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viernes, 29 de julio de 2011

Adoración mía de Ana Oramas, sólo mía (Relato, o algo así)



    
     Claro que, existen también riesgos imprevisibles en mirar demasiado a alguien. La primera vez que miré yo el video de Ana Oramas, la diputada canaria que tanto adoró a Zapatero, sentí por ella, y por motivos, lector, que no es preciso a ti explicarte, una ácida animadversión. Mas, como hube de verme el video varias veces –luego dicen que el bloggerismo es caro-, al examinar decenas de fotos suyas, al escuchar una y otra vez la melodía deliciosa de su trino, las claridades de sus ojitos chiribiteros, la donosura de sus cabellos como mechados en miel, la proporción delicada que guardan en el rostro sus rasgos, en fin, su perfil en algo bacalliano, poco a poco noté crecer dentro de mí el alien de un sentimiento encontrado y ambivalente que al final terminé por a mí mismo decantarme: tío, te has colgado con la Oramas, con Ana de aquí en adelante. Te has prendado de ella. Desde luego, eres más tonto que Picio.
     Y sin embargo, estas pasiones a contrapronóstico, que te salen al acecho sin buscarlas, son  quizás por imprevistas las que más agitan los corazones. No sé: la vida es tan rara, lector, y el Internete - la virtualidad fantasmal en que consiste-, ya ni te cuento. Prueba indubitable que no me dejará por fantasmón embustero –como de Zapatero sus debeladores decimos- de lo que aquí confieso, es el propio mío post sobre  Ana y su zetapeica adoración: empezaba yo el mismo con muy severo ceño censor fijo sobre la Oramas, para acabar el mismo literalmente rendidito y hasta besando –para mi propio ridículo- los invisibles pies de Ana. No dejaba de resultar todo una ironía, que de no ser de cariz internética, hubiera resultado en la realidad sangrante: había querido yo hacer mordaz escarnio de la diputada embelesada, extasiadita ante su Hombre derrotado, para acabar uno mismo hechizado y embobadito ante la diputada y el mistérico aire que la envuelve. Joooer, por qué será uno así.
     
      La obsesión por Ana subió de grado un punto cuando, para mi alarma, alcanzó la misma también los dominios del inconsciente. Vamos, que la noche en que puse en il mío blog ese post, soñé con Ana. El primer sorprendido, incluso en el propio sueño, era yo. Es que encima tratábase de un sueño… subidito de tono, claro. Pero, por otro lado, -por el lado oscuro ha de ser- conforme vas soñando, como sucede en la vida misma, por las buenas o por las malas te acabas adaptando, y al cabo, con las cartas que te han tocado, te aprestas como decía el otro… ¡a jugar! A jugar, yes, sobre todo este jueguecito. Eso sí, como si el mismo sueño quisiera por su cuenta hacer parodia de mi boba ilusión, no era un sueño en nada original, sino calcado de una película romántica basada en presencias incorpóreas de la persona amada, recientemente fallecida, alrededor de la protagonista.
     Y sí, soñé que era yo una presencia invisible alrededor de Ana mientras ella disertaba y disertaba, quiero decir, mientras derramaba ella sus musicales prédicas desde la tribuna de oradores. Y arrancaba el sueño, claro, besando apenas yo, y con suavidad de plumón nórdico en los míos labios, sus  pies. Ana apenas lo notó, aunque mínimamente alzara la planta del izquierdo en involuntario reconocimiento. Sin que ni Bono, tan atento a las joyas él, se diera cuenta, la descalcé luego yo de sus zapatos de hebilla, para que pudiera Ana hablarle al hemiciclo más cómoda. Ana lo notó, por supuesto, y miró un instante hacia abajo sin comprender lo que pasaba, sin poder verme, pero como estaba ella en el pleno uso de la palabra y nadie decía nada, siguió a lo suyo, mucho más confortada ahora, donde va a parar.
    
     Hum, los pies desnudos de Ana sobre la alfombra del Congreso, qué blancos y delicados eran, como conejitos de porcelana. No pude resistir la tentación de pasar despacio un dedo sobre la superficie entera de uno de aquellos pies. Tenía Ana los talones un poco resecos y se me ocurrió… untarlos bien de mi propia saliva. Oxigenarlos así. Ella dio un discreto respingo entonces, mas no podía interrumpir su discurso, pues nada ni nadie en apariencia la incomodaba.
     Sí, Ana, me sumergí entonces bajo el tiro de tu amplia falda estampada, que parecía desde allí abajo una bóveda translúcida, una tulipa de tafetán que envolviera en tonos ocres una íntima luz tuya. Contemplé desde allí las firmes columnas de tus muslos morenos y ese precioso retablo interior tuyo, y  el mismo dedo mío de antes fui muy lento haciéndotelo resbalar por el empeine y alrededor de los tobillos, ascendiendo por la duna vertical de tus gemelos, tan suavitos, hasta alcanzarte el envés de la rodilla, la corva, ese oasis tan sensible sobre el que hice oscilar un poco en zig-zag el dedo, como un bañista haciéndose el muerto. Creo que fue ahí cuando un poco se te quebró de más dulzura aún la voz, y pronunciaste desde el estrado aquello de “y que los demás no se rían”, que quizás nadie entendiera del todo. Nadie excepto yo, que era entonces el admirador invisible tuyo viviendo bajo el vuelo de tu falda.
     
      Y se vivía muy bien allí, a la vista de esos valles nemorosos, de aquellas suaves lomas y hondonadas, de aquellas anfractuosidades sólo adivinadas pero tan próximas a mis gafotas, y bajo el silbo en sordina de tu voz acariciadora,  poblada de unos ecos canoros tan sinfónicos que creaban ellos solos una  burbuja propia del mismo Paraíso. Es que además tu piel tostada, Ana, desprendía un aroma penetrante a sal y a yodo, como si una criatura recién arrancada desde las profundidades del mar, o desde una ciudad submarina de la Atlántida que tú regentaras, a la misma tribuna de los oradores del Parlamento hubiera sido de pronto proyectada, y nada, que apetecía mucho pasarle la lengua a tus piernas y comprobar así que eras de verdad, que no eras un fantasma de mi quimérica imaginación ciberesférica.
     Naturalmente, no lo hice. Hubiera podido armarse allí la marimorena entonces, y no era eso, no era eso. Era sólo amor, recuerda, Ana, no sexo. Así es que me conformé con seguir elevando con morosidad zen (de zenutrio embobao, quiero decir) la yema de mi índice en sucesivos círculos sobre tus muslos, de abajo arriba, una y otra vez, cara interna, cara externa, una y otra vez lentísimo mi dedo sobre tu piel atlántica, escribiéndote con la punta del índice muy suave mi nombre allí, jo-se-an-to-nio, punto sobre la i y todo, para que no me olvidaras, Ana, como si fuera yo un perista tronao, pero sin adentrarme nunca por manglares comprometedores, que acaso hubieran llevado la parlamentaria sesión por derroteros en verdad impropios. Y, a pesar de no ser uno muy experto acariciador, -no, no era yo el malogrado Patrick Swayze ni de lejos- si pude deleitarme, tan cerca de ti como me hallaba, Ana, en contemplar cómo en puntas se te soliviantaban todos las franjas de la piel tuya que podía yo divisar, y en escuchar el hondo latido de tu cuerpo que otra instancia de tu cerebro embridaba, y el propio titubeo en marejada de tu interior respiración, como cuando buceamos en el mar.
      
