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jueves, 29 de septiembre de 2011

El Elogio de la mesura


     
    Entonces, si ayer aquí le reconocíamos sus méritos artísticos a la Coixet, sin menoscabo de mantener honda la discrepancia con ella en tantas otras cuestiones, el saber deslindar unos asuntos de otros, el rechazar por tanto como retrógrado el fanatismo monocolor característico de estos tiempos demenciales, en los que los opinantes a menudo nos lanzamos al bulto del adversario, encerrándonos unos a otros en bandos, mejor dicho, en bandas autosuficientes unidas sólo por un monolítica aversión que ni agua concede al que no piensa como nosotros, como bobos hinchas pavlovianos todos de nuestros particulares colores, ¿por qué esa elemental mesura parece ponernos fuera del estricto código binario –conmigo o contra mí- propio del juego ideológico hoy dominante?   
      
      Y no se trata en modo alguno de renunciar a las propias ideas y convicciones (otro cantar son los prejuicios, esos coágulos purulentos de viscosa tirria, inaccesibles a la razón, de los que una mente deseosa de aprender debería avergonzarse), sino de ser capaz de deliberar y de intercambiar reflexiones y argumentos acerca de las mismas con un ánimo siempre abierto a escuchar las razones del Otro.
      
     Que una persona que no tuvo oportunidad de formarse sea incapaz en su dialógo de ir más allá del berreo y del infame exabrupto es en parte entendible. Lo particularmente odioso del Reinado de la Mugre presente es contemplar a los líderes de opinión sociales, quienes sí han tenido el privilegio del acceso a la Cultura, en mil y un debates-basura programados ad nauseam en los estelares escenarios de la representación social, despacharse con maneras y modales tan chocarreras y hooliganescas que harían enrojecer de pudor al carretero y a la verdulera más descarados del arrabal. Y es también el Internete, el anonimato y el disfraz que el mismo hacen posible, su vertiginosa velocidad que disuade de la reflexión, campo abonado y propicio para el insulto rastrero.
    
     ¿Cómo quejarse luego del prestigio creciente de la bárbara violencia entre quienes nada son para resolver sus problemas? Que encima esos supertriunfadores líderes de opinión, y los directivos que les programan, estén encantados de conocerse y de alumbrar además con sus gargajos televisivos la luz del progreso humano es sólo la más acabada vergüenza, el más putrefacto vómito de estos tiempos de cháchara plusprostibularia. Si todo conspira hoy contra la mesura, al menos nosotros, la nada fracasada que somos, alcemos aquí, nuestra débil luz. Hasta que nos la apaguen los ventiladores de las inmundicias. Hasta que nosotros mismos nos vayamos apagando.
     

lunes, 26 de septiembre de 2011

Y de repente una de la Coixet


        
      Me pasó una muy amiga mía un deuvedé de la Coixet. Arrugué el morro, claro. No me mates con la “Coixete”, pensé.  Me repatea el izquierdismo anticapitalista de los forretis. Me vino a la mente el despilfarro millonario de su horripilante Miguelín y del stand de la Expo de Shangay, qué guay, entre otras muchas perlas coixetianas. Como a ellos les encanta proclamar, cuántos niños africanos podrían haberse salvado de las comeduras de las moscas con aquella estulta millonada que entre todos le pagamos. Coixet es además desde hace mucho una de las mandamasas de la industria publicitaria. Sus principales clientes: British Telecom, Ford, Danone, BMW, Ikea, Renault, Peugeot, Pepsi… en fin, la creme de las multis, esas que según nos perjuran los de su humanista cuerda arrapiñan cada día un poco más el mundo y sus pueblos.
     Me exalté de furia destructiva y así lo ideé: ya está, me tragaré la peli esta y la pondré a caldo en un post, como si  fuera uno entonces el crítico mismo del Washington Post, que ya es exaltarse partiendo sólo de un mísero blog que apenas en cuatro puertos, estelares eso sí, de la jodida ciberesfera reporta. De manera que así me predispuse esa noche, con el colmillo faccioso bien retorcido, a buscarle las vueltas al deuvedé de la Coixet. “¿Y cómo se titula esto? ¿Mi vida sin mí? Dabuten, se va a enterar ante el mundo entero esa “divina gauche”.
     Pero a los cinco minutos ya había olvidado todo eso. Es una película para mí maravillosa. Una joven madre trabajadora, con una grisácea existencia a cuestas, recibe un terrible diagnóstico médico. Cómo convertir tan fúnebre arranque, sin empozoñarse en las tentaciones del melodrama, en una conmovedora apelación a mejorar la propia vida de todos los días y en una emocionante aceptación de la inminencia del adiós y de la fragilidad que nos constituye es para mí la nuez valiosa de este intensísimo film.  De nuevo esa mágica capacidad de la Coixet –que yo conocía ya de La vida secreta de las palabras- para hablarte con credibilidad al oído de las cosas esenciales de la vida, encarnadas en personajes bien construidos, que parecen por tanto más personas, con sus diversos humores, complejos y valores, que esquemáticos tipos. Sin aparatosos efectos especiales, oscilando alrededor de las palabras y de las imágenes, a la medida ambas de los hombres y de las mujeres reconocibles a nuestro alrededor, conjugando con arte música y referencias cinéfilas bien incardinadas en lo que se está contando, un alud de cálidos sentimientos nos precipita hacia la película, que consigue una intimidad de comunicación con el espectador en verdad asombrosa. Lo consigue, creo, porque nos habla en voz baja. Y la peli funciona sobre todo, para mí, porque gravita siempre alrededor de su soporte carnal y cenital, el que le brindan esa actriz y ese personaje central, su pureza y bondad interior, que hacen verdad de la buena su sencilla historia de vida y de muerte, de desdicha y ternura y de coraje y poesía revueltas todas ellas entre sí.
              La volvi a ver enterita una vez más –parando la cinta a veces para pensarla, para disfrutarla- y fue una recompensa magnífica el sorprenderme a las tantas contemplando y participando, ganado por un montón de sentimientos engrandecedores, de esa historia tan delicada que ahí la Coixet vuelca.  Había que madrugar a la mañana siguiente, pero no importaba. Perduraban en el pensamiento con fijeza, y lo rebosaban, las primorosas escenas de Mi vida de sin mí. Gracias a Coixet, claro, que como le digo una co le digo la o, y gracias también a mi gran amiga, que tuvo el buen gusto de regalarme ese deuvedé. Me encantó pernoctar con vosotras.

viernes, 23 de septiembre de 2011

¿Son los blogs para el Otoño?


