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miércoles, 5 de julio de 2017

Un señor gordito se puso de pronto a hojear mi libro y ...



   UNA TARDE EN EL RETIRO (2)


... Ya digo, la tarde estaba en el Retiro tibia y anémica, convaleciente del éxito apabullante de la convocatoria aledaña. Paseaba por allí –quién lo ha visto, quién lo veía- un personal escaso y desganado. Lo de siempre: miraban de reojo al paso la preciosa portada de mis ejemplares, me miraban de reojo luego también a mí y… pasaban. Lógico y natural. ¡Si hubiera sido yo todo un metrosexual en shorts allí, otro gallo me hubiera cantado, claro! No era el caso, ay. Qué sabían todos aquellos de mí. Nada. Qué podía esperar yo entonces de ellos. Nada. Por eso mismo no estaba en absoluto yo contrariado. Yo SÓLO ESPERO ALGO de quienes me conocen, de quienes me leen, de quienes aquí me siguen. Un señor gordito se detuvo de pronto a hojear mi libro. A Dios las gracias di. ¿Puedo sacarle una foto? Amable pero circunspecto, “vale”, le dio al tomo unas vueltas palante y patrás, escrutó su envés y su haz, al fin me dijo, “lástima, lo mío es la Historia, soy historiador”. Bueno, por eso mismo, aquí hay historias, “intrahistorias”, si usted quiere, y bien apasionantes, una de la Revolución Francesa y todo, le salí al quite. Se sonrió el señor gordito, se caló las gafas, se azoró un poco, me dio una palmadita, “Suerte, amigo”, me dijo. De allí se alejó. Seamos positivos, algo es algo, cavilé, un historiador, la Historia, se han detenido un instante ante mí, quizás se vuelva el gordito, quizás la Historia se dé un día la vuelta para mí, yo que sé. 
     Entonces, a mi lado, el viejo payaso, encaramado ya a los zapatones de rigor, a la roja narizota y a unos pantalones remendados a colores, con un truquito le dio el alto a un niño. No alcanzaba yo a oírle –¡rabia!- pero consiguió luego detener a otro. Y a otro. Y a una niña después. ¿Empezamos ya?, les decía en voz alta,  mientras con los ojos desorbitados en realidad iba “pescando” a los escasos infantes, y a sus padres, que por allí caían. No me digas cómo, pues fue en verdad milagroso en medio de tan magra concurrencia, pero en quince minutos consiguió el cómico -¡envidia!- congregar, sin que se le fueran,  pues dilataba y dilataba el arranque de la actuación,  a una veintena larga de criaturas. Obtenido el quórum, el artista comenzó.

       Desplegaba el payaso allí los trucos de siempre, los pañuelos que cambian de colores, la cuerda que se pone fláccida o enhiesta cuando él y el niño voluntario quieren –un poco como en la Megamovida de al lado, ya ves, todo rimaba en la tarde juliana-, el bastón del que de súbito brota un clavel reventón. Eran, en fin, trucos viejos y pobres, más que gastados ya, sí, pero a los que, eterno elixir que nunca falla, la inocencia fulgurante en los ojos, las risas que estallaban sin aviso y las puras expresiones de gracia de los más pequeños allí convertían en nuevos y divertidísimos prodigios para cuantos los celebrábamos. Veía yo también cómo el payaso a su vez, con la magia de las risas obtenidas, para pasmo de mis ojos, que daban y no daban a la vez crédito, rejuvenecía de golpe los menos veinte años en esa tacada. Entonces... CONTINUARÁ MAÑANA 


CRISTINA LÓPEZ SCHLICHTING SOBRE MI OBRA: "TE DEJA DESLUMBRADO... UNA IMAGINACIÓN DESBORDANTE... NO OS LO PODÉIS PERDER".  

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