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lunes, 3 de julio de 2017

Razones del corazón, ¿sí o no?

   


   ¿Será tal cual la impresionantísima historia? ¿Se atreverá algún cineasta o escritor con ella? Si non é vero, é ben trovato, esto es, si no es del todo verdadera, por mor de la Potestad Suprema y de la Gravitación Universal del Amor que aquí defendemos, merecería serlo. Incluso los míticos Bogart y Bacall de Casablanca, al lado de estos Beatrice y Mokhtar  palidecen, creo. Paladeemos el historión que en estos días los media –que, cierto es, cada vez reflejan más almendrucos con truco-, siguiendo la versión que ha desarrollado ella en un libro, nos sirven (elpaís.es 27-6-17):
    Érase una vez una cuarentona francesa de asentadas ideas ultraderechistas, Beatrice Huret, con el hirviente  haz de creencias y sentimientos de muy distinto tipo que ello supone (de no muy diferente grado de ardiente exaltación al que consigo portaría un o una ultraizquierdista, a mi juicio). Llega a figurar en listas municipales del Frente Nacional. Con la muerte en 2010 de su marido, extremista de su mismo signo, cambia ella de amistades, de ideas, de vida. En 2015 –piensa tú si cinco años son poco o mucho para un vuelco existencial así- conoce el campamento de Calais, en el que en duras condiciones se aglomeran miles de inmigrantes ilegales en busca del salto a la Gran Bretaña. Sufre al verlo un shock y decide comprometerse en la ayuda de su causa.
   En 2016 nueve iraníes del campamento –uno de ellos, Mokhtar, con oficio de profesor- se cosen la boca ante las cámaras para denunciar su situación. Allí está entonces Beatrice que, al verlo, en propias palabras cae “en un flechazo” con él. Un aldabonazo en lo hondo, que por completo la desarma y la rinde. Beatrice acoge luego a Mokhtar en su casa, en la que –hazte cargo del intríngulis- vive con su madre y con un hijo de 19 años. Se enamoran perdidamente, pero –valora tú el maridaje de los distintos ingredientes en ebullición ahora- el sueño de Mokhtar sigue siendo alcanzar el Reino Unido. Beatrice decide ayudarlo y, junto a otros, compra una zodiac y organiza la travesía de Mokhtar y dos iraníes más. Pese a la distancia y el idioma, mantienen ellos su idilio. Consigue él un permiso de residencia temporal y vive en Sheffield. La justicia francesa, en cambio, la procesa a ella por “organizar el paso de extranjeros a Reino Unido” de forma irregular y, ojo al parche, “en el marco de una banda organizada”.
   Podían caerle hasta diez años en presidio a causa de esos cargos. Escribe ella mientras tanto, acaso dando rienda suelta a su crudísima peripecia emocional, un libro, “Calais, mon amour”, cuyo título guiña y alude al célebre Hiroshima tal de Marguerite Duras. Ante el tribunal pronuncia Beatrice, con un algo de volcánica Liz Taylor madura en los aires, –decide tú si se trata de estrategia o sólo el majestuoso retumbar de un corazón- las frases emblemáticas de las heroínas románticas: “El único propósito de mi vida es él. Estoy dispuesta a dar mi vida por él. Por Mokhtar, lo volvería a hacer. Si estoy en prisión no podré verle”. Bueno, el tribunal no le hizo cumplir condena, aplicándole el grandioso eximente de que “actuó por amor”. ¿Crees que de haber sido ella ultraizquierdista y él, qué se yo, un exiliado del chavismo, podría haberse dado una similar historia? ¿Crees que, Pascal dixit, el corazón tiene razones que la propia Razón desconoce? ¿Crees que hay aquí almendruco con truco? En fin, ojalá a Beatrice y a Mokhtar les quede siempre Calais.  

    
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