      
      No, no lo son. Antes, mucho antes que el Impuesto sobre el Patrimonio debería por Decreto Urgente de la Autoridad abolirse sin contemplaciones el  Otoño.  Que ni un alma pudiera salir a las calles durante su regencia, que es interregno sólo para la más venenosa melancolía. El Otoño embabia nuestros sentidos, nos emboba igual que nos abisman las llamas y el lento consumirse de los leños en una hoguera. ¿Qué puede contra toda esa formidable sugestión la fría pantalla de un blog? Habría en todo caso que escribir la balada de nuestra derrota en el envés de esas hojas que empiezan mansamente a desprenderse de las ramas.
     
   Todo durante el Otoño convoca a la quieta admiración de la mayestática delicuescencia en que la Naturaleza, como exhausta de existencia, pareciera con complacencia abandonarse. Diríase que incluso a sí misma se contradijera, al ilustrar ese majestuoso declinar con una tan pujante inspiración. El vértigo de estos crepúsculos voraces que ponen los cielos perdidos de una rabiosa belleza fulminante, lápices de labios desatados sobre el rostro en fuga del horizonte. Como si la Creación entera nos susurrara me voy, sí, pero ahí queda eso.
     El Otoño habla en voz baja, casi en confidencia, pero es su murmullo envolvente, su quedo y sinfónico amarillear, más arrebatador que cualquier grito imperativo. Van los árboles de los parques, como esculturales misses, muy despacio desvistiéndose ante nosotros, despojándose una a una de las que fueron sus doradas galas, dejándonos entrever en ese demorado desprenderse de sedas pizcas de los hombros y de los brazos al desnudo. Alfombran con ocres envejecidos nuestros pasos crepitantes por el parque, su atuendo de siena ahora en ofrenda puesto a nuestros pies. ¿Cómo desde un mísero blog rivalizar con tan grandiosa representación a dos pasos y al alcance de cualquiera?
     
     Caen las hojas. Las recogen y arrastran luego en montón para quemarlas los operarios municipales con escobas de metálicas varillas. Chascan entonces un poco esas hojas, resecas, mustias, como oxidadas y rebozadas ahora en una hiel inadvertida, perdido su encanto de chispeante fronda en el chirriante arrastre. Así los blogs en Otoño: una miel saturada que resbala… ¿hacia dónde? También son los blogs reseca y quebradiza hoja otoñal, tan frágiles como ella, expuestos a cualquier mal viento serrano que los haga de una vez rodar contra el suelo, que los arrastre a la pira del desánimo en la que todos arderemos.
     Y sí, contemplamos medio atontolinados el moroso balanceo de esas hojas en descendimiento sobre las aceras, engalanándolas tras su caida libre de su marchita compostura. Alguna de esas hojas la tomamos incluso entre las manos, para mejor admirar su interior arboladura, para aspirar en ella el resquicio que de linfa aún le quedara, para conservarla más tarde, si nos agrada su contorno, entre las hojas del libro que leemos. ¿Cómo puede eso tan sagrado hacerse  con un blog, que recuerda mucho más al metálico entramado de las varillas chirriantes del escobón municipal?    
    
     Mucho mejor entonces cifrar el Otoño  en la avidez con que en las postrimerías de la tarde un colegial en el parque merienda a dentelladas su chocolate y se columpia en todo a la vez, loco por robarle al reciente horario escolar impuesto la calderilla sobrante de ese recreo vespertino. ¿Así también los blogs en Otoño? ¿Esa misma rabia, esas mismas comisuras chocolateadas por el ansia, esa calderilla de tiempo en tobogán?

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Llegó el Día



     
     Bajaron de golpe en los madriles las temperaturas matinales. Avisado por los partes meteorológicos, que por estas calendas siempre al detalle sigo, me lancé yo bien temprano a la calle, con secreta fruición ya aviado,  resuelto a por nada del mundo perderme una de las dos más hermosas mañanas que cada año consigo contiene. Toca ahora contar esta.
     Lucía ya un sol ascendente, como el enorme doblón de oro que acabara de escupir la fábrica de un alto horno, mas resultaba su ley entonces la propia sólo de una moneda voluntariosa. Más que él imperaba por las calles un aire, que aquí llaman biruji, que a esas tempranas horas era  frío alfiler más que caricia contra el rostro. Atirantaba por sorpresa la piel de los viandantes con su filo entrometido.  Perfecto, tal y como esperaba, me dije, frotándome también yo las manos. Me pertreché sobre un banco municipal, en el que calculé que pasaba yo del todo inadvertido,  me dispuse, como el otro en su hamaca, a la divina contemplación, y en efecto, pronto ante mí empezó el espectáculo.
     La gente afluía, con más viveza que días atrás, en su mayoría a las bocas de metro y a las paradas de los autobuses. Los colegiales, con las mochilas a cuestas, algo soñolientos incluso para descifrar la tibieza insospechada de la mañana, enfilaban en sonámbulas rehalas el camino del colegio. Pero yo sólo tenía ojos, y qué se le va a hacer, para observar a las numerosas mujeres, de muy distintas edades y aspectos, en la colorista variedad que a mi sentir con su atuendo y estilo le ponen ellas a la vida, sorprendidas todas como a traición justo esta mañana en su indumentaria, aunque acaso más en su cuerpo y sobre todo en su ánimo, por la sorpresa punzante del frío que de improviso les señalaba en la misma carne el súbito final del verano.
     Ni una sola de cuantas pude ver, incluso en las más previsoras que habíanse pertrechado de rebecas y finas chaquetas, dejó de ejecutar sobre la marcha el maravilloso gesto que cada año a mí me reclama: esa gracia con que las mujeres, sin dejar de caminar, se abrazan a sí mismas, envolviéndose el torso y los mismos brazos desnudos, cruzando las extremidades sobre el cuerpo, enroscando los brazos como boas anilladas bajo el pecho a la propia cintura, preservándose así con las propias manos de la manaza insolente del viento frío que les buscara a ellas su más delicioso costado.
     Era precioso estar ahí viéndolas, atisbando el instante en que cada una, con una pizca de ronroneo de escalofrío en el encogerse, como cerrándole el paso a un invasor invisible y entumecido, iniciaba la apertura y el despliegue de sus brazos en echarpe alrededor de sí mismas, reteniendo en mi mirada ese aleteo tembloroso de alondra friolera, porque en lo que duraba ese revuelo de levísimo espasmo,  en ese microscópico lapso, además de admirarlo, tiempo me sobraba a mí para colarme en el íntimo espacio que sin darse cuenta entreabrían ellas mismas contra su cuerpo, de suerte que era como si a mí  cada una de ellas contra su cuerpo estrecharan, y me abrazaran, aspecto éste que, yo lo reconozco, yo pecador aquí me confieso, bien reconfortante me resultaba.
     Llevado ya por la deliquio septembrina y preotoñal, era también como si al abrazarse a sí mismas, esto es, al abrazarme contra ellas, por un instante bailáramos juntos los dos –yo que del bailoteo nada sé, quizás por eso- en el arranque de la tibia mañana, sin que nadie nos viera y pudiera por ello amonestarnos, y de esta manera la inclemencia imprevista del tiempo quedara así en algo amainada. Bueno, joer, esto es sólo un día al año. Y además, me tenía ya que ir a trabajar.
      

