de edad) cuando a ella misma le peta. Dicho y hecho: quiere Sara C, poco más que una niña, a lo que se ve rozar más y más la divina pluscuamperfección, por más que la mayoría inmensa, creo yo, no hubiéramos reparado –no sé si Javir, muy perspicaz observador del género- en que necesitara ella refuerzo artificial alguno sobre las protuberancias mamarias que a ella Natura otorgó.
    
     Es fácil, moviéndonos en estos terrenos pantanosos, el deslizarse por una pendiente errónea y que hablen en uno sobre todo la envidia o el despecho –acaso éste nunca mejor nombrado- por no poseer quien habla ni por asomo éxito ni belleza tales, máxime en el caso de una mujer, a la que parece siempre exigírsele y miroteársele lo suyo mucho más que a los hombres triunfantes en idéntica situación. Debe acostumbrarse sin embargo quien sobre sí reclama las miradas –lo que nos llevaría de nuevo, qué pesadez, a releer el cuento de al pasar la barca- a que no sean estas por fuerza únicamente de arrobo o de suspiración. Por supuesto que tiene Sara Carbonero todo el derecho del mundo a operarse de lo que a ella se le antoje, y que sólo cabe desearla cuantos triunfos y en todos los órdenes de su vida pueda ella alcanzar. Pero quizás quepa, sí, reflexionar un poco sobre lo que, en tanto que personaje público en la cima de la popularidad, sus gestos –no en vano puede quererse ser una Diosa- significan y revelan también acerca de nuestra sociedad.
    
      Nada más natural el que, si los avances de la cirugía lo permiten, una mujer mayor o una joven anónima –o un hombre- poco agraciada deseen, si les es posible, enmendarle la "plana" a la Naturaleza y sus leyes, que nunca son ellas del todo sabias, contra lo que tanto se dice. Lo que en el caso de Sara C y sus impostadas protuberancias pectorales acaso un poco sorprenda es la obsesiva búsqueda de la total perfección en una jovencísima triunfadora por todos ya de por sí alabada y deseada –salvadas las distancias, viene a ser como ese multimillonario que presa de acaparadora neurosis sigue afanándose por apalancarse más y más millones, que incluso ahora, como ellos mismos se huelen que habla eso mal de su imagen, tratan de disimularlo con impresionantes donaciones a oenegés más unas cuantas fieras aseveraciones anticapitalistas que en buen lugar les dejen-. De la misma manera, siempre una mínima imperfección física será la marca inolvidable de una belleza particular y a la vez el salvoconducto último de una íntima y nunca intercambiable humanidad. Que la legión de top-models nos dejan ya –no sé si a Javir- casi indiferentes, pero Bárbara Streissand, ese patito feo,  sigue a muchos encandilándonos.
    
     Y luego están, visto el alcance y el revuelo multiplicador que la noticia de golpe adquiere, la enésima confirmación del estratégico valor que una espectacular apariencia física en nuestra sociedad adquiere y consagra, muy por encima de tantísimas otras cosas, que ya ni sabemos casi nombrarlas, y que por fuerza con su dura tiranía esa “ley” condena a la infelicidad perpetua a miles de personas –de la misma forma que nos resultan los grandes fortunones, por muy legales que sean, algo antipáticos frente a los miles de niños que mueren de hambre cada día, y no puede uno, por otra parte, operarse de todo- y también el desmedido atractivo que el hecho en sí, y el morbo informe que al mismo rodea, suscita como por ensalmo en los centros decisorios que en los mass-media deciden qué sea noticia o no.
    
       Porque podría darse perfectamente el caso de que nuestra envidiada y exitosísima Sara C esté también desarrollando espectaculares progresos en el dominio del griego clásico o de la física cuántica –con lo que de valiosísimo ejemplo, socialmente y en si, para niños y niñas supondría- y que de ello los mass media –Reinado de la Mugre again- no quisieran hacerse eco, conformando así, con la excusa inventada de servir en bandeja sólo lo que la audiencia quiere, unos gustos públicos chabacanos y algo bárbaros, que son en realidad los de esos ejecutivos, alguna vez cultos.
     No olvidemos que, desde luego que en muy revolucionaria pose, ya dijo la actual Ministra de Cultura todo lo mucho que ella admira a la impar Princesa del Pueblo, ¿vale? Pos eso.
   

domingo, 28 de noviembre de 2010

Tristeza post-blog

    
     Te contaré, lector mío, que me invade esta mañana, tras tanta altisonante llamada a Mr Follet, tras tanto… eso, el derivado que sigue a Follet y que rima con meneo, (que me he conjurado a no decir palabrotonas en una buena temporada, que me noto como si hasta tuviera la lengua sucia) en el Antro de las narices, que es que no puedo casi con mi arma de tan desaforado trote de lomos y caderas –mucho peor que tres partidos de pádel seguidos, dónde va a parar-, de tanto folletón simbólico, diríamos, que siento, digo, similar a la depresión post-parto, parecida a la melancolía post-coito, algo de tristeza post-blog invadiéndome el ánimo.
    
     Estaba este domingo la mañana escarchada toda y dura de frío. Y cuando va uno tristón –aunque sea sin motivo, por simple entropía del espíritu, después de tanta agitación- pasa la belleza de las cosas –la cristalería afilada del invierno, su arista heladora que lo vitrifica y distancia y pone en puntas de vidrio todo, como en una especie de gótico aterido los arbotantes de las ramas - desapercibida al lado de uno. Va uno encogido y como cerrado al mundo. Apenas veíase a nadie en lontananza. Iba además muy pendiente hoy de cuantas farolas me cruzaba, por motivos sobradamente conocidos. Aún me rascaba la frente al pasar cada una. Palabrototas, no, remember. Sapos, rayos y culebras como en los tebeos de antes.
    
     Entonces, al ir a cruzar un paso de cebra, “burrito congelado atravesando desfiladero de cebras momificadas”, ¿habráse visto animal de más futbolera indumentaria que la cebra? me dije, tratando de animarme algo con esa escasa lucidez mañanera, divisé al otro lado de la calle a una mocetona rubia que con ropas informales a algún sitio se dirigiría, digo yo. Su pelo parecía un solecito inverosímil al lado del que poner un segundo las manos. Ahí lo tienes, Jose Antonio, me dije, como cantaba Sabina, el encuentro que te ilumine el día. Me quedé, claro, clavado, como anticipando ya, poetastro avant-la-lettre, la conmoción. Encima ella me miró. Nos miramos entonces los dos de frente, desde un lado del camino al otro, con el desfiladero de cebras momificadas de intervalo que hacía tolerable la puñalada del mirarse, como en un instante en hielo congelados los dos antes de cruzar un puentecillo en medio de la taiga siberiana. Los semáforos en ámbar nos guiñaban los ojos a juego de ocres. Parecían abedules un poco tiesos. Creo que hasta esbocé yo algo parecido a una sonrisa. Hasta sin quererlo me brotaron entonces del tarro palabras preciosas cuyo significado ignoraba y todo, era sólo que sonaban tan bien, limpiaban tanto la punta de mi lengua estropajosa de Antro: grímpolas, amaranta, tamarindo, amaretto, almendras, prímula, palabritas así, como un grito de primaverales flores resquebrajando el témpano.
    