     Bueno, eso ya era más de cuanto podía yo soñar, así es que, como continuaba siendo  invisible presencia, quise disfrutarme entonces en ver cómo vivías por fuera y en las alturas las réplicas de ese íntimo temblor. Ah, qué guapa estabas, Ana, si hubieras podido entonces verte, cómo ese  reprimido sofoco sazonaba y daba color de verdadera vida a tus mejillas, cómo incendiaba tus pómulos y alisaba las lineas maestras de tu frente, cómo se te disparaban tracas de pólvora por entre los ojos, cómo se te enrubiaba más y más el pelo. Pero como hablabas y hablabas sin parar, que casi era que allí canturreabas, de lo melodioso que discurría tu acento, esa agua tan dulce, como nadie, salvo el muá, podía allí encimar el rubor de tu piel, nada trascendía, y ese secreto que sólo tú –cierto que sumida en una tremenda confusión que no podías mostrar- y yo –en pleno disfrute aprovechado de la verdad del cacao maravillao- compartíamos, era, sin duda, de todo lo mejor.    
     Incluso una gota de sudor empezó a cuajársete por entre las sienes, presta a resbalar  sobre el desfiladero de tu mentón. Mas, apiadado un poco de ti, ahogando así un poco de paso  la mala conciencia que, aún siendo yo sólo un espíritu, también me tironeaba, soplé alrededor tuyo para disolverlo, soplé todo alrededor de tu pelo y de tu cuello, y de tu pecho, procurándote así, lo sé, lo noté, tan cerca de tí como estaba, el impagable alivio a tu acaloramiento. Como el espíritu de la peli esa, giré y giré en torno tuyo en las más inverosímiles posturas –beneficios intangibles del espíritu-,  contemplándote tan de cerca, desde tantos ángulos y tantas veces, como nunca pude imaginar.  Hum, qué gustazo tenerte a un palmo, poner mi oido al lado de tu boca mientras hablabas, y colocar luego mis labios incorpóreos al lado de tu oido, dejar ahí un suspiro, qué bien olía, a natural sudor de mujer intrigada, tu piel atezada, y que increíble que, aunque algo extraño notaras, nada quisieras con todo oponer.
     
      Fue justo entonces cuando, quizás abducida por toda aquella desconcertante y súbita experiencia, con la voz del todo doblegada por la turbación, dijiste al Presidente, y rápidamente creció en revuelo entre los escaños el abejorro de los murmullos, aquello de “pero la vida que le viene… tiene un montón de momentos, y agárrelos fuertemente, y lo va a disfrutar y se lo merece, se lo merece a nivel humano y a nivel personal…” , y no sé el Presidente, que se quedó un poco nota el pobre al escucharte, pero yo sí que lo entendí todo, pues era, sin tú poder saberlo, Ana,  de ti y de mí de quien hablabas, eran la relevante diputada nacional y el insignificante bloguero que esto escribe a quien te estabas refiriendo, porque así lo había querido el soberano capricho de un sueño, y más allá del mismo, el fantasmagórico proceso que desencadena la cosa ésta del Internete y tal, que sólo me quedaba ya, antes de despertar, besarte una vez más tus delicados piececitos, Ana Oramas.

miércoles, 27 de julio de 2011

El sueño de una noche de verano para un blog

     
      Creo que era Flaubert el que decía que para que una cosa resulte interesante es preciso mirarla al menos dos veces. Es verdad, el usar y tirar, las prisas, el vértigo en diagonal del Intenné y del bloguerismo internacional están por eso tan reñidos con la Belleza. A un libro que te conmueve siempre vuelves. ¿Se vuelve, más allá del momentáneo hormigueo de curiosidad o de asco o en su caso a lo sumo de una risa cómplice, a un blog? Como cantaban tan panchos Los Panchos, lo dudo, lo dudo, lo du…do, que halles amor tan puro que te haga volver a recalar un blog. Esa es, pour moi, la apuesta no sé si imposible que deben enfrentar quienes quieran de verdad dignificar este género de hormiguitas anónimas. Se me dirá que un blog no es un libro, que es otra historia, y no sabré bien del todo qué contestar a eso, salvo aquello tan manido acerca de cómo de ilusiones también se vive, es decir, se escribe. Como sabemos de sobra, la Belleza es incompatible con el barullo y con la urgencia, exige silencio y sosiego en su contemplación.
    
     Por eso, el loco sueño de verano de todo blog que se precie consiste en que alguno de sus visitantes bucee en una entrada lejana y casi olvidada, que todo a su alrededor con esa inmersión submarina se detenga entonces, que cese todo, y como quien descubre el valioso cofre de un galeón hundido en aguas ignotas, destape y desvele allí mismo otra vez esos doblones, esos collares y esas gemas preciosas, a los que sólo esa mirada fascinada hacen brillar de nuevo, por mucho que no tengan ya cauce alguno de rabiosa actualidad. Es verdaderamente entonces cuando la escritura vale en sí misma y todo esto del bloguerismo transcontinental adquiere, para mí, algún sentido.


lunes, 25 de julio de 2011

Tras la matanza de Oslo

     
     Resulta casi imposible de concebir el que un  malnacido haya podido sembrar él solito tanta muerte y destrucción, tanto espanto y estupor como los arrojados el pasado sábado sobre las calles de la capital noruega. Noventa y tres vidas humanas arrancadas de cuajo y de una tacada. Peor aún, casi de una en una segadas y cobradas, en un criminal e imparable goteo de disparos mortales. En un reguero interminable de tiros y de sangre, de pánico y de gritos desesperados, de cuerpos retorcidos de dolor y de miembros destrozados por las balas, así, uno detrás de otro, casi cien personas asesinadas, en los abismos del horror dentro de una sociedad en apariencia idílica. Como en el calco de una película de esas horripilantes con las que a menudo pretenden entretener a las audiencias, como en la simple continuación en la realidad de esos videojuegos violentos, como si de una ficción más se tratase. ¿Qué habría que negociar con ese elemento, o con la organización que acaso le cobije? ¿Qué merecería de verdad ese asesino?
     
      Lejos de la difusa, casi inconsciente, fascinación con que los media merodean alrededor del aura tenebrosa del Mal, repitiendo ese nombre y esas fotografías de posado, deteniéndose en sus hobbies, en sus sentencias previas y posteriores de pensador torturado, en todo ese asqueroso atrezzo que sólo redunda en realzar el narcisismo de los psicópatas, sí, en las antípodas de todo eso, casi lo primero que habría que exigir, en nombre del derecho de las víctimas, es que se le despojara de su nombre propio: llamarle en lo sucesivo a secas el asesino de Oslo. Y punto. Ha perdido con su crimen odioso el derecho a portar un nombre de persona.
     Prueba irrefutable de ese narcisismo psicópata: dice su abogado que le ha transmitido el cruel asesino su convicción de que era él consciente del daño causado, pero que es su acción era… “necesaria”. Es decir, el Jo ta ké de los etarras, preso político ya, la sórdida convicción de estar autoforjándose el mito, a caballo entre el desalmado activista y el filósofo de la Historia, que además apunta una burda excusa para mejor asentar su masivo crimen contra personas desprevenidas. Sin conciencia del mal causado, todo resulta en vano frente al fanático extremo,  a quien no le tiembla el pulso para apretar una y otra vez el gatillo y matar personas sin el menor signo de piedad. Enfrentarle pues a la realidad de las pacíficas vidas que él acribilló, colocarle ante el espejo de su monstruosidad.
     