lunes, 19 de septiembre de 2011

El Hombre que fatigaba las hamacas



     
    Quizás debería abandonar el Palacio de la Moncloa con la hamaca puesta. No separarse ya nunca de ella. Érase un hombre a una hamaca pegado, yes. Tócala de nuevo, Zetapé: “El mejor destino es el de supervisor de nubes acostado en una hamaca”. Que a la altura de los cincuenta y un abriles con pompa sea esto sentado, convendremos todos en el inconstestable mérito que al muy Rodiezmo alcanza en públicamente reconocerlo.
      Rebasan siempre y con creces todo lo imaginable los gerifaltes socialistas. Tienen bula, claro. Si se le ocurre a alguien imaginar en labios zapateros una frase como la de la hamaca –protometáfora del diletante y aristocrático dolce far niente al tiempo mismo que para la Historia se lega un país en llamas- justo en el umbral de la despedida, en plaza pública como facha resentido mil veces le aspan. Si un día eso dice la Aguirre, con su cáncer y todo a cuestas, los capitostes sindicales y los de la Ceja en vivo y en directo la entrullan. Es de traca la zetapeica hamaca, como si él mismo buscara en persona empeñarse en corroborar y hacerle más y más honor a la aciaga leyenda que le acompaña.  
     
      Decía Zetapé, cuando las llamaradas de la Santa Indignación incendiaban imparables los horizontes velazqueños de la Puerta del Sol, que de tener veinte años también estaría él ahí. Comprobamos ahora, claro, que sin duda allí hubiera aparcado él, sí, tan airosamente, la hamaca. Al poco de iniciar el presidencial mandato ordenó suspender un viaje oficial por hallarse el Señor… “cansado”, que no se cortaron un pelo sus edecanes en con estos mismos términos explicarlo. Se colocó otra vez inolvidable unas mallas negras para darle al footing junto a Cameron y no es que su trote fuera cansino, es que pronto le dejó el premier inglés a la luna de Seúl, harto del esmirriado paripé de Zetapé. Pasarle ahora por el morro a toda la nación, cuando tantos sacrificios se exigen a los ciudadanos, el dorado privilegio que a uno aguarda, y con el que uno sueña, que no es sino acostarse en la hamaca, resulta récord de una clasista soberbia difícil de superar, salvo que socialista te reclames, claro.
     Destapó Zetapé su destino manifiesto de fatigador de hamacas en un acto oficial de postrimerías que no agotó con esa fantástica revelación el engrudo crudo de su pleno esperpento. Supimos en el mismo –Oráculo de León- que una vez un profesor suyo de Derecho, Otero Lastres, –y también profesor de… tócate los gabilondos… ¡de Rajoy!, ay, la baraka de esa hamaca, que viene y que va, que viene y que va, que diría Bisbal- le bienaventuró que un día habría de ser él Presidente.
     Ah, en qué funesta hora el hado del malaje. Que una cosa así nos la espeta una gitana en la feria del pueblo y al punto la convidamos a algo. Que se lo oímos a la bruja Lola en la teletienda a las tantas y nos da el nocturno ataque de risa. Pero, amigo, que suelta la majadería nada menos que un decano de la facultad de Derecho –primordial fruto éste donde los haya del racionalismo- y va el funesto prodigio y se cumple. Visto lo visto, no se ve del todo bien si el “flash” que le dio a Otero Lastres en 1984 resulte más cosa de comedia bufa que de tragedia infusa.
     
      Como la visión de Otero Lastres con la fuerza explosiva de los hechos viérase cumplida, el afectado por la misma, no se sabe si más maravillado que espeluznado, pronto quiso desde el Poder intimar y tener bien cerca a semejante nigromante.  Así en 2006, ya Presidente, presentó Zetapé un LIBRO DE RELATOS de Otero Lastres –seguro que no es necesario explicarte, lector mío, cómo afilé yo el colmillo faccioso al reparar en este simpático motivo- con un título también inquietantemente premonitorio, “Las nubes también pueden ser gemelas”, a la vez que en forma no menos misteriosa alusivo a las neoyorquinas torres que cinco años antes los idealistas de Bin Laden habían devastado.
     Ha querido además Zetapé premiar y condecorar, antes de irse a planchar la hamaca, a su querido augur con la Cruz de Honor de la Orden de San Raimundo de Peñafort, distinción que se entrega a personas con méritos relevantes en el ámbito del Derecho, y los que concurren en Otero Lastres, cráneo privilegiado y clarividente, a la vista de todos están, y que sólo los más recalcitrantes refractarios al progreso del género humano se empecinan en negar. Vamos, que el cuento del socialismo es que siempre acaba bien: fueron felices y fatigaron de lo lindo las hamacas.


(post/post: presidente, presidente, repare, plis, acostadote ya sobre la hamaca, en las nubes que por el cielo hállanse en sus últimos confines, del todo al fondo y a la derecha, esas que casi ni se ven: son las nubes blogueras del cielo ciberesférico, ¿podría su excelencia en excedencia presentar también un día mi pobre libro de relatos inéditos, sabedores como somos todos de la pasión rodiezma en que rebosa su noble corazón hacia quienes nada son?)   
                                         
  

viernes, 16 de septiembre de 2011

El Manifiesto Sabinista de cada día


      
     En medio de la diarrea interminable en que deviene la hégira zetapeica, ha decidido el Alto Marquesado de la Cultura y la Intelectualidad Cejaica, marcando territorio, en penúltimo servicio prestado a quien les regaló el negociado de la Cultura y primero de los que vendrán en  cómplice ofrenda al nuevo jefe, plantar su cansino  pino de sobadotas consignas contra la Aguirre, a ver si de éstas por un casual suena la flauta y pueden arrojarla los capitostes sindicales contra la catenaria misma del tren, como en tiempos para ella reclamara la inolvidable Maleni de nuestras entretelas. (Mejor no recordar ahora, lector, dónde y con qué emolumentos aparcaron a la insigne ministra de la nevada)
     ¿Cuántos Manifiestos no habrán en vida publicitado los Altos Figurantes de la Ceja? ¿Once mil? ¿Un millón de manifiestos quizás, en matemática armonía con el reconocido pastizal de euros rubalcabo? Todos perfectamente intercambiables, eso sí: la modorra que levanta esa tabarra cotorra, decíamos ayer, zumba que nunca cesa, pues de eso se trata, de marcarle claras las lindes a la grey que ellos pastorean, encantados además de reconocerse. Idénticos Manifiestos e idénticos Figurantes, ese penoso jueguecito de espejos replicantes y redundantes, que no dejan de reflejarles lo incomparablemente solidarios y guays que ellos mismísimos son desde hace mil años al menos. El Bolero de Ravel que el gran Sabina a su manera hubiera estirado y apurado hasta las heces, diríase.
    