     Pero entonces ella, la rubia mocetona, prorrumpió en un bostezo tan enorme y horripilante, se le desfiguró tanto la cara en la boqueada, se le llenó el semblante entero de un brujeril aire que casi me causó espanto. Podría al menos haberse sonreído después, como corrigiendo con la voluntad el desatino del reflejo. Que había allí un poeta, leches. Por anónimo y quejoso que el mismo fuese, esas cosas las mujeres que valen es que se lo huelen, mujer.  Pero nasti. Y  algo del susto debió a mi reflejárseme entonces también en el jeto, porque es el hecho que seguimos luego cada uno en dirección opuesta nuestro camino, cada uno por la ribera que ya le traía, sin cruzar nuestras vidas ni siquiera en el instante insignificante de atravesar, al lado el uno del otro, el paso de cebras mítico.
   
     Y, claro, fue entonces como si le diera yo, cargado ya de todas las razones del mundo, mi personal bonjour a la tristesse. Sólo que al venir y contarla aquí, gracias a ti, lector, se disuelve un poco.
       

viernes, 26 de noviembre de 2010

Relato del Antro (Opus nº2, a la Grandragoniana maniera)


      
      Esto que aquí te dejo, atento lector, que atenta por su desmedida extensión contra las más sagradas leyes del Intenet, -te pediría, si fueran ya Reyes que te lo imprimieras, que lo saborearas despacito en algún rincón tú sólo, es decir, tú y yo a solas, alejados del mundo- sólo puede entenderse tras la lectura del Paisaje después de la Victoria que puse en esta pizarra tuya y mía hará un mes (2 de noviembre del corriente). Como el anterior ningún éxito tuvo, le he metido mano, buscando la manera de ponerlo en conexión con las obras ahora triunfantes, a ver si así una parte de ese éxito se le pega y puedo yo en algo descollar y ver en papel editorial publicadas mis obras y la legión de mis seguidores hasta el infinito y más allá incrementada, aunque fuera sólo en una décima parte a la de los que siguen a los afamados autores que tú sabes yo tanto envidio. Sirvan pues de introducción  al relato estas lineas que ahora siguen. Advierto, claro, que puede el nuevo relato herir la sensibilidad de alguna persona, que si no quiere verse expuesto al cúmulo de procacidades, similares a las que por desgracia a diario nos rodean, haría muy bien en ahorrarse esta malsana lectura que ahora propongo a los editores y al mundo en general.
                          
                      A MODO DE INTRODUCCIÓN
                                 
 (Yo, sr Follet, tampoco soy del todo bueno, acaso porque no encuentre alrededor mío  motivos muchos para serlo. Soy al cabo hijo de este tiempo detestable: persigo yo también como sea la Fama y el Parné. Es sólo, señor, que hasta ahora el ave de la Fortuna no enfiló hacia mi nariz el pico de su veleta, para darnos así los dos -pájaro de cuenta yo también- a la misma vez el pico mismo. Que no tuve puta suerte, vaya. Mis afanosos escritos, con esmero requetepulidos a la luz de la vela en la  covacha que me alberga, a ningún Editor movieron mas que a con soberbio desdén ignorarlos, haciéndome trizas de paso el alegre humor que un día por el mundo me moviera y que a cantar la hermosura entera de su orbe me impulsara.  Pero ahora, en la sazonada madurez de mi cabal existencia, ahora que de lo lindo agucé la pituitaria y que sin duda respiré yo, hasta aprehenderlos,  los fétidos elixires que sobre uno derrama el maná de los Ídolos Sumos arriba convocados, quiero conocer qué cosa sea esa que se siente atravesarte el cuerpo todo al tener la Gloria misma encima.
     Bueno, es el caso, sr Follet, que someto a su alta consideración mi retocado “Relato del Antro”, por si a bien tuviera Usted subvenirlo y darle aunque fuera mediocre publicación al mismo, que bien pronto, al participar el mío relato del huracán propio de estos tiempos supersónicos, esto es, al navegar por los aires con el viento a su favor, en volandas de muchedumbres lectoras me llevará, por lo que rápido no sólo habrá de reportarle a su justísimamente holgada buchaca ingentes masas de circulante sino que además  levantará mi romance justa fama a su instinto de muy fino editor, las mismas doradas excelencias que de refilón, vive Dios, a mi persona asimismo han de alcanzar. Y ahí, que está ya bien de tanto tártaro rollo, aguas van.)