      Y la otra gran cuestión: vistos los similares antecedentes –no tan graves- acontecidos en Suecia y en Finlandia, ¿qué está pasando en el seno de las más modélicas sociedades, de las más cultas y prósperas, de las que quizás más redistribuyen los ingresos de sus miembros, de las dotadas con los mejores servicios educativos y asistenciales, qué ocurre en el interior de las sociedades menos corruptas y poseedoras, por el contrario, de un mayor grado de ética social, socializadas en esos valores a lo largo de la Historia, para incubar ahora entre sus intersticios criminales respuestas como la del asesino de Oslo
     
      Parece como si una parte de las modernas redes sociales, con su absorbente capacidad para monopolizar en asociales sectas semisecretas la voluntad de los individuos, más el irresponsable modelo de contravalores que los medios de comunicación y de entretenimiento de masas propagan sin cesar, estuvieran socavando las tradicionales virtudes del respeto al prójimo, de su consideración como un fin en sí mismo y del repudio elemental de la violencia que son las que hacen posible la vida en sociedad.
     Resulta chocante en las sociedades desarrolladas el contraste entre el asfixiante y omnímodo control que los gobiernos proyectan sobre el ciudadano mediopensionista –no fumes, no comas bollos, no vayas a más de cien km/h, así hasta la paranoia reglamentista- y el clamoroso espacio de impunidad y de invisibilidad de que gozan los elementos más sociópatas. Porque resulta obvio también que entre escribir cuatro bobadas filoviolentas en el Intenné o jugar un rato a matar marcianos –aun siendo un humos necesario, que el pensamiento moderado hoy no trae seguidores- y llevar a cabo el milimétrico montaje criminal que el asesino de Oslo programó hay un salto cualitativo difícil de comprender: cómo consiguió el asesino los explosivos, donde se entrenó una y otra vez en el manejo de las armas, donde aprendió esa militar programación y mentalidad que llevó a cabo ¡él solo!.
    Sin una decidida y continua presencia policial en la sociedad que defienda el valor social de la convivencia, sin una profunda investigación que les haga doblar la rodilla a los destructivos grupúsculos sectarios incitadores y practicantes de la violencia, sin una asunción de la responsabilidad social que los media poseen,  la partida, para la mayoría pacífica, creo, estará perdida. 

        

sábado, 23 de julio de 2011

Poessía ocho (Quieres la luna)



Voy  a comerme la luna a besos,
que allá arriba
debe estar bien fresquita
la condenada.

Voy a bañarme en sus ríos desbordados,
a sumirme en el caudal de esa leche
por los fríos cielos 
condensada.

Voy a traer entre mis labios
bien presos
la escarcha de sus riberas
y el glaciar de su ensenada,
para que te lo bebas todo de mi boca
directamente,
en el quicio de la hirviente noche
sofocada.

Espérame despierta,
solete mío
que toda esa luna helada
yo te la traigo a chorros
en las comisuras
entibiada.

Y  ya que hasta allí me llevas,
me bajo una estrella de hielo
para que tú la luzcas
perdida por entre tu pelo,

para que sea al fin la luna
aquí mismo,
sobre la hierba y
sobre tus labios,
celosa testigo de nuestro celo.





viernes, 22 de julio de 2011

Camps, digno; BonoChaves, su turno



     
     Maniobró Rajoy y dimitió Camps. A pesar de que el Pueblo, así, con mayúsculas, como le encanta decir a un sector de la Izquierda, por enésima vez le había votado, y en cuantía abrumadora. Más vale tarde que nunca. De alguna manera, pese a todas las torpezas anteriores, ennoblecieron así un poco la política e hicieron más respirable el ambiente institucional y algo menos podrida la relación entre gobernantes y gobernados. Y si merecieron entonces la acre censura de este insignificante bloguero faccioso, no se recata tampoco ahora esta hormiguita en ponderar la dignidad de su gesto. 
     
      Naturalmente, hay un sector de la Izquierda –como a la viceversa lo hay en la Derecha- que jamás reconocerá ejemplo alguno en el oponente, que nunca debe ser enemigo. Niegan siempre, y desde siempre y para siempre, el pan y el agua a la Derecha, porque se mueven complacidos en un cenagoso esquema mental de africana tirria inmotivada, inaccesible al razonar y a la más mínima concesión. Imposible dialogar con ellos. Allá ellos con esa costra purulenta incrustada en el centro del pensar. Pero también creo que existe otro sector no tan acérrimo de españoles que sí  valorará el ejemplo y que ha de ser el mismo que otorgue a Rajoy –campaña electoral mediante- la mayoría suficiente para encarar los arduos retos que nuestro país enfrenta.
    
      Rompió Camps el huevo que le atenazaba y recobró así él las alas de su propia libertad. Se negó al indigno arreglo de la multa, que le hubiera permitido seguir aferrado al huevo y al fuero. Ellos, claro, no pueden verse a sí mismos, allá en las alturas, pero si supieran como, entre buena parte de la ciudadanía, cuando sueltan el maléfico anillo del Poder de forma automática se suaviza y se aligera la adustez distante de su figura, y se hace la misma menos antipática y enojosa al parecer de casi todos, mucho antes apurarían ese cáliz. Ah, la limitación temporal de los cargos públicos, que sanísima medicina liberal para el veneno adictivo y esclavizador del Poder.
    
     Y, al instante, liberadas esas ataduras invisibles del odioso encumbramiento, con plena potestad para defender la inocencia de sí mismo proclamada -que habrá o no de sustanciarse- cómo, por contraste, se ve lastrada de pesada culpa política ante el ciudadano el maquiavélico amarre al machito de los oponentes.
    Sí, cómo resplandece ahora de injusta y de arbitraria la cacería contra Camps desde el Poder desatada: la filtración ilegal de la escucha de esas conversaciones particulares, la dudosa legalidad de las escuchas mismas, la microscópica indagación y el sabueso rastreo con todos los resortes del poder establecido en toda la trayectoria y “ámbitos” (que diría Little Carmona) de Camps sin por el momento nada más que lo de los trajes hallar, el uso sectario y unidireccional de la Fiscalía general, tan poco cándida, en fin, la propia cacería en sentido literal, que a semejanza de las que sobre el franquismo sacaba Berlanga en sus pelis –que unida ahora al numerito del senador gomero chapoteando en el burdel se colman como de un socialista significado- para pasmo de todos reuniera en una finca a galáctico juez-superpolicía rubalcabo- bermejo ministro justiciero y fiscal del caso para todo a base de bien maquinarlo a la misma vez que abatían, como furiosos cazadores ataviados, muflones a porrillo. 
      
     Y sobre todo, aligerado Camps de la carga de la púrpura culposa, cómo no han de pesarles las soberbias testas al BonoChaves, sobrecargadas las mismas de improbables hipódromos, millonarias joyerías, cohechores constructores propios, familiares concesiones, forretis hijos comisionistas, hermanos supercolocatis. Que no puede haber cabezas, por colosales que éstas sean, que puedan aguantar tantísimo lastre treinta años después, que dan ahora un poco de pena las pobres con los tumbos que van dando, tan anilladas al mando, tan apalancadas al fuero… y al huevo que les ha pasado Camps.  
      

miércoles, 20 de julio de 2011

Torrente era senador y, para más inri, socialista


     
      Sí, si, mucho forrarse a base de bien Segura, cardenal también de los Indignados, sirviéndose de una mofa de la más baja estofa de un imaginario policía facha, pero la cruda realidad demuestra que el verdadero Torrente era senador, y que era además –oh, San Pablo Iglesias mío- socialista. ¿Menguará en algo esa terca realidad la leyenda propagandística que acompaña a los aviesos fachas y a los filántropos socialistas? En nada, pues de mantener bien férrea esa ingeniería simbólica en las conciencias ya se ocupa el hegemónico mester de la Progresía –controlan la mayoría de los libros, de las pelis, de las canciones que se hacen- y su delicado encanto bienpensante. Mejor, mucho mejor entonces remirarle los ojos a Ana Oramas, que a este Torrente socialista. Sólo la lírica puede un poco salvarnos, lector, I promise you.   
     