     Es curioso, porque enseguida se da cuenta uno de cómo la áspera política divide y tensa el gesto, sobre todo el de aquellos a los que –aún no compartiendo mis ideas- pueda uno en algo caerles bien. Este puñetero carca, me parece casi oirles refunfuñar ante mis modestuchas paraules. Te van a dar mucho por… Nada, no escribas ya nada sobre la ingrata política, nada tienes que ganar por ahí, me sugieren y yo mismo me digo a veces. Autocensúrate. No vas a encontrar nunca editor así. Tentado estoy incluso de abrazar la fé sabinista, (del gran Sabina, I mean) que seguro que así mejora mi suerte, y acaso tras uno de mis destemplados gritos ciberesféricos la propia Almudena Grandes en persona se me aparezca, con el editor de mis sueños bebiendo en su almudena mano, de la que también bebería entonces yo.  
     Curioso, digo, porque ese rechazo, ese desdén avinagrado hacia la política sólo para los de un pensamiento vale. ¿No han apuntalado precisamente sobre la Política, sobre sus más que trillados lugares comunes, estos elitistas mandarines sus exitosas carreras? Es claro: se entiende aquí que escribir de política es censurar la impostura izquierdista, mientras que se asiente y se cataloga y percibe como natural y evidente –es decir, como no político- el topicazo antiliberal de turno o el elogio a la tiranía filantrópica de moda esa temporada, sea en prosa, en verso, o en reverso.
    
     Eso es lo que ocurre en el cenagoso terreno de las ideas y de la creación, en el que la Izquierda y sus venerables santones reparten los carnets de gente maja. Numerosos blogueros no izquierdistas me reconvienen siempre amistosos: que te conste que Millás es uno de mis preferidos, que si gana el Planeta, mejor para él, que Almudena, pero que muy grande es, que Sabina, lo que quieras, pero a mi me encanta. Joder, ¿y no vale eso para los demás? Porque estoy yo deseando ver los ejemplos a contrario, esto es, los escritores liberales venerados y defendidos por la tropa izquierdista.
     Pero si ya hasta en el barro triste que es el mísero blog de un don nadie  se autocensura uno, es que no se merece entonces el don y el derecho de escribir, es decir, de comprometerse sobre todo con uno mismo, por opuesto que ese impulso resulte al supersolidario “compromiso” que ofrecen siempre los Arribafirmantes (que es como deberíamos referirnos a estos Cuarenta Principales que firman desde sus alturas de élite todo lo que por la secta se mueva). Y de esta manera ser capaz de sostener, te cueste el rechazo que te cueste, que alguien que como Millás entre otros galardones ha arramplado con el Premio Planeta, más el capitalote que lleva el mismo añadido, debería quizás al menos cortarse en público un poco; que alguien que, como García Montero,  tantos ditirambos ha dedicado al régimen de los Castrones, en fin, no imagina uno bien de qué derechos democráticos pretende alardear;  que no está tampoco uno muy seguro de que la autora de Las edades de Lulú y del inolvidable artículo sobre los gozos de la monjita violada por los aguerridos milicianos, entre otras hazañas, sea la más indicada para enarbolar la bandera de la Cultura, y en fin, que comparezca en esta lista heroica de Schlinder don Joaquín Sabina, metiendo también él su baza en el asunto de la Educación, después de su brillante teoría del Incesto que quería él con sus mismas hijas poner en práctica, (véase la primerísima entrada mía, que recoge sus brillantes declaraciones de por entonces) pues, mueve más a chunga que a otra cosa. 
     Y lanzados ya por la cuesta abajo del desenfreno censor, dejarle aquí puesto el recado a la Aguirre de que no le está del todo mal empleado el jarekrishna que ahora su amado Sabina también le patrocina, que así le paga él –como el empitonador de Olite a su alcaldesa- el valsecito que en público ambos se marcaron tras concederle ella –y él gustosísimamente aceptar- el Premio Oficial de la CAM. Escribíamos entonces (16-12-2010 Y les dieron las diez): “es de verse, el Héroe en gafas oscuras, como el Zorro con su antifaz, mientras la Señora entre sus brazos entera vibra…”. Así bailaban, así, así. Cúmplense ahora nueve meses del feliz Encuentro que entrambos se dio, con el fruto del Manifiesto que ahora ve la luz y que tanto celebramos. ¿Polvos, lodos? Oh, Esperanza, Esperanza mía, que digo que… y lo de mi soñado Editor, cómo ello va.  
       
    

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Turno de Sampedro

      
     Y Sampedro -su taimado regate por la banda- me despertó. Acabóse mi hare krishna, hare, hare. A la playa ya la mía mística, mi discreto nirvana. Como decía no sé quien, fue maravilloso mientras duró. Hala, a bregar de nuevo con la zetapeica realidad, esa diarrea interminable. Si el Alto Marquesado de la Cultura y de la Intelectualidad sin rebozo se mancha las manos en ella, esta insignificante hormiguita bloguera, orgullo de insecto rebelde, aún a riego de quebrar el cúmulo de incienso en el que últimamente gravita, no ha de quedarse atrás.    
    Contemplábamos en días pasados a Hessel, el Sumo mulláh de la Santa Indignación, en calculado apretón como de alcaldesa belga visitando Olite, rindiéndose de admiración ante Zapatero. ¿Cómo no habría entonces su eximio prologuista, siguiendo su divina enseñanza, de atreverse en paralelo a emularle? Se supone que era la Indignación la más formidable impugnación moral a la Historia y al Universo mundo de que los cielos guardaran memoria. Parecía que hasta el Cosmos quedábase pequeño a la magnitud infinita de su flamígera marejada. “No paréis. Estáis alumbrando una nueva manera de pensar”, apostrofaba Punset, Cuarta Espada de la Spanish Revolution, tan Punset él.
     
      Ahora, a cuento del eviterno Manifiesto de la Ceja zetapeica contra Esperanza Aguirre, ha deslizado Sampedro, uno más entre toda la mirlitona banda, su santo nombre de escritor de best-sellers, como quien no quiere la cosa nostra. Es como si le hiciera así a Zetapé Sampedro cejitas retrospectivas también, malabares rubalcabas acaso ya. Mira que habremos visto recortes y desmanes de impensable crueldad en los zetapeicos tiempos de la basura. Ni uno sólo de ellos mereció honores de cansino y funesto Manifiesto.
     De pretender insurreccionar el Mundo entero, bien es verdad que a partir de un motín en la Puerta del Sol, oh, causal casualidad, sede del gobierno madrileño, a secundar la municipal orden de las burocráticas exigencias de unos capitostes sindicales que buscan desalojar como sea, con la ayuda subvencionada del Alto Marquesado de la Intelectualidad, a la Aguirre. Hay en este salvaje trasvase reduccionista, vertido a la vez y bien destilado un simplificador suero de la verdad, que dejara a las claras, fuera de toda careta burda, la nítida intención de la Indignación: difuminar la responsabilidad zetapeica y calentar motores de barricada contra el Enemigo, a quien ni agua se le concede.
     