    
     Pues ná, que Javi y yo nos habíamos cepillado en el pádel a un par de truchas superesportivos con cintintas reflectantes en las greñas y toda la pesca, y andaba yo como loco por mojar en birritas el Triunfo. ¿Qué passa, tío?, le espeté al muy legal peruano ilegal  que se ocupa de los carros en el Antro, ¿Hay muchas títis hoy, o qué, cómo está el patio?  “No sé, señor, ahorita recién llegué, pero dijeron que vendrá hoy persona muy principal y todo, por eso el jaleo de autos oficiales desfilando para arriba y para abajo hace una horita nomás”, me contestó.
    - No te jode, pues ¿no está el menda llegando? ¿Y que más Principal quieres? ... ¿Pero qué me estás contando colega? Tú flipas, tronco. Oyes, pásame material, tío, que tengo ganas de montar una guapa ahí dentro. Placa, placa, y tal.
     Me pasó el peruano, que tiene un careto que recuerda al de una máscara funeraria, el tema y para dentro que me fui. Bah, la misma fuliñaca de todos los jueves. Sólo que como habíamos ganado al pádel, iba yo entonces de un crecido total y me importaba ahora una mierda que aquella tropa pasara mucho siempre de mí. Le había tangao a mi hermano una camiseta de rejilla blanca que, con la movida del pádel, me quedaba niquelada, como un guante sobre la pelambrera de mi pecho de lobo en celo.  Así es que casi debí lanzarle un aullido a Amparo, la rubieja de la barra, porque el grito que pegué, a pesar del tumulto ambiente, hizo girarse hacia mí las cabezas de diez o doce toláis que por allí pululaban, lo que aproveché yo, hábil que es uno, para colarme en primera linea de la barra.
     -Amparito, cuerpo, dáme una Cinco Estrellas pero ya, mejor, dáme dos, qué cojones, anda. …Ostias, niña, que estás hoy para comértelo todo, joder, qué buena te has puesto, ¿que no?...
     Eso le dije, asomándome cuanto pude a la abertura delantera que ahuecó su camiseta rosa al inclinarse para coger el hielo. Un sostén negro de encaje, hum. La rubia me sirvió sin mirarme y se largó. Habíamos ganado, coño: le pegué un buen lingotazo al primer tercio y de puntillas divisé entonces el panorama. Como siempre también: en un rincón de la barra, encima del taburete del que jamás se mueve, sola, como casi siempre, el pelo rizado de Conchi, la cojita que a mí tanto me mola, con sus muletas bajo la barra. Y en la otra punta, también como siempre, la zorrona de Carola, como yo la llamo, a saber como se llamará la muy, rodeada de esa panda de anormales repeinados hasta las cejas que parecen sólo vivir para estar ahí husmeándole el chomino. Vale, está muy buena: tiene dos tetas y un culo perfectos, para jartarse, y gasta melena de leona, y qué. Vale, sí, me gustaría trajinármela, tener su culazo encasquetado entre mis muslos padeleros, qué pasa, aunque sea más boba que el asa un cubo. E imaginándome justamente eso, de un trago me trinqué la segunda Cinco Estrellas.
      Esa segunda birra aumentó más aún las ganas de quilar que yo ya traía, así es que me decidí a entrarle…a Conchi naturalmente. “Mira, tía, que vengo con la moral a tope, que les hemos dado pal pelo a dos cantamañanas al padel, joder, y que molaría mogollón montármelo contigo y tal, para celebrar la victoria y eso”. Entonces Conchi, como si estuviera habituada a hacerlo, contempló mi pecho lobo y de un tirón me arrancó tres o cuatro pelos que de entre la rejilla me sobresalían. “Ahhhh… oye, tía, a ti te echo yo hoy un polvazo que te cagas, como hay Dios que lo hago, que lo que acabas de hacer me pone eh? Sigue así y verás lo que te encuentras”. Conchi se rió de lado y puso bien firme su torso delante de mí. “Joder, qué par de aldabas tiene aquí mi prima”, pensé y casi se me saltaron los ojos tras las mismas y hasta alargué un poco la mano en instintivo ademán de toqueteárselas. “¿Te gustaría eh?”, fue todo lo que ella dijo entonces, insinuándose un poco más cerca de mí. Pero entonces pusieron a todo meter el Waka-waka y me apeteció mucho entonces a mí, antes de darme el lote con esas aldabas, hacer un rato el cabra en la pista imaginándome sólo lo bien que luego me lo iba a pasar. “Ahora vuelvo, niña, que voy a calentar un poco las extremidades, que el centro es que ya me arde”, le dije a Conchi, que me devolvió a cambio su sonrisa más casquivana.
     Sí, bailé, bailé y bailé con la excitación de un endemoniado. Me dio el punto, y punto. Con la emoción hasta cerré los ojos, igual que si me hubiera dado un siroco. A Amparo, en la barra, de verme tan suelto, se le cayó al suelo el vaso bordalés que adorna  la estantería de los whiskies caros. Abrí los ojos. Toda aquella fauna me rodeaba. Daban palmas. Uff, sudaba yo como un cerdo. Ví como me miraban especialmente las tías, y el deseo descarado con que lo hacían. Me empalmé a lo bestia, claro, y adrede seguí bailoteando, dejando mostrarse muy a las claras el calibre de mi empalmadura. Hasta que algo me pinchó por la espalda: …por los clavos de Cristo, ¡eran los pezones erectísimos de Carola!, que estaba allí ella moviéndose a mi lado como leona hambrienta de sexo. Le saqué la lengua como si le chupara yo ya el mismísimo, y para mi sorpresa, restregó más y más su despampanante trasero contra el mástil colosal de mi botadura.            
     “Va a ser que esta cabrona quiere tralla”, pensé y encima la peña aquella aplaudía a rabiar el simulacro de empalamiento que Carola y el menda andábamos ya más o menos realizando. Seguimos contoneándonos un rato al unísono más y más, soldados el uno contra el otro, como si fuéramos uno solo a la altura de la cintura. Como la tela de los respectivos pantalones era finísima, es que casi estaban las respectivas carnes frotándose en contacto y penetrándose casi de veras proa y popa, qué vaivenes, Dios, que llegó un momento que no se sabía quien jadeaba allí más alto si la rubia voluptuosa o el machacas del padel. Gritamos como locos a la vez como si nos sacudiera al unísono el mismo big bang que creó el mundo.
     Joder, ha sido un waka-waka brutal, le dije luego, tapándome un poco el manchurrón del pantaca, a mi Shakira del Antro, a quien le brillaban los ojos, medio vizcos de éxtasis.
     Y compareció entonces allí mismo, levantada con su taburete en vilo por dos camaretas del Antro a quien debía ella pagarles, Conchi enfurruñada. “Buenooo, verás,  ahora ésta tía agarra una muleta y me explota los huevos de una leche, verás”, pensé. Pero no. Todo el mundo había cerrado la boca y la música se había parado. Entonces Conchi empezó a lloriquear: “¿y lo que me habías a mí prometido, qué, era todo una mentira, hijo de la gran puta?”. Joooder, pensé. Saqué el material que a la entrada me había pasado el Intemerata y esnifé un poco, también para ganar tiempo delante de toda aquella tropa, que ahora podía volverse en mi contra. A voces le pedí al Pincha el Satisfaction de los Rolling, aunque antes lanzé un grito formidable, ¡y ahora, pedazo de cabrones… TODOS A METER!
     Explotó la música esa, y en efecto, formándose parejas, tríos y hasta quintetos, allí se desató una orgía colectiva. Me acordé entonces un instante de el Marqués, mi colega de farra, que siempre en esos casos pedía a voces “organización, joder, un poco de organización, que a mí ya me han encalomao cuatro veces”. ¿Dónde andaría metido ahora ese crápula? Me hubieran venido entonces tan bien su experiencia, el mundo que el muy cabrón tiene para moverse en tinglados así.
     Tuve que apañármelas, pues. Sobre el suelo del centro geométrico mismo de la pista yo me tumbé, y encima de mi cuerpo, a horcajadas sobre mí, yo mismo encaramé a Conchi. Dejé que ella, después de romperme a tirones la jodida camiseta de rejilla para ver la extensión entera de mi pecholobo salvaje,  me cabalgara luego a sus anchas, -oh, my God, notaba la guarnición de su sexo empapado como una acogedora cueva anaranjada de paredes rezumantes contra el mío encabritado- concentrándome yo con la lengua, después de apartar su blusa blanca, en recorrer sin prisa y en untar de saliva –no tenía allí nocilla, ostias- la quebrada entera de sus pechos magníficos, soberbios, turgentes y firmes como los de una jaca del Playboy photoshop incluido. Oh, eran de verdad increíbles aquel par de tetazas, colega.
     Allí dejé a Conchi, devastada de placer, como levitando sobre el suelo y sobre sus muletas que por allí también rondaban. Notaba yo, colmado de Victoria por todas partes, que algo innominado, decisivo y misterioso a la vez, me reclamaba aun en la salida. Habían vuelto a poner otra vez el puto waka-waka y bailaban todos como en un videoclip un poco desquiciado.
  