      ¿Sería el ejemplar episodio del senador socialista liándola parda en el burdel parte de la catarata de orgasmos democráticos que Zerolo nos aventara al inicio de la legislatura? Quizás, quizás… quizás. El factótum del socialismo canario, Jerónimo Saavedra, en frase más propia de uno de esos estereotipados fachas que nos ponen en todas las películas y series, agarra, va y afirma que “no se puede reprochar a un político que celebre el fin de carrera de su hijo en un prostíbulo”. Como lo oyes, que es que los progresistas se atreven con todo. Le han hecho dimitir, pues hay comicios a la vista, pero en nada se le ha visto al progresista senador contrito y avergonzado. No finjamos, por otra parte, indignación: el senador Curbelo, -qué ojo el de quien lo eligió para tan alta magistratura- sus exabruptos portuarios, sus modales de matachín tabernario, su tan soez habla, su paranoia conspiranoica, el descontrol antisocial de su conducta, su bárbaro desparrame, esa calaña, en nada nos inmutan. Los pestilentes efluvios del buen Curbelo son la peculiar fragancia de aquestos Tiempos de la Mugre. Es seguro que en La Noria y el Sálvame se rifan ya al sucesor de  NachoPolo-NachoPolo.
     
      Qué fácil sería ahora relacionar el caso Curbelo-los orgasmos de Zerolo-las niñas que quieren ponerse tetas de la Aído-los talleres promasturbatorios de la junta extremeña y los videos porno para niños del tripartito catalán con Saló y los últimos ciento veinte días de Sodoma, todo en un ramillete de hojas putrefactas ahora que el zetapeísmo se desvanece en el fétido viento que le es propio.
     No merece la pena, lector. Recordar, sí, que Bibiana Aído, esa celosísima defensora de la dignidad de las mujeres, debió, nada más pisparse del “asunto Curbelo”, plantarse de oficio con cien miembras de las suyas a la entrada de la sauna de marras y blandir allí ante el energuménico senador unas bien afiladas tijeras a lo Lorena Bobbit. No para cortar ningún miembro, no, no para sancionar, como gritaban hace poco las feministas, lo que sin duda merecía una violación –y la prostitución, la esclavista trata que hay tras ella, en muchos casos lo es-, no, tijeras bibianas allí sólo para amedrentar un poco a la Bestia, a la senatorial Bestia, digamos. Dejarle al menos el número de aquel estelar invento bibiano, el “teléfono para hombres”, el que, como Aído dixit, “les ayude a canalizar su agresividad”. 420.000 euritos costó el telefonito de la esperanza bibiana. Hubiérase así redimido Aído del mal trago social que su “millonario” enchufe en la ONU a todos nos ha dejado. Y es que quizás en Aído retumbe el latido de un misterio más formidable aún que el del gomero senador desquiciado en el burdel.     
      
      Pero a uno -te lo confieso a ti, lector, que pese a todo me sigues, a quién si no- el torrente Curbelo y su caso le trajeron de nuevo a la memoria… a la impar Ana Oramas, la guapa e inteligente diputada, canaria como el buen Curbelo, de cuya adoración zetapeica el otro día hacíamos glosa aquí. Díjole entonces Ana, con indecible melancolía adherida al afortunado acento, al indiscutible Presidente: “usted y yo nos perdimos muchas cosas de las vidas de nuestros hijos…  -y aquí de golpe el tono se le tornó cantarín y ensoñador a Ana- …pero la vida que le viene ahora tiene un montón de momentos, y agárrelos fuertemente, y lo va a disfrutar y se lo merece, se lo merece a nivel humano y a nivel personal…”, y me dije, ostras, qué te apuestas que el tosco Curbelo estaba eso mismo escuchándole a Ana, y que, como delendum zapaterismus est, así y para sí mismo se tradujo él, como rijoso trasunto de burdel, la urgencia de vivir y de exprimir, y al lado del propio vástago, sangre de la propia sangre, claro, antes de que se vaya al garete todo, el esencial néctar de la vida. Y pensé luego, a lo Alberti, se equivocaba el buen Curbelo, se equivocaba. ¿A que sí, Ana?     

lunes, 18 de julio de 2011

Rajoy, Camps y el huevo de la mayoría absoluta

     
      Decía Camps a El Bigotes de la Gurtel por teléfono “quererle un huevo”. Y parte del otro, le faltó añadir, para redondear ya la castiza huevada. Y sí, a lo largo de toda la causa háse comportado Camps como un huevón: mintió ante la prensa, es decir, mintió a la sociedad en tema que le concernía directamente. Debe eso ser sagrado, si queremos alguna vez ser un país serio. No ha podido demostrar que pagó él sus bonitos trajes, su atildada moda camp. No ha ofrecido explicación consistente alguna.  Ha atornillado Camps con terquedad al Poder su brillante cabeza, que, para suprema ironía del asunto, presenta además la misma una primorosa forma ovoide.  
   
      Puede ganar todas las elecciones que quiera, podemos considerar casi todos la doble vara sectaria del Fiscal General del PSOE, y la injusticia del particular cohecho impropio que le han imputado –no se salvaría de ese delito ni perry mason entre todos los representantes públicos españoles-, incluso la clamorosa desigualdad de su caso ante la envergadura de los Caballitos Rampantes de Bono –se le escapa por los micros ahora al señor de la hípica sociedad estar hasta los mismísimos, imagínese entonces usted a los demás cómo nos hierven los gabilondos- y de los Niños de Chaves, que son como los célebres niños de Écija sólo que hechos oro, por sólo citar dos casos, acordarnos incluso del inacabable fondo de armario de la Vicevogue, pero nada de todo eso podrá lavar la reseca mancha de huevo en la camisa impoluta de Camps. Si Camps quisiera a las ideas que dice representar sólo la mitad de lo que decía querer al Bigotes, con el lazo al cuello de su inculpación formal de ahora, debería dimitir ya mismo.
     
      La imputación en firme a Camps, que habrá de sentarle en el banquillo, se lo pone en cambio a huevo a Rajoy para conseguir la mayoría absoluta que tanto precisa. No es preciso ser un sabelotodo cabeza de huevo para verlo. Es facilísimo: ordene el cese de Camps, tome ese riesgo, échele un par, distánciese claramente de esa cerrazón y de ese error, elimine ante la opinión pública cualquier connotación de su partido con la permisividad ante la corrupción, y tan necesitada como está la sociedad española de ejemplaridad, le lloverán votos desde los cuatro puntos cardinales de España.  
    Y algo más intangible pero mucho más decisivo en el tiempo que los puntuales sufragios: conseguirá desactivar y remover un poco en la conciencia más íntima e inconsciente de millones de españoles ese sórdido pero arraigado prejuicio que la Izquierda consiguió insertar en el fondo inmotivado de las creencias de la mayoría acerca de la connivencia eterna de la Derechona con los abusos de poder, y de asociar así su imagen a un innominado ente por siempre malvado.
      
       Si no lo hace, obtenga los votos que obtenga, la misma mancha del huevo amarillento de Camps le chorreará para siempre a Rajoy por entre las entrecanas barbas que se gasta, manchándoselas de esa oscura yema. Podrá ganar las próximas elecciones, podrá darle entrevistas a la rubita del Sálvame que se puso la imagen de sus barbas entre las piernas, pero en el terreno de la hegemonía ideológica y de la esencial aproximación instintiva de los españoles ante la política, las cosas seguirán igual. Que, como dijo el otro que tal, manda huevos el tema.

viernes, 15 de julio de 2011

Perdónanos, Miguel Ángel Blanco


     
      Hay días en los que, como siniestros heraldos cristalizados, de golpe se coagula toda la Infamia  que como nación nos rodea y nos estalla contra la cara como una alevosa tarta de inmundicias que un Viento a traición nos arrojara. Ese coágulo purulento y fétido con el que hay que tragar sin remedio nos llena de congoja el ánimo y nos avergüenza de nosotros mismos, de nuestra impotencia y de nuestra postración. De la mía, al menos. A Ana Oramas no, que debe andar ella muy complacida remirándole aún  los ojitos a su Excelencia, pero a uno, que es menos que nada, le abochorna lo indecible la maléfica encrucijada inmisericorde con que se atraviesan, como esputos ponzoñosos, algunas jornadas. Si llegara al menos uno a la categoría de poeta con ínfulas, parafraseando a Neruda, escribiría ahora aquello de “sucede que me canso de ser hombre”, de ser español, en este caso diríamos.
     