     Y ahí tenemos a Sampedro, su apretón otoñal contra la Aguirre, uno más ya y en la alegre compaña de la cejuda alineación que de cansina memoria ya nos sabemos: Almudena Grandes-Juan José Millás-García Montero-Bardem-García Sánchez- Miguel Ríos-Joaquin Sabina… sólo falta Teddy B.
     A este Alto Marquesado de la Cultura y de la Intelectualidad, en vista de que no cesan por jamás ellos en la modorra de su tabarra cotorra, habrá entonces, por no ser menos y a la vez siéndolo en realidad tanto, que alguna lindeza dedicarle, inasequibles al desaliento nosotros también, que de esto último, de desaliento, no creo que sepan más estos elitistas acaparadores de la Cultura y de su óbolo que las rabiosas hormiguitas blogueras.

lunes, 12 de septiembre de 2011

¿Y el Día Después? Mejor como Blanco


      
     Ahora que saborea uno, ciertamente conmocionado, el humildísimo –no por ello menos real- éxtasis que a cuenta del aniversario impar del Mío Blog con la muestra de su afecto sincero la legión de mis seguidores me ha regalado, ahora que, para pasmo de mis escasos conocidos, ignorantes de que atesore yo nada menos que un blog, en estado de gracia sobrevuelo raudo un palmo sobre las aceras y rompo las costuras de mi oscura timidez, ahora que un aura de beatitud y agradecimiento extremos desbordan los raudales de mi corazón, ahora que, como diría el gran Sabina, no se me va de la cara una sonrisa bien idiota, como un potentado azacaneado por un último apretón eufórico de la voluntad que dictase nuevo testamento, he determinado:  

     …como Blanco a la vera de TriniJ en Estambul, como la chica de la perla del otro día (22-8-2011) con el ángel de su Clooney en pleno vuelo de besos entresoñados, como el Segismundo de Calderón en la cueva de su destierro, quedarme yo también un poco traspuesto sobre la góndola del mío blog, prolongar así un instante este raro júbilo que mañana será ya grisácea polvareda de los días, y por hoy no entrarle ni meterle blog a la siguiente lista de muy golosas tentaciones, que tú lector, conociendo bien mi facciosa inclinación y el clamor con que dentro de mí retumba la batalla de la pretendida superioridad moral de la Izquierda, sabrás bien apreciar el mérito de mi renuncia a hacerle yo manitas y pellizquitos al racimo de recientes eventos, tales como:
     
      ese pasajero desalojado del vuelo para que Teresa de la Vega pudiera llegar a tiempo de recibir (precisamente) su honoris causa en Santander-ese Toxo en Madeira a todo trapo y sobre todo su impensable justificación, con mi dinero yo hago lo que quiero, dijo Toxo, y se quedó él tan Punset-el joven gerifalte de la Esquerra republicana, Ridao, y sus siete pisos declarados- los trescientos mil euracos de Llamazares y su precioso fondo de inversión esclavizador y genocida-el declarado millón de Rubalcaba, esa químicamente pura acumulación de capital a palo seco, era tan rubalcaba que lo único que tenía era dinero diríase, y su lógico spot, Un millón para el mejor, para los mejores malabares sobre ricos y pobres-los dos y pico millones del empalagoso Bono y sus pura sangre-los sólo mil setecientos de Tomás Gómez que tanto recuerdan a los de Camps-la vergüenza histórica y el escupitajo insoportable de la ministra de Defensa alentando la insumisión de Mas-el mismo Blanco, ahora que caigo, otrora azote inflexible de los ricachones controladores aéreos, sopa en horas de trabajo, qué sopas, suerte la nuestra que no es él controlador aéreo, aunque controlador sumo si es, si te ha pillado la vaca, militarícese, militarícese-
   
      nada, nada, no echarle cuenta hoy a nada de todo eso, abstenerme de meterle mano, mañana otro día será, su afán y su rabia de fracasati traerá,  apurar aún hoy la dulzura de la castidad bloguera, esa copa rebosante de heladas caricias cibernéticas, su guinda tan rica en la punta misma de la lengua, notar bien adentro, como dicen las folklóricas, en mis centros, el cariño de mi gente, -suyo soy yo también-, que se siente, ya lo creo que se siente.


   
         

viernes, 9 de septiembre de 2011

Un año y un día ya de Mío Blog

    
      Sí, un año y un día ya del Cantar de Mío blog –Dios, que buen blog si oviesse buen escritor, que nunca uno bueno de verdad te endiñaría, lector, la mesopotámica frase que a continuación voy yo de entrada a empaquetarte-, y aunque casi detesto esa sentimentalidad de postal pequeñoburguesa acerca de las fechas señaladas –siendo a la vez uno pero que muy pequeñoburgués en tantas otras cosas, me gustan mucho más los días impares, y siguen dejándome turulato todo aquellos que dicen aborrecer el Sistema pero se licuan al tiempo en esos convencionalismos de calendario que el mismo Sistema mercantiliza al máximo- acaso no esté de más hoy volver un instante la mirada atrás sin ira, y sin convertirme tampoco en salada estatua, como la bíblica mujer aquella escapando de Sodoma y Olite.
     Quizás es que necesitemos de alguna manera, como los homínidos paleolíticos mientras afuera diluviaba, como los reclusos en celdas de perpetuas condenas aislados, trazar un palote con arcilla viva sobre las paredes de la propia covacha, y no perdernos así del todo en la relampagueante noche de la ciberesfera bloguera. ¿Qué me impulsó a abrir el blog?
     
 La clara conciencia de un fracaso personal. Yo escribo, tengo la convicción de no hacerlo del todo mal –sólo eso- y albergo la certeza además de guardar dentro de mí algunas cosas que quiero mostrarle al Mundo, para que este se entere. Estaba ya harto de enviar los originales de mis historias –sabes, lector, que escribo yo relatos, estos sí que inéditos- a decenas de editoriales, medianas, pequeñas y de las otras, que ni siquiera –hablo por mí- se dignan contestarte, quizás porque nuestro país se mueve y se lubrica en sus engranajes decisivos alrededor sobre todo de las relaciones personales  y de los contactos estratégicos, de los que yo del todo carezco. No me hubiera sentido tan personalmente despreciado de no ver con los míos ojos las toneladas de bazofia que a todo lujo editorial a diario se publican y  ensalzan. De los concursos literarios, de los cientos de fotocopias, de su picaresca, como en el chiste aquel, de eso ya ni hablamos. Estaba, ya te digo, más que harto.