     Hum, la noche era veraniega, guapa-guapa de verdad. Huumm, respiré de nuevo, como un tigre después de darse un festín de gacelas, con las fauces aún ensalivadas y sangrientas. Allí estaba el Intemerata, que me hizo una reverencia y todo, “el hijo de la gran chingada, híjole, cómo les jaló el señor a las dos gochas esas, que hasta acá llegaron los meneítos, y bravo, mi Señor”. “Gracias, gracias, ya te lo avisé, que venía hoy con ganas de liarla; puedes retirarte, no es preciso que me rindas más homenaje, Intemerata”. Le reclamaron unas voces desde dentro del Antro.
     Ah, qué noche más increíble, me dije a solas, como devuelto a la realidad. Qué nochecita, todo lo que había yo metido. Hum, tenía ganas de cantar y de brincar de nuevo el Satisfaction ése de los Rolling. Pero entonces se desató en la calle un revuelo súbito de luces azules giratorias, de ululantes automóviles parapoliciales delante y detrás de un muy negro y reluciente coche oficial que de golpe frenó a la entrada misma del Antro. La espléndida ventanilla trasera, ahumada también de misterio, como en una mediocre película de suspense, fue muy lentamente descendiendo justo enfrente de donde yo entonces acababa de sonreírle a la noche. Y recortada contra el rectángulo oscuro del fondo del Audi apareció… ¡Dios mío, era ELLA!... el rostro bellísimo de Trinidad Jiménez, la ministra de mis entretelas. Era sólo que de su semblante había desaparecido ahora cualquier atisbo de su sonrisa legendaria. Me enfocó la ministra contra mis ojos los suyos, contrariados y durísimos ahora. Y de repente su mano derecha blandió frente a mí unas tijeras enormes, que con su brillo maléfico bañaron de irrealidad la noche. “¿Te acuerdas de Lorena Bobitt, no, listillo? Pues tú sigue haciendo tonterías en el blog y verás lo que a ti te va a pasar, chavalín”, me dijo. Y con el mismo estrépito desapareció y se perdió a todo gas en la noche el ministerial convoy.
     Llegó entonces el Intemerata. “¿Y qué paso ahorita, que veo que el señor se me empalideció?”.   “Nada, nada, bobolavaina, que creo que esta noche va a caer la de San Quintín”, le dije yo mirando al cielo. El Intemerata miró arriba y me miró raro luego. Pero para entonces ya me había perdido yo, raudo y silencioso tras las tinieblas de mi Victoria.   
   
        

jueves, 25 de noviembre de 2010

Al pasar la barca de Patricia Conde y de Paula Prendes


    
     Pensando y pensando en Paula Prendes y en Patricia Conde, tan galácticas ambas en la Televisión de la Sexta, dos de las principales niñasRoures, multimillonario trotskista, y en su CINISMO-CHICA FEA-NINGUNA OPORTUNIDAD-CRUEL-TELEVISION, la mente se me quedó en blanco, divagó luego en el tiempo, como en el lento balanceo de una hoja otoñal al desprenderse de la rama y se me perdió por entre los parajes ya algo invernales de la memoria, hasta prenderse sin daño en la Chica de la Rayuela de mi infancia, que sólo mis más dilectos-dilectos conocen. Bueno, si Orson Welles tenía un trineo, yo tengo una chica de la rayuela almacenada en los confines más remotos de mi melancolía. ¿Qué cantaba ella  - y qué cantaban también sus trenzas rubias cómo hélices de oro que en la tarde asoleada la impulsaran sobre el suelo, mientras sus manos con pudor indecible refrenaban el revuelo de su falda tableada- en aquel patio escuálido, cuando saltaba y saltaba a la comba con sus amigas, mientras yo, agazapado tras las cortinas de mi habitación que allí daban, contenía la respiración ante el estallido vivo de  armonía tanta? 
     
     Siempre ha querido verse en las canciones populares e infantiles la reafirmación de los cerrados prejuicios del secular orden dominante, que irían así moldeando las conciencias y aherrojando a la mujer en su tradicional rol subordinado. Supónese también que el triunfo en la modernidad del discurso ilustrado acabaría sobre todo con la llamada cosificación de la mujer-objeto, por la que ante todo se  valora en ella  su apariencia, lo que en alguna manera la encadena a una esclavitud perpetua, en detrimento de su más profunda valía. Y sin embargo basta asomarse a las televisiones de hoy para comprobar el estrepitoso chasco de esa pretensión.
    
     Se le ocurre a uno invitar a Paula y a Patricia a saltar a la comba y a cantar conmigo –también contigo, amado lector, si te place- y a fijarnos en lo que dice lo que cantaba en el año de la Polka mi chica de la Rayuela: “Al pasar la barca me dijo el barquero las niñas bonitas no pagan dinero… (hélos ahí en una sola frase mezclados unos cuantos misterios antropológicos de la existencia: aparición del hombre adulto con Poder, -tiene él una barca, mejor no indagar más en lo que la barca “represente”-, su invitación/incitación a la niña bonita que está en un lado del río y a quien el Adulto ofrece pasar gratis al otro lado, ¿a cambio de qué?, a la vuelta del cual no será ya la misma, rito de paso simbólico que exprimió de lo lindo Julio Iglesias en su “de Niña a Mujer, ah y el dinero, que también Poderoso Caballero es. Traigámoslo a la actualidad: tiene Roures una televisión, que se la dio Zp, y para pasar por ella las niñas guapas no han de pagar nada, les dice. Caperucita ante el laberinto, pues)… Yo no soy bonita ni lo quiero ser, yo pago dinero como otra mujer… (y he aquí también, impresionante a pesar de su modestia, el grito de dignidad y de liberación impensables en una cancion infantil, pues en ese yo no soy “bonita” no hay tanto una reivindicación de la fealdad cuanto una recusación a identificarse y a verse encuadrada en el manejable concepto de “belleza apetitosa” que el barquero maneja y al que por eso se le devuelve, rechazándoselo,    el cumplido interesado y manipulador, es decir, que lo que la niña  sobre todo afirma es yo no soy lo que a ti te interesa que sea; y fijémonos que, aun dentro de la brevedad de la letra, no sólo aparece bien remarcada la rebelión –no soy “bonita”- sino, con expresa vehemencia, radicada la voluntad futura de no serlo, es decir, afianzado así el pleno ejercicio de la autonomía –ni lo quiero ser-. Que “yo pago dinero…” (por tanto, que me he procurado yo, autosuficiente, los medios para poder ejercitar mi albedrío, y el dinero, en tanto que abstracto capital social que no atiende a razones de aristocracia lo hace posible, ése es el modelo propuesto) “…como otra mujer” (que pese a ser infantil canción es de Mujeres de lo que siempre se está hablando, y de mujeres en igualdad y en genérico, rehusada en pro de la libertad la discriminación positiva que el zalamero barquero propone).
    
     “Al volver la barca, me volvió a decir, las niñas bonitas no pagan aquí. Yo no soy bonita ni lo quiero ser, las niñas bonitas se echan a perder. Como soy tan fea yo le pagaré ¡Arriba la barca de Santa Isabel”. Que vuelva el señor barquero a la carga, y que la niña de la canción mantenga firme el pabellón de su autoestima resulta conmovedor. La cara que debió ponérsele al barquero. Y nuestra niña, crecida ya, va y le arrea encima un buen bofetón simbólico al cuadro de valores que el barquero en realidad transporta: “las niñas bonitas se echan a perder…”, que admite tanto la lectura realista del carácter meramente transitorio de la belleza física, como la interpretación moral de que una vez aceptados los códigos ajenos de alguna manera se han extraviado el valor y el amor propios. “Como soy tan fea yo le pagaré”, es el remate final en la que la burla al lenguaje del barquero, en apariencia y con ironía aceptándolo para de pleno negarlo en el fondo, es ya clamorosa, soy fea, es decir, soy, y te lo digo expresamente, lo contrario de lo que quieres que sea, y no admito regalías interesadas, así que adelante con los faroles de la barca que, no por casualidad, patronea una Santa.
       Mucho me temo que tanto la Prendes como la Conde, si por carambola mágica mi farragosa disertación llegara a sus oídos guapos, mucho pasarían de la misma. Bueno, siempre me quedará, mientras la cabeza a uno le rule, la chica de la Rayuela. Ni Roures podrá arrebatármela.


miércoles, 24 de noviembre de 2010

Paula Prendes y Patricia Conde, guapas y famosas

    
      La reportera de la Sexta, Paula Prendes, que ignora del todo, claro, la mía sórdida existencia, mucho más lóbrega aún de lo que en sí es si por contraste la ponemos al lado de la suya, tan reluciente de pantallas y primes-times, ha abonado con su testimonio de primerísima mano la hipótesis mía –la del penoso ensayista que en mí se alberga- del Reinado de la Mugre, que en síntesis consiste en: extraordinario acicalamiento formal junto a rufianesca rudeza argumental en los principales escenarios de representación pública, en las pantallas, vamos.
    