      El mismo día que recordábamos, con la lógica sordina que va el Tiempo poniéndole a las cosas pero aún con un pellizco duradero en el corazón, el aniversario del cruel asesinato a cámara lenta a manos de la banda etarra de Miguel Angel Blanco, ese representante del Capital y de la Opresión invasoras y genocidas en el País Vasco, -¿qué se hizo del espíritu aquel que abarrotó como nunca las ciudades españolas, en qué esquina lo malversaron algunos políticos, a quién aún le mueve aquel mastodóntico impulso, ¿existió en realidad o fue sólo un sueño?-, ese día precisamente, digo, hubimos de deglutirnos, todos los que elegimos no apartar la vista del engrudo repulsivo, los siguientes sucesos milimétricamente coincidentes, como el concentrado sumo de un hado maligno y odioso:
     -el altanero mitin de Otegui ante el tribunal que le juzga, explayándose acerca de “lo dura que es la cárcel” y el penoso balbuceo de la fiscal ante el mismo.
     -la puesta en libertad del etarra acusado de ordenar la prolongación del secuestro de José Antonio Ortega Lara, cuando llevaba ya seis meses enterrado en el Auschwitz abertzale.
     -el nuevo comunicado militar del Ku-Klux-Klan etarra sacando pecho de ardor guerrero: “Euskalherría ha ganado la batalla política e ideológica de la ilegalización”.
     -la imputación judicial por colaboración con la banda etarra de altos cargos policiales y políticos del gobierno socialista, hecho de una gravedad sin precedentes que ahí quedará para la Historia, si quienes la escriben y la escribirán, el hegemónico mester de progresía, a lo Stalin de mil modos no la “difuminan”.
     
      Y si de la vertiginosa simultaneidad de todo esa sierpe venenosa, de todas esas humillaciones simbólicas justamente en una fecha que debería ser sagrada se le llena a uno la boca de asco, si, en fin, se cansa uno en esos días de ser hombre, dígame, Big Faisán, indesmayable esclarecedor de históricas verdades,  ¿no se cansa usted nunca de ser Faisán?, ¿ no le parece suficientemente penosa una trayectoria política basada, contra la clamorosa evidencia de mil y un indicios innegables, en la contumaz negación del saqueo de los fondos reservados y de la guerra sucia y contra la Eta, primero, y en la idéntica contumaz negación del idilio con la Eta después, siempre y por siempre desde el bando gubernamental? No habrá tampoco días en el calendario para perdonar tantas mentiras.
     Perdónanos a todos, allá donde te encuentres, Miguel Angel, por permitir que el vacío irrellenable de tu ausencia, todo el ansia de libertad y de valentía que tú -y tu familia- simbolizas y encarnas, justo en el día de conmemorarlo y de hacerlo presente y vivo, asquerosamente se nos desborde de tanta inmundicia.  
     
    

miércoles, 13 de julio de 2011

Adoración zetapeica de Ana Oramas

     
     


     Que hace tres años Víctor M, cuando el tsunami del desempleo y la desesperanza colectivas no había aún estallado, reclinara el rostro sobre el Amado, aunque pelín obscena la pose, tiene un pase. Do ut des, claro. Que en pleno debate sobre el pésimo Estado de la Nación quien en pública sesión deje todo su cuidado olvidado en la platónica y gratuita Adoración del presidente forzado incluso por los suyos a darse el bote resulte ser una diputada de la oposición, no sabe uno si resulta más arrebatador que pornográfico. Ni en Lo que el Viento se llevó alcanzáronse cotas de tal frenesí en el arrobamiento sentimental. Ana Oramas O’Hara, sí, que, en medio del general y devastador incendio, ardía ella también en ansias inflamada desde el estrado ante su Rhett Butler particular,  que es que flipaba el hombre ante el público derretirse de la diputada opositora. Ni la presencia de la legítima del galán en el graderío del Congreso detuvo la oramástica delicuescencia.
     Emplazo a quien pueda hallar en algún otro tiempo y lugar para similares circunstancias ejemplo de una desbordada ternura semejante. Ya podrá Rajoy solucionar el paro y la ruina de España, y hasta hacer el mundo entero justo y benéfico por sus cinco continentes, que por jamás de los jamases ni entre las suyas propias levantaría una diatriba de amorosa rendición comparable a la que el otro día Ana Oramas a Zapatero dedicó. Rompía de cuajo la declaración de la canaria la más elemental lógica de las funciones parlamentarias, y lo que tuvo de descontroladísima efusión la escena al observador desapasionado  deja atónito, apenas con un hilo aún en la voz para preguntar con mal disimulada envidia al –ahora sí que sí- indiscutible Presidente: ¿pero qué las das, so truhán, qué tú las das?
     
      Por eso, lector mío, si tienes tiempo y me tienes ley, apártalo todo –y si no ahora mismo, cualquier noche de éstas, fotocópiame, y bajo el imperio supremo de las estrellas y el pulso distinto que las noches de verano imprimen a los seres, sácame así a pasear- y recrea y revive a mi lado toda la extensión que el episodio de Ana Oramas merece, pues son los desaforados cataclismos sentimentales y los enloquecedores desvaríos del corazón  alimentos imprescindibles para que de verdad merezca la vida ser vivida y sentir de paso, al participar de los mismos, más engrandecida y conmovida la tantas veces pueril existencia propia.
     