     Y entonces, lector, contando con que apenas sabía teclear sobre el ordenador y que el Internete era para mí –en buena medida lo sigue siendo- una jungla del todo ignota, amenazadora y tenebrosa, como el personaje aquel de Fellini que se encaramaba a la copa de un árbol de grandioso porte  para gritarle desde allí a los cuatro vientos la angustia de su desesperación (¡¡¡NE-CE-SI-TO-U-NA-MU-JER…NE-CE-SI-TO-U-NA-MU-JER!!!), como un zumbado de Hyde Park con su hatillo de visiones esquizoides, como los maletillas esos que en estrelladas noches de luna llena trastean furtivos en las dehesas, con una parecida desesperanza me subí yo al Mío blog a clamarle a los espacios interestelares de la ciberesfera casi lo mismo: ¡¡¡NE-CE-SI-TO-UN-E-DI-TOR… NE-CE-SI-TO-UN-E-DI-TOR!!!

     Por supuesto, no lo encontré. Y cómo habría de encontrarlo, si es el Internete la quimera y la fiebre del oro falso contemporáneas. Pero si hallé aquí el tesoro incalculable que mi soberbia de fracasati  no había previsto: un puñado de lectores y de voces amigas con las que compartir  impresiones, expresiones, depresiones y emociones, esa rojísima piruleta de IONES que contiene la vida entera, abandonada en un parque tras ser chupeteada por los Importantes y que aun así es para las hormiguitas blogueras todo un festín. Y al lado de esa hilera fraternal pintar cada uno, según el humor del día, como aquel remoto Neandhertal, los sanguíneos contornos del bisonte, aterrador y majestuoso a un tiempo, que todos llevamos dentro.
     Extender el saco del Mío blog, pues, llenar bien los pulmones e insuflarlo de mi aliento propio, hacer de él un globo muy amarillo que un poco en el firmamento se elevase y pudiese mantener al menos por algún tiempo la dudosa hazaña de su travesía. Para ser capaz también, desde el vuelo humilde del blog, de sostener con él la maravillosa máxima de Scott Fitzgerald que hago mía para frontispicio y leitmotiv perenne de Mio blog: “Oye, que yo hablo con la autoridad que da el fracaso”.
     
      Y hoy, un año y un día después, aquí estoy. Escribo. Mucho mejor aún que eso: Te escribo.   



Post/post: y por supuesto infinito mi agradecimiento a todos los que en este año me dedicaron su tiempo, me leen, me dejan su comentario y a quienes además se hicieron y se hacen seguidores míos.
 Puede ser manía mía, lector, pero saber que me tienes ahí, a salvo y al resguardo de tu escritorio, no tan expuesto por tanto a las procelosas aguas del olvido cibernético, que es el Internet desatado río sin memoria, me colma de ánimo y de aliciente para seguir soplando en este globo. Gracias, pues. 

    

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Punset en Olite también

      
     Y se creían la alcaldesa belga y su torito empitonador que estaban a solas entre aquellas lúbricas almenas. ¿No se escuchaba allí el suspiro de Punset? Déjame, lector, que te refiera yo la increíble historia de ese suspiro. No te la pierdas, anda. Concédeme tu tiempo, ahora, o a la noche, acompáñame cuando puedas, toma una vez más mi mano. Andiamo.
      Pues, sabrás, lector, que antes que Hessel, tuvo Punset, el Cuarto Mosquetero de la Spanish Revolution, también su apretón. Se ha puesto a anunciar por todas las teles el tío, fresco del barrio global, el multinacional Pan Bimbo. Tan pimpante.  Qué suerte, con la crecida del paro que vivimos, con la que está cayendo, que tienen algunos: se les vuelve todo acumular honorarios varios. ¿Bimbo? ¡Y Bingo, no te digo!
       Habíamos vístole a Punset allá por mayo, sí, cuando aprieta la calor, arengando a las masas indignadas en la plaza de la Escandalera de Oviedo. Tenía por entonces la “suerte” él –según confesó en la plaza indignada- de formar parte del jurado del Príncipe de Asturias, como preclaro miembro del establishment que es, claro, y como los más hábiles de entre ellos, sacó tiempo para lucir palmito filantrópico ante la Historia. “No paréis”, les jaleaba allí, incluso por escrito, sumándose a las furiosas diatribas anticapitalistas que incluso en Vetusta espolvoreaban las idealistas juventudes de la Spanish Revolution. Estáis alumbrando, les dijo… “una manera nueva de pensar”, nada menos. En tales términos comíales la oreja el sabio a las juventudes acampadas. “Hay mucha gente que se acuerda de vosotros”, alabábales, insuflando en la despedida de su discursito científicas dosis en pildoritas de moral revolucionaria.
     Me pregunto si, cuando un mes después arrancaba la campaña publicitaria, las juventudes aquellas se acordarían, y en qué manera, del sabio Punset. Se ve que se ha derramado el capricho de la Fortuna una vez más sobre la bella y eminente cabeza punsetiana, a quien, de entre todas las flores del jardín, la multinacional Bimbo –poco antes fue la Nintendo quien más aún habíale amancebado con la diosa esa de la Potra- ha precisamente elegido para protagonizar, cual vedette primera, la adulteración de las conciencias que a la publicidad de esos emporios suele acompañar. ¿Y el suspiro? Ya va, ya va, lector, es sólo que, como en los spots, me lo reservo yo para el final.
     
      Ese continuo estar al plato y a las tajadas, esa mentira impostora, ese cinismo estafador parecen constituir el básico ADN sobre el que nuestros prohombres progresistas extienden sus redes y su privilegio. Dicen aborrecer el capitalismo con una mano y lo publicitan y trincan sus dividendos con la otra. ¿Sirve de algo poner a la luz sus palabras frente a sus hechos?
      Naturalmente el spot se precipita a enunciar que los honorarios han sido cedidos a la Fundación Eduardo Punset, dedicada a…sí, a garantizar el aprendizaje social y emocional en la pareja, en la enseñanza y en las empresas. Que sí, que sí, señor Punset, que los luismas del bloguerío somos tontos de solemnidad, que no sabemos nada de las fundaciones, ese invento yanqui para evadir ingresos al fisco. Nos lo enseñó el otro día El Padrino de Al Pacino, ¿sabe usted?
    