     Me sorprendió de entrada, al leer la noticia en la edición digital del Faro de Vigo, la forma en que presentaba la misma el que la redactó: Paula Prendes, decía allí, se ha mostrado “natural y sin pelos en la lengua” al responder a los lectores sobre la influencia del físico. Piensa uno ya que Paula se ha mostrado sincera y valiente a la vez, y en grado sumo, en la exposición del pensamiento que a continuación aparecerá, e incluso que el redactor mismo parece estar de acuerdo con ello. Y la misma impresión de hallarnos ante Verdad se asentaba más en uno al leer el preámbulo que le hacía Prendes al meollo de su revelación: “No voy a ser CÍNICA… ( primer redoble de franqueza), Me gusta ser clara… ( segundo redoble, por si el primero no se había percibido, que revela que tiene bien claro ella lo que a continuación va)  y te diré que… una chica fea no tiene NINGUNA oportunidad de estar en un programa como este, así de CRUEL es el mundo de la televisión”.    
    
     Es claro que Prendes se considera a sí misma bella… bella prenda, -perdóname lector mío el chupao juego de palabras- pues de lo contrario no se explicaría ella así, separando, cual tajantísimo Moisés, chicas feas al abismo, de un lado, y chicas guapas al cielo de la Sexta, del otro. Llama la atención también la seguridad y el aplomo con que Prendes se expresa, pasmosos ambos para la ternura que se da en  la Prendes, a quien vemos muy convencida de lo que dice, o como si lo que ella acaba de aseverar lo tuviera bien oido a su alrededor cientos de veces.
    
     Por supuesto que no nos caemos ahora de guindo alguno, y que siempre ha sido un poco así. Creo, también, que ahora la tendencia, lógico, dado el apabullante predominio de las imágenes, se acentúa en forma extraordinaria y nociva. Es como si el talento en nuestros días valiera menos que nunca. En todo caso, si siempre fue esto así, no digamos entonces que la sociedad en cuanto a meritocracia y surtidísimas discriminaciones se refiere, progresa imparablemente. Como nos enseñaron los progres a mil respectos, detrás de cada chica –o chico- guapos que triunfan, hay un montón, que no lo son tanto, tengan el talento que tengan, que van directos a la basura.
    
      Pero sorprende además en la confesión de Prendes ese condensado de palabras que quintaesencian a la perfección el mundillo televisivo, es decir, el principal escaparate de los valores en boga: en esa cadena CINISMO-CHICA-FEA-NINGUNA OPORTUNIDAD-CRUEL-TELEVISION enciérranse, en mi opinión de ensayista ya crecido, el alfa y el omega de estos tiempos detestables.
    
     ¿Cuál fue la reacción editorial del programa al hilo de la polémica?  El lenguaje universal de estos tiempos: el cinismo. “No es cierto –dijo la conductora Patricia Conde- aquí valoramos el talento y la capacidad de las personas antes que su físico”… ¡para a continuación hacer desfilar por el plató a sus monumentales trabajadoras!  Unas risitas enlatadas… y a otra cosa. Naturalmente el principal reproche a hacerle a Prendes y a Conde y a sus compis no es que sean guapas, que nunca la belleza puede ser delito, sino el contenido ramplón y vulgarote que su programa a diario ofrece. “Tienes que cuidar un poquito tus palabras, que luego llegan los criticones y dicen cosas como ésta”, le terminó por reconvenir Conde a Prendes, cuando viven ellos del más bajo despelleje cotidiano.
        
     Que siga siendo la sexualización más primaria y rudimentaria de la mujer y de su imagen el gancho principal que las cadenas (igualitas en eso a los más ancestrales mecanismos publicitarios) tienen para “colocarnos” sus productos, a todos debe hacernos meditar, así como el estrepitoso fracaso ideológico del ministerial feminismo bienpensante que de esta deriva a su vez se deriva. Que además sea en la Sexta, la cadena más amiga del zetapeico movement, que el mismo movimiento del Progreso y de la Igualdad en marcha es, presidida por un multimillonario señor Roures que encima dáselas de trotskista y que ha sustituido a las mamachichos de la 5 por las niñasRoures, donde se lleve a colmo la cosa, es muy notable asunto.
    
     Asi es que Paula Prendes, por todo esto, espera que cojo aire… ¡PAULA PRENDES!... ¡PAULA PRENDEES!... ¡PAULA PRENDEEEES!, si por albur del destino intergaláctico esto te llega, pues nada,  que  quédote muy agradecido, vamos que de ti quedo yo ya… prendado.

martes, 23 de noviembre de 2010

Historia de León, un cristalero roto (ahora sí)

    
     León es el cristalero de mi barrio. Junto a su hijo, con su perseverancia, con su buen humor, con su espíritu afanoso, lleva más de veinte años instalado, y desde hace unos cinco, cuando pudo ya rediseñarla, con el almacén y el taller separados, le quedó su tienda, donde expone las muestras y patrones de lo que con los cristales es capaz él de hacer, muy bien arreglada y dispuesta. Desde hace tres años empezó a notar, como casi todos, los primeros rigores de la crisis económica, que se tradujeron, claro, en los  escasos encargos que de parte del vecindario le llegaban, a la vez que los diversos impuestos sobre su actividad en nada menguaban. Iba, de todas formas, apañándose, sin menoscabarse en un ápice su habitual entusiasmo, al que quizás contribuyeran de por sí las tiesas crenchas que de la cabeza le brotan, familiares por todo el barrio esas greñas, que como de una  fiera jovialidad, a pesar de sus cincuentaitantos, le invisten.
    
     Llamó entonces a su puerta el anuncio del Ayuntamiento de la localidad, por el que se convocaban ofertas para acristalar un nuevo y suntuoso polideportivo que, cara a las elecciones, pretendía inaugurarse. Hizo León una y mil veces sus números y concursó. Le concedieron  el encargo, no se sabe si porque fue la de León la propuesta más beneficiosa o sólo porque fuera la única. Era una obra considerable y León tuvo que endeudarse para encargar materiales, maquinaria  nueva que necesitaba y dos oficiales más a contratar para en la fecha convenida tener listo el encargo. Trabajó duro León, y disfrutó haciéndolo a la vez, y su hijo también, al lado y dirigiendo a sus nuevos trabajadores. Pudo así cumplir el encargo. Quien no cumplió, claro, fue el Ayuntamiento, a la hora de pagarle lo convenido por su trabajo.
    