      “Hemos compartido momentos difíciles… (con la voz algo tomada ya por la emoción arrancaba la portavoz de Coalición Canaria el último tramo de su parlamento sobre el Estado de la Nación, y sobresale ya ahí, en efecto, esa súbita confusión de planos, ese círculo exclusivo y vinculante que en pie de igualdad la oradora establece entre la persona, más que el cargo, del presidente y ella misma, sólo entre ellos dos solos y ya como a solas, precisamente basado ese círculo en lo que más puede unir a las personas, el compartir, y no cualquier cosa, sino justamente el haber vivido juntos peripecias atravesadas de dificultad, esos “momentos difíciles”; no estamos ya, pues, ante una simple portavoz de un minúsculo grupo con una valoración política, más bien ante la personal evocación de misteriosas aventuras compartidas que los dos conocen y que en ambos dejaron huella cómplice y que al resto nos vedan) ...y usted puede mirar a los ojos de los españoles, puede mirar a los ojos de su padre, que lo vimos ayer muy orgulloso de usted y de sus hijas (sorprende de nuevo el vertiginoso tobogán deslizado de golpe entre los españoles, de un lado, y el padre y las hijas del presidente de otro, a todos los cuales, tanto a la familia como a los gobernados, en lo privado y en lo público pues, la oradora considera que puede Él, más que rendirles cuentas, mirarles a los ojos, supremo acto íntimo éste donde los haya, y sobre todo sorprende el privilegiado e insólito lugar que en el discurso quiere arrogarse la oradora, como si fuera ella instancia decisiva y legitimante, portadora de Razón, portavoz tanto de los españoles en general, como de la propia familia del presidente en particular, con la chocante excepción de la ninguneada esposa, afirmando la portavoz por su cuenta el “orgullo” del propio padre del presidente y sin recatarse incluso en sacar a escena parlamentaria lo que a toda costa el mismo Zapatero, por ser particularmente espinoso para él, ha tratado de blindar en todos los medios, la persona de sus hijas) … y yo en su despacho una vez, porque yo tengo una hija de 16 años, y usted también, y siempre, y que los demás no se rían (y en ese descontrol inconexo y algo balbuciente asoma un idéntico descontrol emocional, como si algo se le removiera por dentro y pugnara por abrirse paso entre el fielato del consciente, qué significan esa insistencia en el “yo” y el “usted”, de un lado, y “los demás” de otro, de nuevo una frontera que a ellos solos aísla y que pone al resto extramuros de ese mundo particular, digan los demás lo que digan, bueno, eso, que los demás no se rían, y ahí la voz se le trastueca a Ana, el propio pudor le rompe su modulación natural, le ruboriza un poco la voz, como si un íntimo afecto que quizás un poco le sonroje contagiase sus palabras, como si los murmullos que su tono de ron y miel está entre los escaños levantando, risas según ella, no consiguieran del todo avergonzarla más que por un instante la voz) … yo creo que los trabajos en la política más duros que hay en este país es ser alcalde y presidente del gobierno de España, porque se es alcalde y presidente 24 horas al día y siete días a la semana y en temas que afectan a los ciudadanos, y se queda la familia y muchas cosas por el camino… (y como sabemos que Ana fue alcaldesa, por más que el símil de los cargos propuesto sea atrevido y absurdo, como el mismo Amor, comprobamos cómo continua operando en la oradora  ese paulatino proceso de equiparación simbólica y de aproximación e identificación sobre todo emocionales hacia el Presidente, igualándose humanamente a él en el sufrimiento y en el sacrificio personal que la responsabilidad acarrea, compartiéndolos y haciéndolos suyos así con él) … y recuerdo la primera conversación con usted y yo hablando de nuestras hijas, que tienen más o menos la misma edad, y yo le decía lo que significó para mí que mi hija con ocho años me dijera mamá quién es más importante el Ayuntamiento o yo, yo le dije yo te quiero mi amor, dice, no te estoy preguntando eso, y la niña con ocho años tenía razón, usted y yo nos perdimos muchas cosas de la vida de nuestros hijos (y de nuevo en la tribuna parlamentaria del Estado de la Nación hirviendo la personalísima evocación, con ánimo balsámico hacia el Presidente in traslation, María Magdalena de las Islas Afortunadas,  de un intenso recuerdo teñido de rebosante afectividad, esa primera conversación, igual que los novios rememoran siempre su primera cita, y para ser la primera, la fuerza de esa confidencia tan íntima, compartiendo de primeras dadas nada menos que el dolor que siente una hija relegada, yo te quiero mi amor, y aquí Ana desbarra un poco, es como si el inconsciente se le explayara ahora por territorios del son del culebrón, y sugiere así ella como si otro tanto le hubiera ocurrido al presidente, y así se lo hubieran mutuamente confiado, para volver a tomar pie de nuevo sobre esa mutua y exclusiva melancolía del “usted y yo nos perdimos muchas cosas”, uff, qué feeling entre portavoz y presidente, con la de tareas incontables que a diario deben abrumarles, y luego dicen que es inhumana la Política.) …pero la vida que le viene ahora tiene un montón de momentos, y agárrelos fuertemente, y lo va a disfrutar y se lo merece, se lo merece a nivel humano y a nivel personal… (y es sobre todo, aparte de la confusión de niveles, esos pasos a nivel que Ana emocionada va deslizando, que se transparenta la emoción en el dulzón deje que vibra ahora un poco, en esos ojos que echan chispas, que proyectan hacia el sillón azul chiribitas, en esas medias sonrisas obsequiosas, es, digo, la insólita aproximación simbólica de la diputada a la más inmediata intimidad del presidente lo que maravilla, y la que le permite, sintiéndose en posesión de confianza suficiente para ello, regalarle esenciales consejos de vida desde una cercanía humana ardientemente sentida y sancionarlos ella misma como merecidos de verdad) “…y le digo una cosa, no es infalible, ¿eh?... (y en ese ¿eh?, un punto desacompasado y altisonante, reverbera la marejada sentimental que la oradora está experimentando, temblor de Ana Oramas que ahora nos trae a la memoria a una rediviva Ana Ozores ante Álvaro de Mesía en “La Regenta”) …pero usted puede mirar a los ojos a todos los españoles… porque ha trabajado por ellos y también por los canarios, muchas gracias (y regresa al final Oramas al principio, a la esencial mirada a los ojos, esto es,  a cerrar ese insólito círculo admirativo que ella solita en nombre de todos los españoles, acaso algo fuera de sí, sentencia).
     Tan entregada vióse a Ana Oramas a la alabanza del presidente, en una forma tan  incomprensible para lo que allí les reunía, que alguien incluso se malició que éste, como el mítico Clark Gable, pudiera subirse al estrado y replicarle el legendario “francamente, querida, me importa un bledo” que al final de Lo que el Viento se llevó le espetaba aquel a la O’ Hara. Quizás Bono, tan al loro siempre de todo lo en verdad importante, como hípico caballero sudista, hubiera debido ordenarle a un ujier que al menos por la megafonía hubieran atronado entonces aquellos inolvidable sones del Gone with de wind.  Tan-tan-tatán, tan-tan…tatán.
   
      Post-post: ahora mismito caigo yo, la nada interbloguera que uno es, quiero decir,  en que también el muá, como el Presidente y como Ana Oramas, tiene un vástago de dieciséis abriles, que también yo como ellos me perdí muchas cosas de la vida de mío figlio, y aunque fuera ello por culpa de desempeños mucho menos filantrópicos y abnegados que los suyos, también me aplico yo el cuento de Ana Oramas, ese de fuertemente agarrar la vida que ahora me viene, que creo que también un poco lo merezco, así que muchas gracias a vos, Ana, y si por milagro d´amore a Usted llegan estas lineas, nada, decirle que tengo yo un tomo de románticos relatos que son los pobres islas desafortunadas que por ningún modo encuentran edición, de suerte que quizás usted, con el desmedido corazón que Vos a las cosas le ponéis, quizás pudiera usted digo …pues eso, que beso yo mucho siempre sus canarios pies, Ana.             
    

lunes, 11 de julio de 2011

Víctor y Ana, dulces sueños, amargo despertar


     El rostro reclinó Victor M sobre el Amado, decíamos ayer. Hace sólo tres años del reparador sueñecito sobre el hombro providencial en la Noche de la Victoria. El otro día, cuando se destapó el lío del Montepío de la Innombrable, en cuya alta directiva el afamado cantautor protesta pasta, en exclusiva entrevista para EL PAIS sentenció él en primera instancia defensiva de ese Jardín de la Alegría cuyos senderos se bifurcan, que el sostener que han desaparecido cuatrocientos millones… “es de gilipollas”. Eso dijo él, todo un corazón tendido al sol, como sabemos. Luego quieren que los blogueros del hormiguero no seamos faltones, produciéndose tan elevados creadores en más deleznables términos que las verduleras estrellas de la Tele del Cinco. ¿Qué ocurrió entre el dulce sueño y el exabrupto abrupto de ese amargo despertar? Pasen y vean, si es que les place, mis nunca bien alabados lectores, este otro pasmoso Episodio Nacional.
     