      De manera que ahí tenemos a Don Punset, más bueno el hombre que el pan de molde ese que ahora nos quiere colocar urbi et orbe. Parece un chiste: llaman a la puerta y aparece Eduardo Punset. ¿El tío del butano, con la bombona al hombro? Un poco sí, pero en postmoderno y mediterráneo. Nótese que es ante una poderosa verja de tronío donde Punset, como antes Avon, llama. Claro que, a su llamada sabia, como la Muralla progre ante el Bien, pum, pum, quién es, todas las puertas, incluso las más acorazadas, se abren. Aparece una rubia y placentera hembra, abiertos los ojos como paelleras azules ante la  divina aparición. Sonríe franca y le repite el nombre, entre incrédula y azarada ante una divinidad entre los mortales mezclada.  Punset penetra.   
     Sin solución de continuidad le salen al encuentro otras dos aún más jóvenes beldades, trasunto acaso en parte de las mismas Indignadas y del resto de mujeres en flor, saludables, atractivas, dinámicas, luminosas, risueñas, a quienes la engañifa del spot va calculadamente dirigido. Sobreviene un diálogo de besugos,  a la altura de estos tiempos icónicos, a pesar de los muchos libros ornamentales que pueden verse:
-¿Qué nos ha traído? (un poco como la niña levemente contestaria que espera inquieta y algo desconfiada el regalo)
-Un pan natural  (sí, como la vida misma)
-¡Pero si comemos sin pan! (sigue contestando ella, con un puntito de ira en la voz, apenas nada, nada ante el arrullo y la seráfica sonrisa de Punset)
-¿Por qué no, si es natural cien por cien? (ciento diez por cien, puestos ya al apabullar estadístico, podría haber alegado, con ese mismo juego de manos con que explica, yo que sé, las interconexiones neuronales de los cerebros de las hormiguitas, blogueras, claro)
       Tenemos ya a la mesa a las tres Gracias de Bimbo mano a mano con Punset. “Esta jugosísimo”, proclama la más rendida a su encanto, la mayor de las Gracias, que le franqueó el paso. Porque es como si el spot sugiriera que en eucarística manera es un trozo de Punset lo que en realidad se están allí comiendo. “Pero se pondrá duro”, amaga en indignado mohín la contestataria. “No. ¿Quieres pruebas?”. La vemos a su otro lado ahora, en plano que sólo a los dos encuadra y aísla. “Por el doble horneado”, sentencia categórico Punset. Descarga el puño él entonces sobre la mesa, se levanta una nubecilla en polvo de harina y, hale hop, todo lo artificial desaparece. ¿A qué equivale en términos de alusión subliminal –que es lo que sobre todo trabaja la publicidad, no se olvide- el golpe en la mesa de Punset? Cavílalo tú, lector, que no me gusta darlo todo masticado.
     ¿No remite el instante a la famosa escena enharinada sobre la mesa de otra cocina de Jack Nicholson y Jessica Lange en El cartero llama dos veces? Recordemos –si paramos el spot imagen a imagen así lo veremos- que de las tres Gracias era esta, la contestataria, la única que sostenía un paño de cocina en las manos. La taumaturgia punsetiana obra el prodigio: “todo natural, nada artificial”, repite ahora convencida y radiante el mantra, este sí que ripioso, la en el Origen indignada. Convergen ahora todas las miradas actuantes sobre ella. Happy end: brindan con limonada chocando los vasos eufóricos este otro cuarteto de Alejandría, todos a una, como los mosqueteros de Dumas.
     Cierre del spot: plano en solitario de Punset sonriente y como de golpe rejuvenecido, con algo en el ademán de veterano rey de la selva relamiéndose de algo muy grato que acabara de ocurrirle -y por eso desvía un instante la mirada hacia el lugar de la contestataria-, todo benevolencia, acercándosenos, cruzando las manos sobre la mesa, que contiene sólo en posición vertical y erguida la bolsa del pan de molde, asociando en candado definitivo la imagen respetable, científica, llena de bonhomía y suave seducción de Punset, las mismas cualidades que se pretenden recaigan por identificación y contigüidad sobre el producto a vender.
     Amable fusión de generaciones además, y modelo también Punset para todos los jubilatas, con su pan de molde bajo el brazo, el viático que les ha de asegurar el llegar a la vejez en la sensual plena forma que el mismo protagonista, que incluso con las tres Gracias, hombre del butano postmoderno, puede.
     
      Ultimísimo guiño antológico de la banda sonora del spot (prodigio de economía narrativa en sólo veinte segundos): la banda sonora termina con un hondo suspiro punsetiano, aayyy, que vale por un “en fin, cómo son estas jovencitas”. Volví a escucharlo otra vez. Me dio un vuelco el corazón. Revisé luego a toda leche el video de la plaza de la Escandalera en la Oviedo indignada. ¡Bingo!, no Bimbo, me dije yo entonces. Era apelotante: terminaba la cosa con un idéntico suspiro ante las jóvenes hembras que también allí lo veneraban. ¿Azar o necesidad?, me interrogué. Umberto Eco habría escrito un novelón sobre esta sorprendentísima casualidad causal. Lógico en todo caso, concluí al cabo para mí: tras la tempestad viene siempre la calma, tras el apretón, el suspiro. Suspiros de Punset. Qué fuerte, qué suerte. 

lunes, 5 de septiembre de 2011

Hessel en Olite


    
      Dicen quienes de esto saben, para explicar la subitánea pulsión trasera de la alcaldesa belga, lost en el Castillo, no de Kafka, sino de Olite, que es que en realidad le sobrevino a ella un… apretón, término este sin duda fetiche hoy en día, en la medida que, en efecto, nos hace con solo pronunciarlo más comprensibles los actos de nuestros coetáneos. Habría entonces de ser este un Tiempo de Apretones, que ya sólo el nombre de la cosa lo dice todo acerca de la preeminencia de lo meramente fisiológico y de lo más bajo en el desenvolverse de… repitamos una vez más el mantra, sí,  de las generaciones mejor formadas de la Historia.
     Y como las septembrinas uvas, vienen los apretones al río turbio de la actualidad en racimo también. Tras el apretón de la alcaldesa, el de Stéphan Hessel en Madrid. Coincidió Hessel con José Blanco, portavoz del gobierno de la ruina y los recortes, en la Cadena Ser. Pues a la salida de la cita, para pasmo de los cielos airados, declaróse ahora el Sumo mulláh de la Santa Indignación, muy suelto de cuerpo a sus 94, nada menos que… “admirador” de Zapatero.
     ¡Admirador! de Zapatero, sí, hemos oido bien -tócate ahora sí que sí los gabilondos mondos-,  justo además a esta altura de la película, cuando con más gusto humíllase el lider planetario al apretón economicista de frau Merkel. ¡Admirador de Zetapé! ¿No es, lector, la vida en sí asombrosa, fuente perpetua de inagotable estupefacción?
     