      Pensó León que sería una cuestión de tiempo, que, como siempre se pensaba, “estos tardan, pero al final pagan”. Pero no. El administrativo de turno, harto de rogarle que volviera dentro de quince días, a ver si por fin llegaba el dinero acordado, le remitió a otro negociado, y a otro. El concejal de la cosa al fin le recibió, y le ofreció disculpas, pero que si la construcción, que si también a él le habían asegurado que se dispondría de esos fondos, que si no se qué… y cuando León le dijo “pero es que a mí, señor mío, los bancos no me pasan una,… por qué me encargaron ustedes la obra si no tenían el dinero, que es para mí muchísima cantidad, cómo es todo esto posible”, no supo que más decirle, aunque ordenó que le comunicaran en lo sucesivo que estaba él siempre reunido.
    
     Agobiado por todos los pagos a que no ha podido hacer frente, tuvo primero que despedir a los trabajadores. No ha sido suficiente. Los apremios le llevan a tener que cerrar su tienda, Cristales LEÓN, a abandonarla, a liquidar su empresa, a terminar con el fruto del esfuerzo y del tesón que derrochó él a raudales toda su vida, a enterrar también el significado de vivencias y recuerdos entre esas paredes encerradas, y que sólo León puede saber lo que eso duele. Todo eso me contaba León el otro día, y no sabía uno bien del todo qué hacer frente a ese hombre abatido, de golpe encorvado, como de súbito domada a golpes su espontánea alegría ante mí, qué hacer frente a su amargura incontenible y a un futuro amenazador. No acerté a decirle nada, excepto a dejar un instante mi mano sobre su espalda. Cómo puede ser que el mangoneo de una administración pública haga trizas de un viaje lo que a un pagano de mil y un impuestos le llevó veinte años establecer.
    
     Nos despedimos. Me acordé luego primero de Bardem, que en Los lunes al sol, se liaba a cantazos con una farola porque le habían despedido. En España rozábamos entonces el pleno empleo. Yo no me puse, en nombre de León, a arrearle con rabia a la farola con la que antes me había chocado. Detesto y no valgo para la violencia, solo que uno es nadie. Luego me acordé, claro, de Juan José Millás, de su retórica invitación en el más señero periódico español a tomar las armas por motivo de la crisis. Me volví: los hombros vencidos y azules de León se perdían ya en la distancia. No, pensé, esa llamada a la violencia es un lujo que sólo se pueden permitir los escritores muy consagrados por el Sistema.
       

lunes, 22 de noviembre de 2010

Historia de León, un cristalero

    
     León tiene cincuenta y pico tacos y es el cristalero de mi barrio. En feliz coincidencia con su nombre gasta aún sobre la cabeza unas muy formidables  greñas, ya entreveradas de canas aunque tiesas, que le añaden el encanto de la respetabilidad a la indudable apostura majestuosa de su testa. León sobre León, vamos. Un Richard Gere, aunque de barrio, y casi siempre dentro de su mono azul mahón, condecorado de algún medallón de grasa que otro.  León tiene una pequeña tienda, cuyo amplio fondo le sirve a la vez de taller y almacén a su cristalería. Con él trabaja un hijo suyo que, por inicuos caprichos de la genética, luce ya radiante alopecia. Son los dos, en eso sí iguales, personas laboriosas y de muy afable carácter.
    
     Cuando el otro día tras la estela de mi despiste metafísico saludé yo con la cabeza a una farola en la forma y manera que ya conté aquí, entre los transeúntes que por mí con amabilidad suma se preocuparon estaba León. Yo a todos decía el consabido “no es NADA, no es NADA  de estos casos, aunque era entonces TODO para mí el picoteo de dolor agujereándome la chola. No iba  a restregarme y a frotarme la cabeza entera en todas y cada una de sus partes, y a ponerme a lloriquear allí mismo, como el cuerpo me pedía. Por eso quizás, y por la imagen que sin duda debió en todos dejar mi topetazo en la mañana novembrina -que se ve que de lejos y sin avisarme se fueron regodeando los muy en la inminencia del mío castañazo-, aunque mucho por mi salud entonces se interesaban, como de verdad compadeciéndose, también la mayoría a duras penas esforzábase –yo lo veía, lo veía entre mis “nada, nada”- en reprimir a la misma vez las ganas de allí mismo troncharse de mi percance. León fue de los pocos que permaneció todo el rato serio.
    
     Y cuando luego me contó él la razón de su gravedad, no es sólo que mi agudísimo picor al instante se esfumara, es que, lector, me sentí muy ridículo y culpable además, por más que nada tuviera que ver una cosa con la otra, salvo la de la simple yuxtaposición absurda de un suceso con otro de muy distinto cariz, la broma inocua de mi puntual tropiezo y el océano de aquella desesperanza, que ví allí a León de verdad abatido. Así de estúpida es a veces la vida, pespunteando las cosas más banales con muy espinosos episodios, y ahora mismo, aunque sólo sea en esta mísera covacha que apenas a algún sitio llega, quiero yo corregir como pueda ese absurdo que la vida a veces contiene, y no quiero por eso transcribir ahora aquí, al lado de la boba chorrada de arriba, la historia de León. Así que te encarezco y te suplico, querido lector, a que me concedas el favor de que  pueda yo mañana de verdad la historia de León a solas dejarte.   

domingo, 21 de noviembre de 2010

Una farola en el camino

    
     Iba yo la otra mañana, antes de entrar al tajo, con las manos en los bolsillos y haciéndole a pie cara al relente con muy arduas cavilaciones, que al cabo algo le encienden a uno, acerca, claro, de Juan José Millás, ganador del Premio Planeta, y a su teatral interrogación en el periódico más importante de España, acerca de si no deberíamos todos TOMAR LAS ARMAS contra los responsables de la crisis: imaginábame pistolas, metralletas, bombas, que imagino que de cositas como esas había de estar el insigne Escritor y no menos ilustre Intelectual hablando. Por supuesto que con un gobierno “facha” (que dirían Bardem et altri) bajo cuya administración hubiera casi cinco millones de parados, y los estándares de miseria y de angustia crecientes que se conocen en nuestro país, las barricadas y la sangre dominarían las calles hasta derribar al gobierno, hasta tal punto teledirige y controla los resortes últimos del Poder y la fuerza bruta la izquierda hegemónica. La famosa “Huelga general” es sólo el periódico recordatorio de ello, y de entre sus defensores principales salen, como vemos, los Ministros posteriores.
    
     Con un gobierno “progresista”, en cambio, como veíamos hace poco, los sindicalistas liberados dánse con gozo… a las mariscadas, que fotos y todo del sarao se hacen. De esta manera, el marasmo del descontento y del rencor sordo de tantos se diluye, se disipa, se fracciona y no hace masa, sin nadie que lo aglutine y catapulte, cuestión ésta que a los Ricoshombres de siempre, que podrían ver sus muchísimas riquezas en peligro, debe tranquilizar sobremanera. Y nada tiene uno, claro, contra el que de forma legítima gana pasta a espuertas y crea de paso riqueza, como, entre otros, face el adorable sobrinito del señor Polanco q.e.p.d.  Ese machihembrado perfecto de oligarquías económicas e ideológicas, contrarias ambas a las virtudes de una sociedad abierta y en competencia,  que consiguen que el rebaño entero nos apacentemos tan entretenidos con La Noria es un mecanismo diabólicamente eficaz.
    