      Habían creado los Síndicos de la Ceja la célebre Plataforma de Apoyo a Zapatero, con alegre músiquita ad hoc y tácita contraseña macarril y todo. Ellos eran… la PAZ, claro. Comparecieron en la noche electoral junto a él, ebrios de triunfo sobre el tablado de la victoria. Consiguieron la dimisión del anterior ministro, que no acababa de plegarse a sus órdenes. Instauraron de canónica ministra a una de las suyas, cuyo mayor merecimiento para el cargo era un desastroso guión precisamente titulado “Mentiras y gordas”, que gusta mucho a realidad y ficción meterse mutuamente mano aprovechando el revuelto caudal de la atestada actualidad . Afanóse ella cuanto pudo en la elaboración de la ley perseguida. Sólo que, había trámites legales inexcusables de cumplir, explotó mientras tanto la crisis económica negada, pasaba el tiempo, resultó el internet al cabo un vasto campo al que es difícil vallar por las bravas, empezó ZP a trastabillar… y ya el desánimo cundía entre las filas de la PAZ.
     Declaró entonces Víctor M que ya sólo a esas alturas creía él… “en la Guardia Civil”.  Dibujó un panorama apocalíptico, el discurso propio de lo que los de la PAZ llamarían un ultrarreaccionario de la caverna algo cenizo: “…ya está todo podrido,... todo está destruido, las cosas no se van a poner mejor, son historias siniestras… hay una generación entera que ha interiorizado que de esto no se vive,… el consumidor roba siempre que puede y no le pillen, las cosas no se van a poner mejor,…  para los políticos la cultura empieza a ser algo cuando la pueden instrumentalizar, España es uno de los países más piratas del mundo, aquí sólo preocupa la Guardia Civil”. Todo un sorprendente vademécum de optimismo antropológico, vamos, pues no reclamaba, claro, Víctor Manuel, nada para su persona, “yo estoy de vuelta, hablo por la gente que viene detrás”. Ya.
     
      Las apesadumbradas declaraciones del asturiano (“las medidas antipiratería llegan tarde”) revelaban a la vez el desencanto del Alto Marquesado de la Cultura para con ZP, -el garante gerente de sus filantrópicos intereses-, y el recelo de ese formidable grupo de presión a la simple disposición legal, que como tantas en España se cumplen a medias, a la par que la admiración y hasta el reclamo de la bruta fuerza expeditiva (¡A mí la Guardia Civil!) que hiciera valer su cejijunto privilegio. Pedía entonces a voces Bosé, atacaito de los nervios, la policía contra los manteros callejeros. Sólo nos queda Rubalcaba, venía sobre todo a significar la protesta de fé en la Benemérita, que a la postre llegaría… para esposar a Teddy y a sus cuates.
     Bueno, sobrevino la crisis económica que primero se negó, con el desastre social subsiguiente. La lógica implacable del Capital Tal, que diría mi amigo de la Spanish Revolution. A los mandamases socialistas no les fue en cambio nada mal: hipódromo de Bono, florecientes joyerías de su esposa, galáctico fichaje bancario de Maleni, ostentosas comisiones de un tal Iván Chaves,  pensionazas de Teddy,  tan sólo unas muestras entre tantos otros barrosos pastizales. Carlos Carnicero llegó a amenazar en su blog con contar un día cómo habíanse hecho de oro los amigos presidenciales. Se necesitaba con urgencia un discurso legitimador del cacao maravillao. Aún la teoría de la burbuja no se había formulado. Compareció entonces al público escenario de las ideas Ana Belén, mírala, mírala.
     “Los españoles hemos vivido como nuevos ricos. Nos hemos creído los reyes del pollo frito. Pensábamos que todo era una fiesta, que nada tiene final”, con este triste lamento de adolescente contrariada resumió ella el cuadro del Desastre. Así, con ese difuso plural  buscaba Ana B transferir graciosamente el vituperio a la generalidad de los españoles, difuminar en el etéreo Viento de Agapimú la bien concreta responsabilidad del despilfarro y la inacción, tan grande como la misma Puerta de Alcalá, que sería luego indignada Puerta del Sol. 
     
      Era, una vez más, como si los ricachones del mester de progresía bienpensante quisieran traspasarnos a todos la carga de la incumbencia de su propia complicidad. Y ocurría en esto, como en tantas cosas, que quien más debería, por propio y mínimo decoro, un poco cortarse al menos, no dejaba de rajar y hasta de dar magistrales lecciones de lo que se terciara. No era preciso remontarse, turbias aguas de la memoria histórica arriba, hasta las niñas prodigio del zampoyyofranquismo, ni siquiera a las millonarias soldadas obtenidas, como gallardoniano emblema, de la comunidad madrileña. Pero, ¡por el amor de Víctor Manuel!, ese hombre, ¿no hubiera debido, antes de desparramar sobre la cabeza de todos el cubo de la basura responsable de la ruina, moderarse un poco precisamente quien se apalancó una millonada en benéfico concierto toledano con cargo… a fondos destinados a la erradicación de la pobreza en el mundo?
     Sí, el sosegado sueño de aquella noche de verano de golpe se quebró. Arribó al palacete de la Innombrable, de la mano del juez Ruz, la Guardia Civil para apresar a algunos jerifaltes de la Honorable sociedad, que en lo más duro de la crisis habíanse hecho lindos apandadores de lo ajeno y dijo entonces Víctor M,  rehén de brusco y malhumorado despertar, esa cosa de los gil y tal y tal Con lo propio que le hubiera quedado replicar a la prensa tan sólo: ¿Teddy B, decís? Agapimú, Agapimú. Y por cierto, ¿qué les parecerá a los del 15-M  Víctor M?





viernes, 8 de julio de 2011

La Noche Oscura de Víctor Manuel


     
      Apuremos un instante más una de las Imágenes por antonomasia de estos años que vivimos zetapeicamente. Era la clara noche de la segunda victoria electoral de Zetapé.  Principiaban entonces, al decir de Zerolo, cuatro años más de democráticos orgasmos. ¿Os imagináis? , añadió radiante, con bríos de Cameron Díaz brillándole por entre los ojos, el señorito. Y cómo habríamos de imaginar placer tanto. Bueno, de pronto encaramóse al estrado Víctor Manuel, comandante en plaza de la Ceja, ese jardín de la Alegría zetapeica. Y allí, delante de la querida presencia Vencedora, perdida un poco la compostura, casi en femenil querencia, vivió Víctor Manuel la Noche oscura de su alma enardecida. Víctor y Víctor, Víctor M y la Victoria hecha Hombre anudados en público, apoteosis y sobredosis de vencedores, pues .
     Críate fama de cantautor protesta para acabar en esto, para al fin echarte a dormir casi abrazado al regazo del Presidente. Recreemos esa noche oscura, penetremos los abismos de esa Pasión incomparable, participemos así, aunque sea de refilón, de semejante deliquio.
                               En mi pecho florido
                               que entero para él solo se guardaba
                               allí quedó dormido,
                               y yo le regalaba,
                               y el ventalle de cedros aire daba.
  (Y, en efecto, he ahí ese pecho florido, el del mandamás de la rosa socialista, ese pecho leonés de poéticas flores atiborrado, que por doquier Él a su paso derramaba, el propicio almohadón de ese hombro providencial y presidencial sobre el que descansar, y sí, allí quedó nuestro cantautor, como dormido en un complaciente sueño, como demudado de efusión, y acaso el sueñito éste valiera la regalía del Canon, quid pro quo, yo me recuesto delante de todos a tu costado y me dejas tú a cambio un regalo, como cuando de niños el ratoncito Pérez Rubalcaba nos dejaba un presente, ¿acaso no notas, oh Invicto príncipe, este Viento de cedros que nos acuna, que, sabido es, la Tierra entera sólo al Viento pertenece?)
                                 El aire de la almena
                                 cuando yo sus cabellos esparcía,
                                 con su mano serena
                                 en mi cuello hería,
                                 y todos mis sentidos suspendía.
 (mano serena, sí, y sonrisa gioconda en el perfil de esos labios también serenos, en esos ojos de Gladiator vencedor y de recientes campañas fatigados, victorioso guerrero presto ya al reposo y al deleite, ojos entreabiertos, como achispados de idilio, ah, la galanura presidencial de esos brazos hospitalarios, ven, tesoro mío,  que te embarcaré yo entre la cuenca propicia que forman mis brazos fundidos a la artesa de mi pecho, ven, y esas manos como suavísimas flores acariciantes, sobre el hombro y sobre el mentón, y sobre los cabellos y el cuello y la oreja misma del gran cantautor, cuya manita entrelaza y se ancla al antebrazo presidencial, cerrando así el círculo perfecto del abrazo, apresándose por propio gusto, preso tuyo soy, a ti me doy,  como sólo hacen los enamorados, más la sonrisa feliz del cantautor, de amante desfallecido, rendido a los resplandores del Vencedor, también como de plácido angelito durmiente, ahuyentados todos los temores nocturnos, a salvo ya entre la mullida arboladura presidencial, ah, esa frente que descansa piel con piel sobre la firme mandíbula zetapeica, sí, diríase que todos los sentidos suspendidos)
                                     Quedéme y olvidéme,
                                     el rostro recliné sobre el Amado,
                                     cesó todo, y dejéme,
                                     dejando mi cuidado
                                     entre las azucenas olvidado.
  (Hum, y lo agustito que así se está, esas caritas, esa Cáritas, olvidado de todo y de todos, olvidado de uno mismo incluso, de las urgencias del mundo y de los blogs, de la realidad pesada del propio cuerpo, en éxtasis ya, contemplándonos en paz sin el cuchillo del Tiempo en la espalda, rostro con rostro tú y yo, el tuyo y el mío cara a cara, y disolvernos tú y yo en nuestro amor pluscuamperfecto, acurrucadito a tu vera, deshacerme así contigo, escuchando sólo el latido de tu corazón y el fluir tranquilo de la sangre corriendo tus venas, el rumor de tu respiración más íntima, puede ya acabarse el mundo, que lo mismo me da, libre incluso de la propia conciencia, enajenado, pena de esos malditos focos, con lo requetebien que se está entre las azucenas moradas de tus brazos enamorados, tan de cerca tú y yo, juntos de la mano en el jardín, humm, amore mío, que sólo pienso en tí).