     A este deslumbramiento zetapeico ha venido al cabo a dar la más formidable impugnación moral al imperante Sistema del Dinero nunca vista. Hay que ser, creo yo, retorcidamente perverso para atreverse ahora en público a venerar a Zetapé, cuando ni en su casa le pueden ver, siendo precisamente el máximo gurú de la ciudadana Indignación. Es como si a las idealistas masas de la Indignación a su manera Hessel les voceara ahora, pero cambiado del revés, su poético grito revolucionario, ¡Que sí, que sí, que sí nos representa, que sí!, del todo rendido a la zapaterina admiración.
     Venía el mulláh Hessel, confeso votante del PSF, a presentar su nuevo panfleto, “Comprometeos”, ebrio de coherencia y dignidad, como puede verse, tras el escandaloso best seller de su anterior panfleto, el que inspiró a las utópicas masas de la Spanish Revolution. Lo suyo, se ve, son los “panfletos”, expresamente como tales reivindicados por él. ¿Y qué es un panfleto sino el apretón de un fanático? Fanático, sí, y burguesmente calculador también, que sus buenas perras exprimió al asunto, y que acaso deseara ahora repetir y duplicar la millonaria venta de su invento.
     No le importó a Hessel, ahíto de zetapeica epifanía, dejar en ridículo a su prologuista Jose Luis Sampedro, que había dicho entonces –hace tres meses- hasta a las claras del alba que el de Zapatero era, colmo de perversidades sumas, “un gobierno capitalista”.
     
      Los santones izquierdistas es que se las pintan para papelones tan vergonzosos como éste, pues les otorgan sus incondicionales seguidores bula de toda santidad. Y con todo, lector, no es por tirarse uno el folio, (habría que mejor decir tirarse el post) pero ya lo escribió uno aquí, (Zapatero y la Spanish Revolution 4-7-2011, míralo si quieres): la zapaterolatría no es algo completamente ajeno a las majaderas ensoñaciones ambivalentes de la Indignación Primera Asamblea. Es por contra una muy similar melodía la que une ambas canciones: siempre sostuve que si Zp hubiérase retirado a tiempo, ahora las masas indignadas en volandas de su célebre Discurso del Viento lo llevarían al poder. Es Zapatero su difuso líder natural. ¿No sostuvo que de tener él veintipocos estaría con ellos? Lo puse ya entonces allí: los ideólogos de la Spanish Revolution, esos venerables ancianos, venían a ser simbólicamente el célebre abuelo de Zetapé, que vuelve ahora casi por Navidad vicariamente.
     Actúa Hessel ahora como el Flautista de Hamelin, tratando de reconducir a las masas indignadas al fondo de las aguas del río turbulento del PSOE. En realidad, y espero que se me entienda bien, hablando en términos simbólicos, no panfletarios, es como si el mulláh Hessel, con su devoción hacia el Hombre que ejecutó, en contra de sus anteriores juramentos, los más drásticos recortes sociales conocidos en democracia, estuviera haciéndoles a las masas indignadas, a todo aquel cafarnaum de sus bellísimas amazonas, lo mismo que el edecán a su belga alcaldesa en el castillo de Olite cuando entonces.      

viernes, 2 de septiembre de 2011

Romance de la Alcaldesa belga en Olite empitonada (Poessía once)


Escuchen flamencos y valones
óiganme vikingos y teutones
la nueva que les vengo a relatar,
de cuánto en la tórrida España
con picaresca y buena maña
a la vida se le puede entrometer…
                                                              y también entresacar.

No lo canta por cantar este juglar
lo replican las pantallas sin cesar
lo asevera el yutub una vez más,
que presentóse Placer a la alcaldesa
con súbita calentura de sorpresa
por la propia puerta de atrás.

Que por mayo era por mayo
cuando pica la calor,
cuando le apretó a la regidora
desbordado un íntimo ardor,
que no le dolieran prendas
en exigir allí pronta satisfacción.

Estaba toda Navarra en calma
mas bramaba la dueña en pleamar
tanto que ordenóle a su ayudante
allí tan gentil, presto y piafante
que raudo le presentara
sus armas de ensartar pero ya.

Bajáronse de corrido las sayas
amagaron rito de acoplamiento
y pronto entre alcaldesas nalgas
acaso para su contento
puso el chambelán la pica en Flandes
en procaz y público ayuntamiento.

Y contra aquellas doradas almenas
caldeadas por un sol monumental
sin moros en la costa que ellos vieran
veloz el garañón y servicial
por las ancas de lo lindo
empezó la alcaldía a barrenar.

Adorna a la doña alcaldesa
dura fama de muy estricta,
de toda la oposición invicta
con quien suele habérselas tiesas,
mas en tiempo de pura holganza…
a su intendente cátale tras de sí
oh, divino frenesí,
la dureza de su lanza.

Con qué ahínco y arrojo
el semental entre la grupa se ahincaba
parecía un negro torito loco
que contra el muro la empitonaba,
muro de lamentaciones y de gozo
pues la doña en ayes se derramaba.

Recordaba  el brioso adjunto
la figura del mítico Almanzor
su genio y su bárbaro impulso
su abrupto celo invasor,
dando por retambufa a una cristiana
cual hacía con sus barraganas
haciéndole probar íntegro
el vivo hierro de su pundonor.

Fingían la alcaldesa y su esbirro
los accesos a Olite vigilar
camuflando el trasero fornicio
que entre ellos acababan de trabar,
cara al sol ese estallido de lujuria
que a los dos apareaba sin piedad.

Pero al cabo derrumbóse el disimulo
incapaz ya de al deseo sujetar,
rompióse en gemidos la alcaldesa,
hasta se le desmayó la cabeza
rindiéndose de puro salaz
al más que dulce tormento
que la abrasaba por detrás.

Mas no pasará esta fugaz coyunda
a ningún libro del Buen Amor
pues ni un asomo de ternura
regalan los figurantes a la ilusión
ni siquiera acariciarse el pelo
ni un tan solo beso al por menor.

Pues en todos los antiguos romances
y lo mismo en el Decameron,
junto a la jodienda placentera
brotaba un requiebro de amor;
parecen estos chuscos bruscos
concursantes de televisión.

Lo peor del todo fuera
si la nuestra más Alba Duquesa
embelesada en la trama aviesa,
ahora con su ansia casadera
se contagiara de tal furor
que no veo yo a nuestro consorte
por mucho que haga deporte
al hombre por la labor,
pues es lo suyo sin muesca
incontaminado y platónico Amor.

Y a los acémilas de Olite
qué les dice este juglar,
que vaya con la alcaldesa
a qué prendas al sol le gusta jugar
que prueben con loctite
y no se podrán ya despegar,
así darán rienda suelta
a su pública manía de copular.


Y vierto ahí ya el romance
de la alcaldesa en morboso lance,
contra el muro de tortura del feisbuk,
que les están ahora dando a ellos
después de bien comello y bebello
por todo el santo yutub,
y por groseros y por zafios
bien merecen epitafio,
el que uno con tino puso
a los cándidos amantes de Teruel,
tonta ella y  apencando un palmo atrás
…también muy tonto él.


(Post/Post: con lo que bien se demuestra, amado lector, que al igual que en el rascar, todo es ponerse y empezar. Hablamos de poessía, naturalmente)