     Y claro, atribulado como iba uno por tan peregrinas cogitaciones, que hacían la pesadez de las mismas cabizbajo el mío caminar, al final con notable estruendo acabé por toparme de frente contra la vertical gris de una farola, que podía al menos la graciosa haber encendido su luz en lo alto, como lúcida respuesta a mi frontal embestida, y haberme así dado al menos pie  para haber escrito yo luego con el castañazo un relatillo molón, con guiño simbólico y todo. Pues no. Hube, como pude, de disimular allí mismo, con gestos apaciguadores hacia los viandantes que por mí al momento se interesaron, el picante escozor que laceraba sin piedad mi melón ya casi de invierno. “Nada, nada,  no es nada”, decíales yo a todos, muy suelto de una risa floja, mientras por dentro querría allí mismo haberme rascado y rascado hasta el trigémino mismo en busca de apaciguamiento, tal era la mortificante picazón que sentía.
    
      Entre quienes por mí inquirieron, estaba León, el cristalero de mi barrio, que era de quien yo hoy venía a hablarte, lector mío, pero ahora creo que con tantas disquisiciones he abusado ya bastante por hoy de tu cortesía, lector, que en el internete lo extenso nefando pecado es que por nada se perdona, que hasta espantará dentro de poco todo lo que por más allá de dos frases transcurra, y va todo lo que de un vistazo no se abarca contraindicado a las prisas que llevamos hoy todos y al fugaz parpadeo que dedicamos a las cosas, y así de ralo me luce a mí el pelo cibernético, achichonado encima ahora, y por nada del mundo querría yo que por mi culpa te dieras tú, nobilísimo lector que ahí sigues, un coscorrón de hartura mía,  y que por latoso me mandaras a vacilarle a las farolas esas que tanto atraen las quimeras de mi frente ardiente, así que, carísimo lector, no te robo ya un segundo más, y mañana sin falta te hablo de León, esto es, como dicen los modelnos, mañana de León te cuento, o te comento, como tú prefieras.
    

sábado, 20 de noviembre de 2010

Sostres, mentiras y cintas de video

    
     Sostres y su olor a ácido úrico, Wyoming y sus masturbitos, Jordi G y el Kamasutra, Izaguirre y sus gayumbos, la Nebreda y sus gemidos, Montilla y la nocilla de sus orgasmos, los orgasmos de Zerolo, Laporta y sus estrellas porno, Alicia y sus videojuegos, los videos del chiquilicuatre de la Ugeté, Ridao (capitoste de la Ezquerra) y sus morreos con la redactora de la Sexta, la Milá y los suyos, el “Espe, si no nos das el cinco…” y lo que sigue de los metreros en huelga, Dragó y sus lolitas, Almudena y sus monjitas,  en fin para qué seguir con el mefítico aroma de estos tiempos detestables, l´air du temps indiscutible en el Reinado de la Mugre.
     
     Y estas toneladas de zafiedad incalculable (dice el del Sálvame, no en vano Premio Ondas, que es que hay que tener sentido del humor, hombre) que cada vez con más asiduidad vierten sobre la audiencia, hasta que nos hayan del todo pervertido el gusto a todo el mundo, hasta que borren de las memorias cualquier atisbo de un mínimo refinamiento, hasta que seamos nosotros mismos los que sintamos vergüenza de siquiera imaginar algo noble,  les hacen a ellos de oro, son la palanca de su ubicuo y lujosísimo caché. Sabe Sostres de sobra, como lo sabía Izaguirre, que los artículos serios nada valen, que la enjundia de los razonamientos o la pulcritud de la escritura no sólo ninguna puerta abren, sino que la cierran más y más a quien sin padrinos la enarbola, como si  su sola presencia levantara acta y fuera espejo de la inmundicia de los podridos cancerberos del Sistema que deciden lo que sale y lo que no,  y que sólo montando numeritos cada vez necesariamente más  chabacanos y estrambóticos arriban a la popularidad, es decir, acceden a los medios y a su suculenta pitanza.
    
     No son por tanto los rijosetes chufleteros de turno los responsables últimos de este hediondo estado de las cosas, sino la sistemática degradación de la instrucción que los políticos (algunos más que otros, of course) permiten, la decidida participación en dichos engranajes basurientos de los lideres de opinión sociales que “legitima” y prestigia  esos escatológicos circuitos que cada vez abarcan más espacio, y los directivos de los medios de comunicación que, como sabemos, tienen  doce meses y doce causas, sí, doce causas para algún día ser ellos encausados como destructores sumos de la sociedad.  
    
     En la, para mí, magnífica “Sexo, mentiras y cintas de video”, la angustiada y reprimida protagonista le confiesa a su psicólogo: ¿cómo pensar en hacer el amor con tantas toneladas de basura por el mundo? A ver, Sostres, majete, dále tu la solución a la Macdowell. 

viernes, 19 de noviembre de 2010

Ken Follet, Juan José Millás, yo mismo


       
       Abramos de nuevo de par en par la cibernética Gran Ventana, asomémonos otra vez un instante a la interespacial Eternidad, llenémonos de estelar oxígeno los pulmones y lancemos entonces de nuevo a esta inmensidad nuestra voz desesperada… ¡KEN! … ¡KEEEN! … ¡KEEEEEN!, por si diérase el caso de que una extraña conjunción de astros obrara el prodigio y llegara mi reclamo a los egregios oídos de Mr Follet just a minute, el tiempo necesario sólo para decirle que gratis et amore le acarreo yo nuevo material sobre la intelectualité hispana, mucho más morbosa y fabulosa que la interminable trilogía por Usted proyectada.
    
     Tráigole yo hoy relación del muy insigne Juan José Millás, galardonado y afamado escritor donde los haya, que casi sonrojo da el recitar las credenciales interminables de sus éxitos: Premio Nadal, Premio Primavera, Premio Nacional de Narrativa, y, claro, Premio Planeta también,  por citar sólo algunos y no abrumar a las mismas estrellas con el lustre de sus prestigiosos entorchados. Es un galáctico de nuestras letras, Señor. Acaso habrá que ir pensando también en levantarle en vida alta estatua también a él, y emplazarla en la misma calle de Ferraz esquina con Gobelas, por razones que pronto habrá usted de entender.
    
     Con no ser moco de pavo todo esto, tengo para mí que el verdadero triunfo, la distinción que a uno de verdad ha de ensancharle de veras por dentro, y hasta llenarle de paz y de música celestial el hondón del corazón, debe hallarse sin duda en que pongan de uno, como es el caso de Millás, en la biografía de la Wikipedia –la Enciclopedia de estos días aciagos-  estas sin duda más que divinas palabras en las que cífranse la clave de su Gloria enorme: “ Empezó a colaborar en la prensa con gran éxito, nacido de su imaginación y de su insobornable compromiso con los desfavorecidos, de suerte que dejó el empleo en el gabinete de prensa de Iberia y ahora vive del periodismo y de la literatura”. Ahh, lo que debe a uno estallarle por dentro, sr Follet, al de sí mismo leer cosa así. El insobornable compromiso con los desfavorecidos, ahh.  
    