     Postblog: cuentan que a las afueras de Weimar paseaban una vez Goethe y Beethoven en animada charla. De pronto un carruaje principal ante ellos se detiene. Era el Archiduque de Baviera, o algo así. Allí se le veía, emperifollado tras la ventanilla. Se aprestó Goethe a hacer entonces al Poderoso la florida reverencia, mientras Beethoven seguía a lo suyo. Desaparecido el carruaje, Beethoven, con ánimo torvo, le espetó al escritor: “Pensaba que erais el Rey de los Poetas y ahora veo… que sólo sois el poeta de los reyes”. Pos eso, lector mío.




    

miércoles, 6 de julio de 2011

El Dioni debería presidir la SGAE


    
     Lo digo sobre todo porque, si Teddy B anda afónico, al menos el Dioni canta. Es un crack el tío. Ya en su momento el gran Sabina dedicóle memorable copla encomiástica. “¿Dónde-está-la-pasta?, clama el Dioni en su vibrante rock and roll, y también eso mismo se le puede reclamar al gran Judas de la Innombrable Sociedad General. Cuando en el plató de Tele 5 aquel día, en vivo y a traición le desnudaron del peluquín, y así en grado máximo delante de todos le vejaron, por muy que en el mefítico guión acaso estuviera comprendida la cosa, sintió uno piedad hacia él. Pues ahora, Dioni, anda, tronco, échale otra vez un par y preséntate para presidir la Innombrable. Tienes ya el lema niquelao: “¿Dónde-está-la-pasta?”. Arrasas, tío, te lo digo yo. Llévate en la candidatura contigo a Little Carmona y su sabor a canela en rama. 
     A la postre el Dioni sólo a un banco le robó. Sí, un banco se hace bien odioso en las conciencias cuando cobra cruel comisión hasta por las humanitarias transferencias de fondos para los pobres damnificados del terremoto en Haití. Por cierto, lo mismito que entonces pretendió la Innombrable sociedad, que,  de la mano rectora de Teddy B, quiso arramplarle el pellizco de su alcabala  a un festival benéfico para haitianos deudos, o al de aquel niño enfermo, o a tantos otros.
      
      Si el Dioni alcanzara la presidencia de la Innombrable, ya te digo, sin duda podría ésta recobrar una mejor imagen pública y, lo que es más importante, una naturaleza y una sustancia íntima más humanitaria y compasiva. “¿Dónde-está-la-pasta?”, eso, eso. Reza el espíritu fundacional de la muy honorable sociedad Innombrable, que es la suya una entidad, agárremonos que viene Judas… sin ánimo de lucro. Arándanos, si lo llega a tener. Ya veremos si, por muy coleguitas que sean, hasta al mismo ZP no le pasaron la factura por los arreglitos que el muy cuco le hizo al  Deuteronomio cuando lo de Obama y tal. Cree uno que, visto el pastón  en que se mueven los números de sus capitostes, la ausencia de lucro esa es  una leyenda urbana más, de mayor calado incluso que las trolas de los boleros del Dioni. Quizás debiera el gran Sabina también, por aquello de ser ecuánime cronista del asfalto, levantar ya bravos versos cantábiles a Teddy y  a su transilvánica estampa dedicados.
     
      Y es que a veces la Innombrable proyecta la imagen invertida de los románticos bandoleros, como si fuera a los pobres a quienes gustara de acogotar sin tregua para sólo su pingüe medro. Como esos delincuentes compulsivos que incapaces de reprimir su pulsión delinquen una y otra vez, y que tanto gustan a las televisiones, a todo lo que se mueve dispara la Innombrable. Hagámosle a la Innombrable su peculiar lista de Schindler: tristes peluquerías de barrio, equipos de baloncesto mediopensionistas que han de renunciar a su himno, baruchos de malvivir, tunas que han de pasar la pandereta para los chupasangres, centros de jubilatas, festivales de discapacitados, escolares funciones de instituto, tiendas y restaurantes de barrio a punto de echar el cierre, contra los anarquistas, contra las radios en dificultades, contra los consumidores sin distinción.  Hasta todos llega la larga mano de la Innombrable, que con armadura legal y batallón de picapleitos cuenta para sus atropellos. ¿Amagos de protestas? ¿Súplicas? “Que paguen y punto”, bramaba con crueldad avara Teddy B. Eso, que paguen, ¡y contra ellos la Guardia Civil!, azuzaban con saña Víctor Manuel y Ramoncín al alimón. Y queda terminantemente prohibido teclear en el google la palabra latrocinio, no vaya a ser que broten ahí de golpe, como en mágico espejito, espejito, el nombre de la rosa y el esplendor afilado de sus espinas empaladoras. 
     
      ¿No es por un casual, Mr ZP, explotar a quien con el sudor de su frente se afana cada día por llevar el jornal a su casa lo que la Innombrable hace? ¿Cómo entonces su acendrada sensibilidad social lo permitió y alentó? No tenían bastante, a lo que se ve, con sus opíparos sueldazos, con sus estratosféricas pensionazas. Por supuesto, el tendero de la esquina es un puro explotador facha. Ellos, los bienpensantes apandadores, son la limpia conciencia de la Humanidad en marcha.
     Así es que anda, Dioni, prenda, ponle un par a la cosa y postúlate tú a mandamás de la Innombrable. Llévate a Little Carmona de number two. Sólo a pleno pulmón habéis de preguntarle  a Teddy eso, “¿DÓNDE-ESTÁ-LA-PASTA?”. A ver si de una vez Bautista canta. Vamos, tío, no tenemos nada que perder, sólo nuestras cadenas. Que estoy viendo ya mismo a toda una marabunta de superidealistas Indignados, a cuyas limpias conciencias es que se les hace insoportable tanta rapiña, acampada ante el magno Palacio de la SGAE en pro de la gloriosa Spanish Revolution, of course. Que Teddy fue también él, en su momento, oh tiempos, un no menos furioso indignado. ¿Y ahora qué Teddy B?