     Columnista habitual además en el más principal de los diarios españoles, asiduo colaborador de las más prestigiosas emisoras de radio, reportero y entrevistador de muy alto postín de los humildes –si hemos de creer a Millás- gobernantes socialistas,  ante los que él un poco se derrite para a cambio extraerles un muy preciado jugo que redunda en siempre renombradas declaraciones. Repasemos su mérito indudable: a De la Vega le sonsacó la increíble historia de su padre perseguido; de Rubalcaba, ministro todavía, le fascinaron los movimientos “un poco hipnóticos de sus manos”, y, quizás por eso un poco hipnotizado, le preguntó (junio de este año):
-¿No aspira a ser Vicepresidente?
Y respondió entonces Rubalcaba, con la Verdad siempre en los labios, que es él incapaz de mentir, que se lo prohíbe su código genético, si de sobra lo sabemos:
-Me hace mucha gracia cuando dicen eso. ¡Dios mío, volver a la Moncloa! Ya estuve allí y NO quiero volver.
  Ante Felipe G en el propio texto reconoce Millás que el exponerse a su plática le provocó “un estado hipnótico que anula casi todas tus capacidades”, pues debe, a lo que se ve, tener mucho el socialismo CINCO ESTRELLAS de suspensión del juicio… y de insobornable compromiso con los desfavorecidos, claro.
   Zapatero, en cambio, se adelantó a Millás y fue el Presidente quien al Escritor preguntó… “que si es muy difícil escribir un reportaje… con un gesto (en la pregunta) de estar a la escucha que me conmueve, de modo que empiezo a mostrarle mi cocina… con una sensación insoportable de cazador cazado” (así lo transcribe el Escritor, como al despertar del sueño conmovedor).  
    
     Convendrá conmigo, sr Follet, en la apasionante peripecia de Millás frente a los Grandes Hombres, y Mujeres, claro, de la Monclovita gobernanza. Es de todas ellas quizás la interviú a González en la que Millás, sólo preguntando, y eso lo hace con arte, más nos habla de sí mismo, porque le encasqueta (en realidad NOS encasqueta, que González las da la vuelta y se queda tan pancho) tres preguntas que son tres puñales a las conciencias, que son como un estruendoso do de pecho en tres actos con el que el Escritor se planta frente al mundo: ¿cree usted que hay alguna posibilidad de que los seres humanos se puedan relacionar en una estructura distinta de la del mercado? ¿estamos viviendo un totalitarismo del mercado? Se está pagando con nuestros impuestos una crisis que no hemos provocado nosotros ¿No es como para TOMAR LAS ARMAS?
    
     Dígame, sr Follet, si no debería al menos darle un poquito de vergüenza el arrojar esos dramáticos aspavientos (enalteciendo casi el terrorismo, hace falta valor) un tan insigne miembro del establishment y de la multinacional prisaica. ¡Un ganador del Planeta, que cien kilos se llama el invento, más lo que en sí significa el premio ése, llamando a “tomar las armas! Pero luego, sr Follet, recapacité. Recordé la magnitud enorme del éxito en Millás, el orden refulgente de su nombre. Este es, me dije aquiescente, el air du temps: el de los heroicos millonarios progres que odian el Sistema que a ellos por encima de la Humanidad entera encumbra.
     De forma que, Ken, please, hágale caso a este don nadie, y si quiere en su nueva novela reflejar el espíritu cierto de este tiempo, abandone su letárgico proyecto y escríbale a Millás, a Almudena, a Dragó, a tutti quanti, la novela ejemplar que ellos, insobornables a más no poder, se merecen.  
    

jueves, 18 de noviembre de 2010

Millás tampoco se contiene, pero Felipe G se mantiene


    
     Millás le duró a Felipe G apenas dos asaltos. Al segundo párrafo de la jugosísima entrevista ya el inteligentísimo escritor habíase rendido con letras y bagajes al resplandor filipino. Asistamos estupefactos a la tan pronta licuefacción de Millás ante Mister Equis: “Con la suavidad de un péndulo, se desliza del pistolero (¿eh?) de las palabras (ah) al hombre cansado, o del señor mayor al chacal joven (bravo, Millás, qué habilidad para sin decir decirlo todo, Chacal, el asesino de la mercenaria OAS que tuvo a De Gaulle en la mirilla de su telescópica), o del pragmático al utopista, lo que provoca en quien lo escucha un estado hipnótico que anula casi  todas tus capacidades (¿casi todas? ahí mismo pónese ya Millás de rodillas). No importa la cantidad de prejuicios con que te acerques a él, de todos acabas desprendiéndote al cuarto de hora de iniciada la conversación. Durante la plática… (ahí si que se sale Millás, que nada más exacto que catalogar como plática al ex-cursus felipista, cada vez más próximo al de Fidel Castro en la dilación inmisericorde del mismo, que dijo también el vicepresidente Chaves después de siete horas con Castro que resultaba el Tiranosaurus Rex…¡fascinante!).
    
     A partir de esos presupuestos… epistemológicos (diríamos), aborda el Escritor el muy pantanoso manglar del vil metal. Aunque ya  lo había declarado hace bien poco a Mª Antonia Iglesias debió creer justo y necesario Mister Equis, con ocasión ahora de la monumental interviú en El País, como queriendo de un nuevo plumazo borrar los más insidiosos rumores,  proclamarlo de nuevo a los cuatro vientos: que anda el hombre un poco tieso, que no tiene dinero, vaya, que no querría él morirse “sin al menos tener una casa”.
    
     Y al abordar tan suculento territorio la entrevista es que se torna antológica, merecedora de periodístico premio. Díganme si no:
-Pero ya se está haciendo una en Marruecos.
-No, allí compramos una parcela y está parada  (y un ¡Aahh! como el de la Macarena de los del Río le sale a uno sin querer al leerlo)
-¿No se va a hacer una casa por fin?
-No, porque no tengo dinero para hacérmela… (el pobre, como de Berlanga, sí)… Cuando me preguntan por la corrupción, he pensado en mí mismo… no corromperme por el dinero no tiene mucho mérito, porque nunca me interesó. Sé cuales son todos los mecanismos para obtener dinero, pero jamás se me ha ocurrido. (Santo varón, piensa uno, ni Ghandi, ni Slim, ni Flick, ni Flock, aunque a continuación reconoce tan suelto de cuerpo as usual que en la Argentina es que HASTA LE REGALAN LAS FINCAS de tanto cómo lo quieren).
-Realmente, si usted quisiera, podría ganar mucho dinero en poco tiempo (apunta el sagaz Millás, quizás ya entonces un poco en trance ante el narcotizante penduleo filipino).
-Sí… sí podría ganar bastante dinero.
-¿Por qué se contiene? (pregunta, entre contrariado y estupefacto, Millás, que sí mordió, incontenible él, la manzana podrida del Premio Planeta).
-Porque tengo mucho trabajo y prefiero elegir yo dónde doy una conferencia (chúpate esa, Millás, a los etarras no sé, pero casi vuélate a ti ahora el tenderete, con las fenicias transacciones que ha de tragarse todo escritor que se precie, qué crack el tío de las cloacas reservadas, qué chacal, sí, oyes).
     Por qué se contiene, Millas dixit. Ay, lector, que esto, como Dominguín cuando Ava, he de contárselo yo mañana mismo a Ken, a Mr Follet, quiero decir.